PUBLICADO HOY EN EL PERIÓDICO DE ARAGÓN
Todo el mundo quiere pertenecer a un
grupo (sea la sociedad en general, un clan de amigos o el club deportivo de su
ciudad), y encajar en los grupos a los que pertenece. Uno habla, piensa, viste,
hace y deja de hacer para ser aceptado por los miembros del grupo, por sentirse
parte del conjunto. Esto no constituye una deficiencia para el individuo, sino
todo lo contrario: como otras muchas especies animales generalmente buscamos
vivir en grupo, en sociedad, en manada, en rebaño, pues de ello parece depender
la propia supervivencia, la vida o la muerte, o
simplemente vivir con normalidad o socialmente frustrado o marginado.
Solo es preciso llevar una vida “normal”, es decir, sujeta a las normas sociales
que uno debe acatar y cumplir.
Ciertamente, los humanos estamos dotados
de una cierta racionalidad y de una cierta libertad. De hecho, podemos
apartarnos del grupo a la distancia que queramos, aunque ateniéndonos a las
consecuencias. De hecho, nuestra capacidad de decidir y elegir va encaminada
principalmente a obtener una buena aceptación, sin problemas, por parte del
grupo. Pensamos, compramos, nos vestimos, nos acicalamos, salimos a la calle o
nos quedamos en casa a fin de ser mejor aceptados en la sociedad, dentro de un
determinado grupo. En nuestros genes hay restos de la conducta animal que
heredaron nuestros ancestros primates y por ello está en nuestro subconsciente
que quien va por libre, fuera de la manada, corre el riesgo de sobrevivir menos
o de forma más difícil. Asimismo, tenemos la experiencia de que trabajar en
equipo reporta más cohesión y efectividad, lo cual redunda en beneficio de los
integrantes mismos del grupo.
Quizá esos mismos genes nos garantizan
mayor sensación de seguridad si nos vemos integrados dentro de la manada, el
cardumen, la bandada o el rebaño. Solo debemos atenernos a los movimientos
coordinados del grupo en una misma dirección. En la manada eres nadie, pero
eres, ya que los aspirantes a ser alguien pueden acabar más fácilmente en el
estómago del depredador de turno. Con ello se pone en manos del grupo cualquier
iniciativa que no esté conectada con la decisión de seguir a otro, un líder,
que garantiza vivir más y mejor.
Dentro del grupo se busca asimismo
relaciones más estrechas de colaboración y confianza, mayormente guiadas por el
principio do ut des, facio ut facias, (te doy para que me
des, te hago para que me hagas). Lo esencial es no atentar contra la cohesión
social y la conformidad de uno mismo con el grupo y sus normas: quien se
atiene, se adapta y se conforma a las
normas, las costumbres y las leyes del
grupo disfrutará del suficiente anonimato para vivir sin problemas ni acosos y
se le garantiza el espacio vital suficiente para organizar el lugar asignado dentro
de la manada. Olvidan, sin embargo, los conformistas que las normas seguidas
fueron un día producto de algún inconformista que se opuso a las normas,
costumbres y leyes anteriores.
Casi todos los grupos, manadas o
conglomerados sociales necesitan de un líder, de algún individuo
de la comunidad con mayor rango, que guía y decide por todos, a quien los demás
siguen. Buena parte de esos
líderes son “alfa”: machos alfa, hembras alfa o pareja alfa. En cualquier caso,
son poderosos, de mayor rango social y cuya supremacía ha de ser defendida casi
permanentemente frente a otros miembros potenciales alfa dentro de la sociedad.
Más allá de la esfera estrictamente sexual y reproductora, el individuo humano
alfa actual es poderoso en la medida que puede pagar, recompensar o castigar al
resto, pues la razón de la fuerza reside hoy sobre todo en el dinero: el líder
más admirado en un grupo humano es aquel para el que más individuos trabajan,
quien acumula más dinero y poder disfrutando de total impunidad.
Dentro
del marco político español, hay –simplificando quizá en demasía- el grupo
conservador (derecha) y el grupo progresista (izquierda). La derecha tiene una
cohesión social envidiable: basta recordar la mañana en que el candidato del PP
para las próximas elecciones europeas, Arias
Cañete, fue designado a dedo, con asentimiento generalizado y sin disensos
apenas perceptibles. En la izquierda, sin embargo, en el río revuelto de la
disgregación y la desunión, van formándose subgrupos, liderado cada uno de
ellos por un ente-alfa y en cuyo seno cada miembro está convencido de poseer la
verdad y de que el resto está equivocado a no ser que se integre en el subgrupo
propio. Todas estas alternativas de izquierda, sin entrar en detalle en el mar
de siglas ya actualmente existente, son una prueba de la autodestructiva falta
de unidad y de responsabilidad política y social que sigue aturdiendo a las
fuerzas de la izquierda.
Algún
ñu desadaptado de la manada dice: “¡Que les vote su tía!”.
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