Publicado hoy en El Periódico de Aragón
Mientras la noche del domingo
iban cayendo sobre nuestras cabezas los primeros datos de las elecciones
gallegas y vascas, con resultados anunciados por las encuestas con bastante
anterioridad, quedó patente, más allá de las preferencias políticas de cada
uno, que el pueblo, con todos sus condicionamientos sociales, económicos y
políticos que se quiera, habló con claridad en Euskadi y Galicia. Quedó
asimismo patente, si tenemos en cuenta la abstención habida, que una parte de
la ciudadanía cada vez está más
harta e indignada con la clase política actual.
Por otro lado, el domingo
pasado se puso de manifiesto una realidad que cada vez parece más habitual y
dada por sentada: el PSOE sufre un nuevo batacazo electoral. El declive del
Partido Socialista Obrero Español es una mala noticia para el país, pues buena
parte del voto captado por el PSOE desde 1977 hasta nuestros días no sabe ya a
qué atenerse, parece tan desnortado y desorientado como los actuales dirigentes
socialistas, al carecer de un criterio claro y unos objetivos creíbles.
El sistema político español ha
creado dolosamente un sistema electoral tendente a consolidar la alternancia en
el poder de dos únicos partidos (PP y PSOE), con una sustanciosa ganancia de escaños
por parte de dos partidos nacionalistas (PNV y CiU), que en el río revuelto de
los intereses partidistas han ido apoyando en su propio beneficio al partido en
el gobierno de turno, con un flagrante perjuicio para los llamados “partidos
minoritarios”. Este sistema, perverso, está llevando a que el actual
hundimiento del PSOE, que ha gobernado durante veintiún años en España, deje al
país en manos del entreguismo del PP a los dictados de Bruselas y Berlín, con
la correspondiente catarata de recortes laborales y sociales en detrimento del
bienestar de la ciudadanía, el retroceso de varias décadas en una serie de
derechos fundamentales y el marasmo global del país.
Tras su batacazo electoral en
2011, los socialistas parecen seguir sin haber entendido nada, presos de sus
propios intereses creados de partido.
Parecen no ver, oír o decir algo realmente coherente, pues su actual
cúpula dirigente está cautiva de su propia modorra: su oposición crítica
resultaría poco creíble para la ciudadanía y su presunto plan alternativo sería
objeto del escepticismo general.
A la ciudadanía le resulta
difícilmente creíble que ahora el partido socialista pueda criticar la
pasividad del actual Gobierno respecto del dictado de los mercados, cuando
ellos sucumbieron por las mismas razones y en igual medida a los mismos
dictados de los mercados. La ciudadanía no comprendería que el PSOE propusiera otra
política fiscal con los estratos socio-económicos de población de mayores recursos,
cuando durante sus últimos ocho años el Gobierno de ZP apenas hizo nada al
respecto; o que pretendiere alinearse ahora con posiciones críticas a la
confesionalidad del Estado si durante veintiún años de gobierno el socialismo
solo ha ido reforzando la posición privilegiada de la iglesia católica en
España.
Tampoco puede enarbolar el
estandarte de la paz un partido socialista que ha llevado a España
al récord de compra y de venta
de armamento, o la bandera de la justicia social cuando en ocho años de gobierno no ha osado
plantear siquiera con la boquita pequeña el establecimiento de un impuesto sobre
las transacciones financieras o una banca pública o la justa redistribución de
la riqueza y de los recursos del país, o el reparto de tierra a unos jornaleros
que, pasado más de un siglo, vuelven a exigir tierra y pan, si no han osado
rozar el más minúsculo interés de los grandes propietarios de tierra, incluidas las propiedades de
titularidad pública.
La ciudadanía sigue teniendo
clavado en su memoria los indultos a grandes figuras de la banca y defraudadoras
del fisco; no ha visto ante los tribunales a los perpetradores de la burbuja inmobiliaria o de la
especulación financiera. La ciudadanía sigue sin conocer un posible plan
alternativo creíble del PSOE para salir de la crisis e instaurar una dinámica
regeneradora de la economía y de la vida política, pues, de hacerlo, recibirían
de inmediato la consabida pregunta: por qué no lo habéis hecho antes en
vuestros ocho años de gobierno.
Entretanto, siguen los mismos
dirigentes socialistas en España. También en Aragón. Con los mismos discursos.
En algunos casos, incluso con su cansino y tedioso andar hacia ninguna parte.
Toda su vida viviendo de y desde sus cargos, la política se torna un acto
continuo de onanismo partidista. Un sempiterno dirigente socialista aragonés
propone como solución volver “a las virtudes éticas” de 1982 y al PSOE como
única alternativa contra el neoliberalismo. O sea, el discurso vacío de
cualquier mensaje tangible y creíble para la ciudadanía, cada vez más harta e
indignada.
Lamentablemente, el socialismo de Pablo Iglesias es al socialismo actual
lo que la música de Mozart es a la
música compuesta con una zambomba.
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