Día primaveral por los cuatro costados, incluso en el rincón
jamás soleado por la mañana de la calle Alfonso donde se ubica el portal de la
Consejera. Mi amiga Ana Cuevas, una mujer admirable, plena de fragilidad y
fortaleza que nos ayuda a ser mejores a todas y todos cuant@s la conocemos,
escribe este entrañable artículo sobre el perroflauta motorizado: Emilio Lledó,elperroflauta motorizado y el sentido crítico. ¡Gracias, Ana, amiga mía!
Marisol, Marga y el perroflauta motorizado han sentido la
alegría de estar con mucha gente joven en el portal, much@s de ell@s
provenientes de la riojana Calahorra.
En pocos minutos la calle Alfonso se llena de centenares de
hombres y mujeres de toda raza, edad y condición. Los hay colombianos,
japoneses, libios, extremeños, israelíes, canadienses, iraníes, afganos,
bosnios, sirios, alemanes, ibicencos, esquimales, ugandeses, taustanos y
ejeanos (¡juntos!), argelinos, irlandeses, peruanos, serbios, chechenos,
leperos, guiris, joteros, kurdos, de ultraderecha, de ultraizquierda, creyentes
en Alá, en Yahvé, en la Virgen del Rocío, en el Juventus de Turín, en la
Lotería Primitiva, en nada, en algo, homosexuales, heterosexuales, bisexuales,
transexuales, asexuales, fóbicosexuales, adictosexuales, enanos, gigantes,
chepudos, paralíticos, militares, monjas de clausura, disminuidos y discapacitados
de todo tipo, con turbante, con cofia, con boina, con casco, con gorra
deportiva, con cachirulo, calvos, con tupé, rubios, morenos, engolados,
chorizos, gorrones, santos, héroes, artistas, canónigos, ciclistas, jardineros,
y un sinfín más de hombres y mujeres pertenecientes a la extensa fauna y flora humana...
“Todo un alarde de
etiquetar al prójimo a la velocidad del sonido”, comenta Juan de Mairena. “¡Ah, las etiquetas…”, replica en un
suspiro el perroflauta motorizado…
En la escuela aprendemos
también a llevar (¿sobrellevar?) las etiquetas. Etiquetas continuas y
constantes: El más listo… El que mejor notas saca… El del montón… El torpe… El
“pobrecillo, no da más de sí…” El malo… El zoquete... El desobediente… Hay
muchas, muchas formas y vías de colocar a alguien una etiqueta. En principio,
valen principalmente las que se formalizan públicamente.
En la escuela también se compite
desde el primer momento. La competitividad raramente anima, y casi siempre
desalienta, incluso humilla (sobre todo a los oficialmente/públicamente tenidos
por mediocres y zoquetes). Hasta el triunfo académico personal ocurre en un
marco de competitividad. Una pizarra,
dos compañeros haciendo divisiones a la vez (a ver quién gana, quién la acaba
primero), una competición, un ganador, un perdedor… Un examen, un 9,95, dos
8,5, cuatro 7,6, siete 6,4, ocho 5 y el resto suspendidos. El profesorado
pensará que lo hace muy bien solazándose en los sobresalientes y notables, a la
vez que cree que no merece la pena mirar a los suspensos: son unos vagos, unos
irresponsables, gente, en fin, que ni estudia ni le gusta estudiar (mejor
estarían trabajando fuera o, al menos, no molestando dentro…).
(Ha llegado hasta
nosotros un viento terrorista,
silencioso,
con pieles de cordero,
devastando los apriscos,
las moradas, los graneros.
Mas no me importa...
Importas sólo tú...
Me tienes y te tengo:
desnudos, macilentos,
imperfectos,
pero nuestros).
Hasta
mañana
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