PUBLICADO EL SÁBADO PASADO EN EL HUFFINGTON POST
Llegó a la Estación de Madrid-Atocha al
mediodía, de incógnito y portando solo un pequeño maletín de color negro y
bastante anticuado. Sigmund Freud acababa de llegar a la capital de Españistán.
Nada más salir de la Estación, encendió con parsimonia un cigarro puro y me
preguntó qué pasaba tan importante como para sacarlo de su eterno descanso. Le
respondí que en la pregunta misma residía el problema: no tengo ni idea de qué
está pasando en Españistán.
De forma deslavazada e inconexa, fui
contándole que ya están convocadas Elecciones generales para el 20-D, que Rajoy
está saliendo en los medios como jamás lo había hecho en sus cuatro años de
mandato, pero sin aclarar si va a estar en algún debate electoral y con quién o
quiénes, que desde el Parlament de Cataluña quiere iniciarse unilateralmente la
carrera hacia el establecimiento de la República de Catalunya, que en el Barça
están impartiendo un máster sobre la distinción entre “la concha de tu madre” y
“la concha de tu hermana” para ver si un defensa del equipo puede jugar o no el
Clásico, que todos los grupos políticos están componiendo un maravilloso
programa electoral para mentir con medias verdades todo lo posible a ver si
cuela, etc. etc. Hay partidos que caen o decaen; otros se mantienen; otros, en
cambio, ascienden sobre la base de su guapura, su juventud y los apoyos del
Íbex 35. Como común denominador de todos ellos es que no pocos de sus
dirigentes de toda la vida y de quienes también quieren tocar cargo y poder duermen
menos y peor por las noches.
Le hablé también de Esperanza, Mariano,
Ada, Pedro, Pablo, Alberto, Cristóbal, Manuela, Artur, Oriol, Luisa Fernanda,
Pío, Gürtel, Pública, Blesa, Rato, Bárcenas… Freud escuchaba atentamente mis
confusas y difusas explicaciones y tras dejar en el aire una densa nube de humo
de su cigarro puro, se limitó a comentar escuetamente: “Esto parece más bien una orgía sodomita”. Y se quedó mirándome, a
la espera de que yo continuase mi perorata.
Tras ponerle someramente al corriente
de lo que está pasando en Bruselas, el FMI y el BCE, le conté que tenía la
mosca en la oreja con todo el extremado secretismo con que nuestros
parlamentarios europeos podían consultar solo unas cuantas migajas de las
negociaciones mantenidas entre los mercaderes de la UE y los mercaderes de USA
sobre el TTIP (Transatlantic
Trade and Investment Partnership, traducido como Asociación
Transatlántica de Comercio e Inversión) o sobre la negativa de todos los
mercaderes del mundo sin excepción a establecer una Tasa sobre las
Transacciones Financieras realizadas por cualquier medio o a regular el mercado
mismo financiero.
Llegado a este punto, Freud movió su
cabeza como sorprendido, apagó contra el suelo su cigarro puro e indicó que en
tales circunstancias no es muy aventurado suponer que muy probablemente la ciudadanía de Españistán debe de estar
padeciendo ya alguna suerte de depresión personal o distimia colectiva, pero
que quien necesita urgente y principalmente un diagnóstico y un tratamiento soy
yo mismo, por alma cándida. No obstante, añadió que las neurosis colectivas son
frecuentes entre la clase dirigente, principalmente la política, y que, como
las neurosis suelen trazar círculos perfectos y viciosos que retornan al mismo
punto de partida, esa es la explicación de que en ellos se observe claros
síntomas de neurosis crónicas, trastornos obsesivo-compulsivos de ansiedad,
depresión, discursos vacíos, adicción al poder o a machacar a cualquier
adversario, dentro o fuera de su grupo político.
Cuando objeté que hay grupos que no
manifiestan unos síntomas tan agudos, Sigmund Freud me explicó que hay personas que tienen
larvados en sus mecanismos de conducta trastornos psicóticos como la
bipolaridad y la personalidad tartufiana o esquizoide, al perder el contacto
con la realidad o quizá también por no haber perdido ese contacto. “Todos somos algo neuróticos, incluso buenos
neuróticos, pero no hay que pasarse”, concluyó Freud.
A punto de subir al tren, de regreso al diván
eterno que le había tocado en suerte, siempre con su maletín negro y algo
anticuado, me dijo a modo de despedida con una sonrisa socarrona: “Antonio, créeme, no se trata de unos cuantos
casos aislados, sino de una epidemia”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.