A los pocos minutos de estar Marisol y el
perroflauta motorizado en el portal de la Consejera aragonesa de Educación, una
pareja de avanzada edad ha salido del portal con el ánimo claro de embestir
pronto y fuerte. Han mostrado su indisimulado malestar por vernos allí, nos han
mandado a cualquier otro lugar que no fuera ese portal, han negado el derecho a
estar educadamente donde uno quiera dentro de la vía pública, han apelado al
derecho a gritar cuando y cuanto les viniera en gana cuando se les ha pedido
que dejaran de gritar y se han quejado de que Marisol y el perroflauta motorizado les estaban “robando parte de esa
felicidad” que el perroflauta les deseaba a modo de despedida (“que sean
ustedes felices)…
Mairena se enfadó mucho al contemplar aquel
espectáculo en plena calle Alfonso I de Zaragoza, si bien se alegró también
mucho al ver por allí a Guillermo, mi hermano, así como también a Eduardo y
Verónica.
“Cálmate,
cálmate”, insistía el perroflauta motorizado al ver alterado a Mairena.
“No
quiero calmarme, no quiero callarme”, atajó rápidamente Mairena. “Me lo dejó escrito muy claro Antonio Machado
en mi biografía: ‘Si alguna vez cultiváis la crítica, sed
benévolos. Benevolencia no quiere ser tolerancia de lo ruin o conformidad con
lo inepto, sino voluntad del bien, deseo ardiente de ver realizado el milagro
de la belleza o la verdad o la justicia o la libertad o los derechos y
libertades del ser humano. Sólo con esta disposición de ánimo la crítica puede
ser fecunda. La crítica malévola que ejercen avinagrados y melancólicos es
frecuente en España, y nunca descubre nada bueno. La verdad es que no lo busca
ni lo desea’”.
A pesar de su indignación manifiesta por lo
vivido minutos antes, Mairena hablaba con mucha calma, aunque sin parar:
“Una
vez estaba hablando en clase sobre esto y recuerdo que sucedió algo que no deja
de tener su gracia. Yo insistía, diciendo: ‘Esto no quiere decir que la crítica
malévola no coincida más de una vez con el fracaso de una intención artística,
periodística o sencillamente personal. ¡Cuántas veces hemos visto una comedia
mala ceñudamente lapidada con una crítica mucho peor que la comedia!...’. Y
entonces le pregunté a un muchacho que estaba sentado en la segunda hilera de
mesas de la fila izquierda:
- ¿Ha comprendido usted, señor Martínez?
- Y Martínez: Creo que sí.
- Yo
vuelvo a preguntarle: ¿Podría usted resumir lo dicho en pocas palabras?
- Y Martínez: Que no conviene confundir la
crítica con las malas tripas.
- Y
entonces yo me limité a decir: Exactamente”.
Tras lo dicho, la mirada de Mairena se
detuvo con calma en la mirada del perroflauta motorizado, y sin dejar de
mirarle, concluyó:
“Más de una vez, sin embargo, la
malevolencia, el odio, la envidia han aguzado la visión del crítico para
hacerle advertir, no lo que hay en las obras de arte, pero sí algo de lo que
falta en ellas. Las enfermedades del hígado y del estómago han colaborado
también con el ingenio literario. Pero no han producido nada importante”.
Un furibundo chaparrón templó a renglón seguido los ánimos de Mairena.
Hasta mañana.
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