Sin embargo, paralelamente el hecho
catalán representa el gordo de la lotería para la clase política cada vez más
consolidada cara al 20-D (PP, PSOE y C’s): hasta las elecciones generales la “unidad de
España”, el imperio de la Ley”, “España no es negociable”, etc. van a ser un
fecundo semillero de posibles votos para los partidos que encarnen tal postura,
mientras que los grupos políticos que no se adhieran ardientemente a la causa
española serán ipso facto sospechosos de antipatriotismo o de imperdonable
tibieza ante la indisolubilidad de la nación española.
En efecto, en el aire parecen pulular
mensajes subconscientemente guerracivilistas, que dividen a la ciudadanía, de
hecho, en tres bandos: uno (Mas, CUP, Junts pel Si…) que comete el sacrílego
delito de saltarse las leyes y desobedecer las instituciones del Estado
español, principalmente el Tribunal Constitucional; otro, que se autodefine y
autoproclama defensor de la ley y de la democracia, así como “cumplidor de las
reglas de juego democráticas” (PP, PSOE, C’s); por último, los que, abrazando
públicamente la causa de la unidad de España, piden un referéndum o alguna vía
inequívocamente democrática para dilucidar sin lugar a dudas la voluntad
mayoritaria del pueblo catalán (Podemos, IU y algún que otro partido más).
Jamás he escuchado tan a menudo como
ahora la apelación a “la Ley” y “las “Leyes” (especialmente la Constitución
española). La Ley, sin embargo, no es más que el proyecto o esbozo, sometido al
tiempo y a la mutación constante de las circunstancias sociales, culturales,
políticas y económicas, de la realización efectiva y permanente de unas
instancias aún más fundamentales y constitutivas de la ciudadanía y del país
donde esta habita: los derechos humanos, plasmados en la Carta Universal de
Naciones Unidas y en la Constitución Española de 1978.
Una ley adquiere su razón de ser por su
conexión con y su plasmación de los derechos humanos fundamentales, de tal
forma que una ley no es legítima y una autoridad se deslegitima en la medida en
que se aleja del cumplimiento efectivo de los derechos humanos (piénsese, por
ejemplo, en las leyes nazis antijudías o en los Principios del Movimiento
Nacional franquista). Ley y democracia coinciden en la medida en que ambos
desembocan en el establecimiento de los derechos humanos fundamentales. El ser
humano adquiere su dignidad y su humanidad en sus derechos fundamentales
(vivienda, salud, educación, trabajo, etc.), de tal forma que recortar tales
derechos equivale a deshumanizar a los seres humanos privados o mermados de
tales derechos.
La apelación a la Ley por parte de los
líderes y partidos más consolidados y sostenidos por la votación popular y
también por los poderes fácticos, no resuelve la cuestión catalana (mucho menos
la cuestión, de momento larvada, vasca) desde el mismo momento en que la Ley
sacrosanta no deja resquicio alguno para declararse independiente. Repitieron y
repitieron hace años a la sociedad vasca (principalmente a los miembros de ETA)
que la violencia no es nunca el camino para reivindicar la independencia de un
pueblo. Sin embargo, analizando las leyes y la Ley existentes en España, no
existe hoy por hoy el menor resquicio democrático contemplado en y por la Ley
para obtener la independencia de un territorio. “La Ley” es, en realidad, un
círculo vicioso: a) deja la violencia y reclama por vía democrática la
independencia de tu tierra; b) pero eso es imposible porque lo prohíbe el
artículo 2 de la Constitución española: “La Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de
la Nación española, patria común e indivisible de todos los españoles, y
reconoce y garantiza el derecho a la autonomía de las nacionalidades y regiones
que la integran y la solidaridad entre todas ellas”.
Cataluña no me hiere o lesiona mis
derechos, sino que los enriquece. Con o sin independencia, estaré siempre tan
unido al pueblo catalán, como al andaluz, gallego, vasco, taustano o riojano,
como al francés, galés, malasio, chileno o neozelandés. Las fórmulas políticas
institucionalizadas son convenciones del poder para que sus intereses
económicos estén garantizados frente a los del vecino. Un día se habló de los
Estados Unidos de Europa. ¿Por qué no plantearnos ahora los Estados Unidos de
Iberia (con el permiso, o con la inclusión, si así lo decide, de Portugal)?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.