jueves, 3 de marzo de 2016

El ombligo de los parlamentarios en nuestro corral




No he seguido –no he querido seguir- las dos sesiones de investidura de Pedro Sánchez como candidato a firmar gobierno del Reino de España, salvo lo que se me ha ido colando en algún telediario o emisora de radio. Sabía de antemano lo que unos y otros iban a decir y votar, con su mente puesta en unas probables nuevas elecciones. Y es que están mis rodamientos tan desgastados con tanto trasiego fofo en la Corralpolitik de Españistán que ya no me restan energías para escucharles y atenderles.

¿Por qué Corralpolitik? Nuestros recién estrenados diputados y diputadas padecen de onfaloscopia aguda (del griego ónfalos, ombligo, y skopia, mirar), dolencia que lleva a no mirar más allá del propio ombligo. Cuentan que hacia el siglo VI de nuestra era, unos monjes orientales (hesicastas, del juego hesicasmía, quietud, silencio, paz) se fueron al desierto a rezar y encontrar la salvación de sus almas. Algunos de ellos practicaban la onfaloscopia, el método de oración por el que, absortos en la contemplación  de su propio ombligo, buscaban alcanzar el conocimiento pleno y su unión con la divinidad. Habitualmente, pero sobre todo durante los pasados 1 y 2 de marzo, nuestros parlamentarios se ejercitaron intensamente en el método onfaloscópico de hacer/deshacer  política (?).


Sin embargo, nuestros parlamentarios no son más responsables que cualquiera de nosotros en su contemplación onfaloscópica del mundo. De hecho, en cuanto se enciende la primera lucecilla de conciencia en nuestras mentes, ya estamos metidos en una “macro-cinta-transportadora” que nos lleva por las autovías de nuestra cultura, nuestra sociedad y nuestros reglamentos, y que solemos llamar “sistema” (adornado con algunos calificativos políticamente correctos: “democrático”, “de libertades”, “de mercado”, “de bienestar”, etc.). Fuera del sistema, no solo no hay salvación, sino que ni siquiera existe el mundo (salvo el submundo, el subterráneo, el “tercero”, que aparece en nuestras pantallas solo cuando ocurre algún cataclismo o alguna catástrofe).

En efecto, fuera del sistema solo hay caos y por eso dicen que quien se opone al sistema no muestra otro sistema nuevo, sino que es simplemente un “antisistema”. El sistema está sujeto a la globalización, pero solo nos quejamos de él si el patrón lleva la empresa a otros rincones remotos del sistema, y, en cambio, nos gusta si podemos comprar camisetas, deportivas, móviles y demás cachivaches más barato. Si quienes los fabrican trabajan catorce horas diarias, en condiciones insalubres y por cuatro dólares, ya nos importa poco o nada. De hecho, nos importa ante todo que nuestra macro-cinta-transportadora este siempre bien engrasada, que nuestro sistema no sufra quebranto, que nuestro corral (finalmente, “corral” y “sistema” son sinónimos) sea confortable.



Personalmente, cada vez me siento más incómodo en ese corral, en “el sistema”, aunque, de hecho, sea mucho menos “antisistema” de lo que quisiera y quizá debiera, pero sobre todo estoy convencido de que el sistema es –rememorando algunos carteles del 15-M- “anti-nosotros”, “anti-yo-mismo”. Todo es corral, todo ha sido corral, en el corral y desde el corral en la pasada sesión de investidura de Pedro Sánchez. Desde el primer partido político hasta el último sus críticas e intervenciones en política económica, social, cultural, etc.  fueron “corraleras”.

Mientras hablaban, yo leía el excelente  libro de Martín Caparrós “El Hambre” (Anagrama), que me fustigaba, recordándome que 800-900 millones de personas pasan hambre cada día, cada 5 segundos un niño menor de 10 años muere de hambre, la agricultura mundial podría alimentar en la actualidad a 12.000 millones de personas (el doble de la población mundial actual), cada día se mueren 25.000 personas por causas relacionados con el hambre, cada medio minuto mueren de hambre entre 8 y 10 personas…



En un descanso, me informé de que cada sesión de investidura ha durado, aproximadamente, unas diez horas. O sea, veinte horas para que Sánchez recibiera el NO de la Cámara. Es decir, 10.000 muertos por hambre por sesión. Esto es, 20.000 muertos por hambre, en las dos sesiones. En otras palabras, medio millón de refugiados sirios en territorio europeo sin techo y sin acogida alguna. Dicho de otra manera, 4 millones de refugiados sirios más en otros países. En otros términos, la UE mira hacia otro lado y se lava las manos dando 3.000 millones de euros a Turquía para que haga de muro de contención. En román paladino, durante la sesión de investidura  del 1 y 2 de marzo, de todo esto y de mucho más (todo ello inexistente, por ser del submundo, del tercero, del exterior al sistema), NI UNA PALABRA.

Un hombre tan honorable como Jean Ziegler, relator especial de la ONU para el Derecho a la Alimentación entre 2000 y 2008, y actualmente vicepresidente del Comité Asesor del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, escribe: Un chico que muere de hambre es un chico asesinado” (Destrucción masiva, Península, 2012). ¿Quiénes son los asesinos? ¿También quienes vivimos en el corral de Españistán?

 Y Martín Caparrós exclama: “¿Cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas”.
Escucho la silenciosa marcha circular (círculo vicioso) de la macro-cinta- transportadora, la triunfante fanfarria de los medios adictos al sistema, los “síes” y los “noes” de sus señorías, el llanto del niño que se consume poco antes de morir, el silencio de los ya muertos, sobre todo de todos esos muertos que han muerto mientras yo he estado escribiendo este artículo.












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