QUEDAN 25 DÍAS DE ESTANCIA EN EL PORTAL DE LA
CONSEJERA ARAGONESA DE EDUCACIÓN
Esta
madrugada ha ocurrido algo portentoso. Lo relato aquí con toda la fidelidad a
los hechos de que soy capaz:
Karl
Marx parecía un viejo oso pardo sentado en aquel sillón de mimbre, envuelto en
una gruesa bata de lana, con sus piernas ocultas debajo de la mesa camilla. La
habitación era fea y la casa entera daba la impresión de estar al borde del
desahucio por ruina: paredes sucias, una alfombra apolillada, el suelo de
madera carcomida, un candelabro -dos cabos de vela a punto de extinguirse- que alumbraba débilmente aquella especie de
caverna. Miré de reojo el calendario que colgaba de un clavo en la pared. Noviembre
de 1852. Aquel otoño de 1852 estaba resultando especialmente duro y amargo para
Marx y su familia, también para buena parte de Londres.
“Perdone
el desorden. Mi
mujer está enferma. Mi hija Jenny también”,
me explicó Karl Marx, justificando quizá la pobreza que le rodeaba. “Hasta
Lenchen, la gobernanta de la casa, tiene temblores, padece una fiebre nerviosa
que no le deja hacer nada. No sé qué hacer, me siento impotente ante tantas
desgracias acumuladas una sobre otra. Así no hay quien trabaje...”, se lamentó. "¿Qué ha dicho el médico? ¿Es
grave lo que tienen?"
-le pregunté tímidamente, contagiado de su pesadumbre. "¡El
médico...!” –exclamó Marx-. “La
visita de un médico es un lujo que no podemos permitirnos... No tengo un penique,
eso sin contar las medicinas que recetaría seguramente...". Yo no sabía qué decir. Me removí, nervioso, en la
silla y permanecí callado, asimilando la sorpresa de que, por primera vez, en
vez de viajar alguien hasta mi casa o hasta el portal de la Consejera aragonesa
de Educación, fuese yo mismo el que se viese transportado hasta lugares y
tiempos tan imprevisibles.
Con
estas cavilaciones, debí de hacer algún gesto raro porque Marx añadió enseguida:
"¿Le
extraña? ¿En qué mundo vive usted, si puede saberse? Dé una vuelta por Londres,
por cualquier ciudad de este oscuro continente. Métase en cualquiera de las casas
ennegrecidas de los suburbios de Londres, atestadas de piojos, ratas y mugre. Eche una ojeada a sus
fábricas, a sus calles. ¿Conoce usted Londres?". "No, no
soy británico” –respondí, sin
atreverme a aclararle nada.
Se
hizo de nuevo el silencio. “Poco le
queda a usted para permanecer cada mañana en el portal de esa Consejera de
Educación de su tierra”,
dijo Marx, no sé si por decir algo. “Hasta
el 30 de abril, quedan 25 días”,
respondí, pero él ya debía de saberlo, pues preguntó en el acto: ”¿Y después? ¿Qué va a hacer usted después”. Y prosiguió: “No
me lo diga, Antonio. En esencia ya sé qué va a hacer usted. Quiero que sepa que
seguiré con usted día tras día allá donde usted decida ir y estar”. “Muchas
gracias, Herr Marx”, le agradecí muy
sinceramente.
Y al
poco rato estaba con mi cartel, en el número 26 de la calle Alfonso, saludando
a los vecinos que entraban y salían del portal donde reside la Consejera de
Educación, Universidad, Cultura y Deporte del Gobierno de Aragón.
Se
me ha olvidado contar que Tony Bennett se coló también en la casa de Karl Marx
y cantó esta nostálgica canción para todas y todos los que amáis la escuela
pública, laica y de calidad. Nos emocionó mucho a Karl y a mí escucharla.
Hasta
mañana
¿Aun no te sacan un piscolabis de vez en cuando?
ResponderEliminarSin coñas, sería inteligente por su parte
No, pero no he perdido la esperanza
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