Publicado hoy en El Periódico de Aragón
El New York Times sacó en
portada a un hombre hurgando en un contenedor en busca de comida y el Gobierno
español montó en cólera, aduciendo que atentaba contra la “marca España”, pero
a nadie pareció importarle cómo se llamaba y dónde dormía aquel hombre. Y como
él, todos y cada uno de nosotros hemos podido ver decenas de veces en nuestra
ciudad a muchos seres humanos rebuscando ropa, comida o cualquier cosa que
consumir, vender o trocar.
El
mismo día en que se celebraba esa entidad platónica denominada ”Hispanidad”,
mientras desfilaban soldados y blindados, los mandos de la Guardia Civil
brindaban con cava en honor de su patrona y millones de flores desembocaban en
el remanso de la zaragozana Plaza del Pilar, Andrés Rábago, El Roto, nos regalaba una viñeta donde una abuela
pregunta a su nieto: “¿No sientes el orgullo de ser español?”, a lo que el niño
responde: “Abuela, a mi me da vergüenza ser de cualquier sitio”. Días antes
leíamos que España se ha convertido en el país con mayor desigualdad social de
la eurozona y que los servicios sociales atendieron en 2010
a más de ocho millones de personas. Es decir, es mentira (no solo
falsedad, sino mentira) que la crisis afecte a toda la población española: los
tiburones ricos hacen cada día más destrozos en la supervivencia del resto de
la población.
Por los medios sabemos que va en
aumento el número de quienes tienen hambre (niños incluidos), carecen de techo,
son desahuciados por el banco o la caja de turno, están sin empleo, con apenas
recursos para medicinas o material escolar para sus hijos. Los medios nos
muestran simultáneamente ONGs y altruistas voluntarios repartiendo comida
caliente, ropa o un catre. Son gente encomiable y organizaciones dignas de
apoyo y aliento, pero no por ello debemos olvidar que es al Estado y al
Gobierno a quienes corresponde afrontar y resolver estas carencias.
El Gobierno se parapeta en
apuntalar la actividad caritativa, en lugar de hacer efectiva su obligación de
hacer justicia. Que un ciudadano coma en el local de una ONG, por ejemplo,
resuelve un problema desde el ámbito de la beneficencia, pero también pone de
manifiesto que, de hecho, el Gobierno hace dejación de su obligación de
trabajar por el bienestar y la implementación de los derechos fundamentales de
todos y cada uno de sus ciudadanos. Estamos tan acostumbrados a que
determinadas necesidades hayan sido asumidas históricamente por instituciones
caritativas o benéficas que el Gobierno de turno suele lavarse las manos, como
si este asunto no le concerniese, dejando sus obligaciones en manos ajenas y
privadas.
Como botón de muestra, según la Memoria de Cáritas Española en 2010,
cuya acción social y humanitaria nadie pone en duda, ingresaba 218,6 millones
de euros en acción social en España, de los que el 77,5 eran de procedencia
pública y 141 tenían origen privado. Curiosamente, a pesar de la propaganda
institucional que la Conferencia Episcopal Española hace profusamente con
fondos igualmente provenientes de las arcas públicas del Estado, la iglesia
católica aportó solo el 2% del presupuesto de Cáritas. De ahí que sea mentira
(no solo falsedad, sino mentira) que financiar a la iglesia católica equivalga
a financiar a Cáritas o, como afirmó Rouco
Varela, si la Iglesia se viere obligada a pagar el IBI la actividad
de Cáritas se resentiría seriamente, dejado así caer subliminalmente que
Cáritas está financiada básicamente por la iglesia católica (financiada, por
cierto, en su mayor parte desde los presupuestos generales del Estado).
¿Acaso no dice el artículo 1 de la
Constitución España en su Título Preliminar que España es un Estado social y
democrático”, cuyos valores básicos son “la libertad, la justicia, la igualdad
y el pluralismo político”? ¿Cómo puede interpretarse entonces que el Gobierno debe
ejercer la función ejecutiva de acuerdo con esa misma Constitución (art. 97)?
¿Financiando ONGs ad libitum o incluso a imagen y semejanza de su ideología?
¿Cómo debe entenderse que los españoles son iguales ante la ley? ¿Es que allí
no se declara el derecho fundamental a la educación, la obligación al
sostenimiento de los gastos públicos de acuerdo con la correspondiente
capacidad económica mediante un sistema tributario justo inspirado en los
principios de igualdad y progresividad, el deber de trabajar y el derecho al
trabajo, la atención sanitaria, la vivienda digna, etc.? ¿No se dice también
que los derechos y libertades reconocidos en la Constitución vinculan a todos
los poderes públicos (art. 53)?
Aristóteles
dejó escrito en el Libro I de su
Política la conocida frase “el ser humano es por naturaleza un animal
político”. Dejando ahora de lado el término “político”, es importante subrayar
la vertiente animal (zoon) de lo humano: difícilmente podremos pedir
solidaridad, civismo o conciencia política a quien no tiene alimento, vestido,
vivienda, presente y futuro supervivenciales dignos para sí mismo y para su
familia.
A propósito, ¿cómo va, señor Rajoy, la ley de Dependencia?
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