El jueves pasado, el Consejo de Ministros impulsó un Real Decreto por el
que se concede la Gran Cruz de la Orden del Mérito de la Guardia Civil a la
Virgen del Pilar, su Patrona desde el año 1913. En un Estado
constitucionalmente aconfesional, las leyendas y las devociones populares
merecen respeto siempre que queden circunscritas al ámbito personal y de las
instituciones privadas, pero por esta misma razón constituye un desvarío
político no solo que un cuerpo de seguridad pública de ámbito nacional tenga
patronazgos y conceda medallas a entidades confesionales, sino que todo ello
esté ratificado por el Consejo de Ministros de la nación.
El historiador británico, Eric
Hobsbawn, describe en su obra La
invención de la tradición el origen y el cometido de una larga lista de
tradiciones, principalmente de sesgo británico. En la historia de los pueblos
se van entremezclando costumbres, leyendas y rutinas que con el tiempo
cristalizan en tradiciones, mediante las que se va estableciendo y consolidando
la cohesión social y la pertenencia a grupos y comunidades artificiales o
reales, se legitima instituciones, se reafirma la autoridad y se inculca
creencias y sistemas de valores garantes del sistema político y económico que
interesan al poder.
Se trata de implantar públicamente, por encima de la voluntad de los
ciudadanos, los intereses del poder establecido, confiriendo una identidad
determinada dentro de un grupo. Así, por ejemplo, en fechas relativamente
recientes se inventó que los galeses descienden directamente de algún hijo de Noé, del mismo modo que los árabes
supuestamente descienden de Sem,
hijo de Noé, o los vascos procederían de Túbal,
nieto de Noe, quinto hijo de Jafet y portador de una de las 72 lenguas, el
euskera, surgidas a raíz de la construcción de la torre de Babel. Seguramente,
los inventores de todas esas patrañas creerían estar cumpliendo un deber
sagrado en beneficio de su pueblo. Pero solo mentían.
Muchas de las tradiciones tenidas por universalmente conocidas y
aceptadas parecen haber sido construidas por delirantes manipuladores al servicio
del poder constituido: la gaita y el traje escoceses, los grandes ceremoniales
regios ingleses, las banderas, los himnos nacionales, los emblemas y las
enseñas, que pretenden remontarse a “tradiciones milenarias”, son en realidad
originarios de épocas y elaboraciones muy alejadas del tiempo que narran. Así,
la tradición corre el riesgo de ser un instrumento al servicio de la
manipulación. Como botón de muestra, los Tudor usaron la tradición inventada de
que el héroe galés, Madoc, con unos
cuantos compañeros más descubrieron América mucho antes que Colón, a fin de debilitar las
reivindicaciones españolas sobre el territorio norteamericano.
El poder necesita el aval de unas tradiciones que lo legitimen,
ratifiquen el carácter sacro de sus orígenes y tengan sujeto al pueblo bajo su
mando. Cuando los españoles llegaron al continente americano demolieron las
tradiciones, costumbres, creencias y símbolos indígenas e impusieron los
propios; de lo contrario, la labor de colonización radical de los nuevos territorios
difícilmente se habría podido llevar a cabo. Así, abatieron los ídolos y tótems
indígenas y los sustituyeron por los propios, quedando el continente inundado
de las cruces, vírgenes, santos, festividades, temores y supersticiones de los
conquistadores. Ingleses, españoles, portugueses y franceses entraron en una
carrera de okupación y de saqueo, con el alibí de que llevaban a los indígenas
ignorantes e idólatras la civilización, la cultura, el progreso, la verdadera
religión y las sanas costumbres. Desde ese misma intransigencia, aún hoy corre
peligro físico o moral quien ose señalar a los ídolos como ídolos, y a
determinadas tradiciones como producto de delirantes leyendas.
La Guardia Civil condecora a una virgen católica, su patrona por Real
Orden Circular del Ministerio de la Guerra de 1913, decidido también en Consejo
de Ministros del Gobierno del Partido Popular de Mariano Rajoy. En ese mismo Consejo de Ministros se decidió unos
presupuestos con recortes y nuevos impuestos por 40.000 millones de euros,
desde la quimera (esto sí es una verdadera quimera, Majestad) de rebajar el
déficit público al 6,3% este año y al 4,5% el que viene, a costa exclusivamente
del costillar y los lomos del pueblo llano, trabajador o desempleado.
España cada vez está más cerca de una devastadora depresión económica y
social. Quizá de ahí la condecoración a una virgen católica por si le place
echar una mano. El científico británico, Richard
Dawkins, afirma que en los anales religiosos se ha recogido toda suerte de
portentos y milagros, salvo el de restituir un miembro amputado. Dado que la
patrona de la Guardia Civil contradice tal afirmación desde su actuación en
Calanda en el siglo XVII, no hay que perder la esperanza. De hecho, el Gobierno
aragonés entregará a la Guardia Civil en el mismo acto de condecoración una
bandera de guerra, valorada en 5.000 euros.
Aunque, entretanto, la aconfesionalidad del Estado salte por los aires.
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