Publicado el 5 de octubre en Diario del Aire
El obispo de Córdoba ha aprovechado el funeral católico por los dos niños cordobeses presuntamente asesinados por su padre para arremeter contra el aborto y los niños no nacidos por haber decidido sus madres la interrupción de su embarazo.
El obispo de Córdoba ha aprovechado el funeral católico por los dos niños cordobeses presuntamente asesinados por su padre para arremeter contra el aborto y los niños no nacidos por haber decidido sus madres la interrupción de su embarazo.
Es curioso constatar cómo la
iglesia católica, al igual que muchas otras confesiones religiosas, ha ido
tomando una deriva común a las instituciones ya muy esclerotizadas: hacer
hincapié principal –casi exclusivamente- en el terreno de la moral, de “su”
moral, centrada, de hecho, en una moral que discurre de cintura para abajo, en
la sexualidad y sus aledaños. Moralizan así sobre las relaciones sexuales
prematrimoniales, contra la búsqueda del placer sexual y la satisfacción de la
libido al margen de los fines reproductivos. Relegan igualmente al ostracismo
sexual a la persona homosexual, pues para ellos cualquier manifestación y
práctica sexuales atentan contra los principios básicos de su “ley natural”. De
hecho, consideran la homosexualidad una enfermedad e incluso una perversión de
la que invitan a curarse.
Lanzan también sus huestes a la
calle en defensa de lo que conciben como familia verdadera y presentan el
aborto y el derecho a decidir de la mujer como la peor de las plagas morales de
la humanidad contemporánea. Los anticonceptivos son vitandos y execrables, e
incluso llegan a la aberrante postura de prohibir moralmente el uso del
preservativo en los casos de grave riesgo de contraer el sida.
Sin embargo, callan y ocultan
con dinero los casos de abusos sexuales de niños y de niñas perpetrados
profusamente en sus filas. Su ardor moralista tampoco les conduce a
denunciar los actuales recortes económicos en educación, sanidad, pensiones y
otros ámbitos y servicios sociales, el fracaso de la ley de reforma laboral con
el consiguiente abandono del pueblo trabajador a manos de los intereses y en
beneficio de los grandes grupos financieros, industriales y de servicios.
La jerarquía católica calla y
otorga, pues sirve a los intereses del poder y del dinero, como lleva haciendo
desde hace muchos siglos. Aún está por convocar una manifestación, encabezada
por obispos, de las huestes católicas en contra de los ingentes beneficios
económicos de las entidades financieras y las grandes empresas en nuestro país.
Aún está por ver un obispo oponiéndose al desahucio de una familia por no poder
pagar la hipoteca de su vivienda. Aún está por escuchar una condena de los
gastos militares en el mundo, de la explotación laboral infantil, de la
prostitución infantil. Aún está por nacer una crítica a las guerras
preventivas, a la política de cuasi exterminio que Israel penetra contra el
pueblo palestino, a los paraísos fiscales y a un largo etcétera más de
tropelías contra la ética fundamental.
Habla el obispo de Córdoba en el
funeral católico por los dos niños cordobeses presuntamente asesinados por su
padre y aprovecha para arremeter contra el aborto y los niños no nacidos por
haber decidido sus madres la interrupción de su embarazo.
Ante ese obispo y ante todos los sepulcros blanqueados restantes solo quiero
decir: “Dejad que los muertos entierren a sus muertos”.
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