miércoles, 31 de octubre de 2012

Recordando a los que se han ido

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Publicado hoy en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN

Días de filas interminables de coches que se dirigen a los cementerios. El ayuntamiento zaragozano, por ejemplo, lleva una semana ultimando preparativos para que el cementerio de Torrero reciba 400.000 visitantes, lo que significa que más de la mitad de su población  se acercará al cementerio.
Hace años, acompañaba a mi madre a “hacer una visita” a su marido, su madre, sus hermanas y otros familiares difuntos. Limpiaba despacio, con mucho esmero, sus lápidas, que adornaba con flores, y musitaba con labios temblorosos y mucho sosiego una oración. Recuerdo cómo subía unos peldaños trabajosamente y hablaba, mientras limpiaba, a mi padre: “Guillermo, mi Guillermo…”, le decía. Aquellos momentos eran inefables, pues en el ambiente brotaba a borbotones todo el amor, el dolor y la devoción que permanece incólume en el corazón de los humanos por sus seres queridos, por mucho que hayan fallecido mucho tiempo antes. Junto a mi madre, miles de personas más volcaban de igual modo su recuerdo y su cariño para con sus  seres queridos fallecidos.
Hoy se conmemora a los muertos, más allá de los teatros y sus Tenorios, del Halloween anglosajón, de los ritos religiosos o de la interminable procesión de coches por las autopistas con gente ahíta de monotonía y deseosa de descanso durante el puente vacacional. Hoy toca hablar de muerte, de muerte buena y de buena muerte. Muchos la temen o le dan la espalda o la esconden en hospitales y en la farragosa burocracia que una compañía aseguradora se encarga de aliviar. La muerte, sin embargo, no es tétrica ni oscura, sino solo el doloroso desgarro final y la ausencia irremplazable de una persona que amamos. Por eso hay que hablar de la muerte sin reparos, para precisamente poder proporcionar a quien se va una buena, tranquila y cálida despedida.
Mi entrañable compañero y hermano, Luis Montes, me facilitó hace unos meses un estudio realizado por el CIS en 2009 sobre la atención médica a los enfermos en la fase final de enfermedades irreversibles. Conmueve leer allí que el 52% de los encuestados había vivido “con mucho sufrimiento” el fallecimiento de personas muy próximas y queridas (el 88%, de familiares directos).
En realidad, no costaría tanto aliviar el sufrimiento del enfermo y el “mucho sufrimiento” de quienes asisten a su muerte, a no ser que nuestros gobernantes pretendan someter también a los muertos a la ley de sus recortes. Sanidad significa ayudar a vivir saludablemente y a morir dignamente, sin discriminación alguna. Por eso la sanidad ha de ser pública, al alcance de todos y de todas por igual. Sin embargo, grandes intereses económicos están empeñados en hacernos caer en las redes de la sanidad privada, de las aseguradoras, dejando abandonados a quienes no pueden costearse la salud y la muerte.
Cioran nos cuenta en Breviario de los vencidos que quería a los que estaban cercados por la muerte, para poder volverse espíritu con ellos. En un poema de Brecht, un obrero pregunta a un médico que achaca su dolor de hombro a la humedad si también la mancha que hay en la pared de su casa proviene de esa misma humedad, para acabar preguntándole si sabe también de dónde proviene la humedad. De igual modo, en estos tiempos de empobrecimiento creciente de la población, el sistema público de salud debería ser, junto con la educación pública y un sistema universal e igualitario de pensiones, las joyas de la corona de un país habitado por ciudadanos y ciudadanas libres, iguales, formados intelectual, profesional y cívicamente, cuyos derechos fundamentales incluyen poder llevar una vida buena y una buena vida, al igual que contar con una muerte buena y digna.
Eso incluye igualmente poder ser atendido en casa en los momentos finales, tal como declara preferir en la citada encuesta del CIS el 45,4% de los encuestados, recibir información completa y precisa sobre su estado de salud (96,6%), tener acceso a la asistencia sanitaria necesaria para una muerte sin dolor ni sufrimiento (96,5%), aunque el tratamiento acelere su muerte (82,6%) sin prolongar la vida de forma artificial cuando no existe esperanza alguna de curación (81,2%).
Asimismo, el 63,3% de la ciudadanía española quiere que la ley autorice al médico a poder poner fin a la vida y los sufrimientos de una persona que lo solicite libremente y el 49,7% cree que la ley debería permitir a los médicos proporcionar los medios necesarios para que el paciente termine con su vida. Incluso, el 42,8% estaría dispuesto a contribuir personalmente a adelantar el final de la vida de un allegado, si bien el 44,2% no lo haría. Ignorar estos hechos y datos es solo un acto de hipocresía social e institucional.
 Maravilloso anhelo el de morir un día rodeado de personas amantes de la tierra. Fecundo deseo el de volver a la tierra para volver a ser tierra como acto definitivo de amor a la tierra.


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