Publicado hoy en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN
Días de filas interminables de coches que se dirigen a los cementerios.
El ayuntamiento zaragozano, por ejemplo, lleva una semana ultimando
preparativos para que el cementerio de Torrero reciba 400.000 visitantes, lo
que significa que más de la mitad de su población se acercará al cementerio.
Hace años, acompañaba a mi madre a “hacer una visita” a su marido, su
madre, sus hermanas y otros familiares difuntos. Limpiaba despacio, con mucho
esmero, sus lápidas, que adornaba con flores, y musitaba con labios temblorosos
y mucho sosiego una oración. Recuerdo cómo subía unos peldaños trabajosamente y
hablaba, mientras limpiaba, a mi padre: “Guillermo,
mi Guillermo…”, le decía. Aquellos momentos eran inefables, pues en el ambiente
brotaba a borbotones todo el amor, el dolor y la devoción que permanece
incólume en el corazón de los humanos por sus seres queridos, por mucho que
hayan fallecido mucho tiempo antes. Junto a mi madre, miles de personas más volcaban
de igual modo su recuerdo y su cariño para con sus seres queridos fallecidos.
Hoy se conmemora a los muertos, más allá de los teatros y sus Tenorios,
del Halloween anglosajón, de los ritos religiosos o de la interminable
procesión de coches por las autopistas con gente ahíta de monotonía y deseosa
de descanso durante el puente vacacional. Hoy toca hablar de muerte, de muerte
buena y de buena muerte. Muchos la temen o le dan la espalda o la esconden en
hospitales y en la farragosa burocracia que una compañía aseguradora se encarga
de aliviar. La muerte, sin embargo, no es tétrica ni oscura, sino solo el
doloroso desgarro final y la ausencia irremplazable de una persona que amamos.
Por eso hay que hablar de la muerte sin reparos, para precisamente poder
proporcionar a quien se va una buena, tranquila y cálida despedida.
Mi entrañable compañero y hermano, Luis
Montes, me facilitó hace unos meses un estudio realizado por el CIS en 2009
sobre la atención médica a los enfermos en la fase final de enfermedades
irreversibles. Conmueve leer allí que el 52% de los encuestados había vivido
“con mucho sufrimiento” el fallecimiento de personas muy próximas y queridas
(el 88%, de familiares directos).
En realidad, no costaría tanto aliviar el sufrimiento del enfermo y el
“mucho sufrimiento” de quienes asisten a su muerte, a no ser que nuestros
gobernantes pretendan someter también a los muertos a la ley de sus recortes.
Sanidad significa ayudar a vivir saludablemente y a morir dignamente, sin
discriminación alguna. Por eso la sanidad ha de ser pública, al alcance de
todos y de todas por igual. Sin embargo, grandes intereses económicos están
empeñados en hacernos caer en las redes de la sanidad privada, de las
aseguradoras, dejando abandonados a quienes no pueden costearse la salud y la
muerte.
Cioran nos cuenta en Breviario
de los vencidos que quería a los que estaban cercados por la muerte, para poder
volverse espíritu con ellos. En un poema de Brecht, un obrero pregunta a un médico que achaca su dolor de
hombro a la humedad si también la mancha que hay en la pared de su casa
proviene de esa misma humedad, para acabar preguntándole si sabe también de
dónde proviene la humedad. De igual modo, en estos tiempos de empobrecimiento
creciente de la población, el sistema público de salud debería ser, junto con
la educación pública y un sistema universal e igualitario de pensiones, las
joyas de la corona de un país habitado por ciudadanos y ciudadanas libres,
iguales, formados intelectual, profesional y cívicamente, cuyos derechos
fundamentales incluyen poder llevar una vida buena y una buena vida, al igual
que contar con una muerte buena y digna.
Eso incluye igualmente poder ser atendido en casa en los momentos
finales, tal como declara preferir en la citada encuesta del CIS el 45,4% de
los encuestados, recibir información completa y precisa sobre su estado de
salud (96,6%), tener acceso a la asistencia sanitaria necesaria para una muerte
sin dolor ni sufrimiento (96,5%), aunque el tratamiento acelere su muerte
(82,6%) sin prolongar la vida de forma artificial cuando no existe esperanza
alguna de curación (81,2%).
Asimismo, el 63,3% de la ciudadanía española quiere que la ley autorice
al médico a poder poner fin a la vida y los sufrimientos de una persona que lo
solicite libremente y el 49,7% cree que la ley debería permitir a los médicos
proporcionar los medios necesarios para que el paciente termine con su vida.
Incluso, el 42,8% estaría dispuesto a contribuir personalmente a adelantar el
final de la vida de un allegado, si bien el 44,2% no lo haría. Ignorar estos
hechos y datos es solo un acto de hipocresía social e institucional.
Maravilloso anhelo el de
morir un día rodeado de personas amantes de la tierra. Fecundo deseo el de
volver a la tierra para volver a ser tierra como acto definitivo de amor a la
tierra.
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