Me quedé de piedra. Al finalizar el
primero de los seis episodios de que consta la película argentina Relatos salvajes de Damián Szifron, no
podía dar crédito a lo que acababa de ver. Unas horas antes había contemplado
en el televisor las escenas de la macabra historia de un copiloto alemán de la
compañía Germanwings que el 24 de marzo de 2015 estrelló el avión contra los Alpes franceses con 150 personas a bordo.
Pues bien, aquel primer episodio de la película argentina Relatos salvajes, en
su esencia, cuenta ese mismo hecho con varios meses de antelación: su estreno
en las salas argentinas de cine aconteció el 21 de agosto de 2014 y en las
españolas el 17 de octubre del mismo año. Me quedé de piedra, sí.
En aquel primer episodio (Pasternak), una modelo conversa con un
crítico de música clásica en un avión que acaba de despegar. Al poco tiempo,
descubren que el crítico suspendió la tesis doctoral del primer novio de la
modelo, Gabriel Pasternak. Como otros pasajeros pueden oír la conversación, van
apareciendo la antigua profesora de música de Pasternak, un señor que lo
despidió de una empresa, un compañero de clase, su psicoanalista… hasta
descubrir que todos los pasajeros han tenido alguna relación con Pasternak a lo
largo de su vida. Una señora se pregunta, extrañada, si existe alguna “conexión
cósmica” entre tantas coincidencias, pero la realidad es mucho más cruda:
mientras el avión cae en picado, una azafata cuenta con horror que Pasternak es
el comisario de abordo del vuelo y el piloto del avión, que se ha encerrado en
la cabina para vengarse de todos ellos, así como de sus padres, que apenas
tienen tiempo de dejar de leer plácidamente en el jardín de su casa porque el
avión de Pasternak cae directamente sobre sus cabezas.
Sobre mi mente cayó un obús en forma
de pregunta: ¿llevamos dentro de nosotros un potencial Pasternak que nos puede
precipitar hacia actitudes y acciones
insospechadas por venganza o simplemente por la estúpida manía de mantener
nuestro ego por encima de quienes consideramos menos inteligentes o creemos que
abusan de nuestra bondad o paciencia, u osan hacernos objetos de vergüenza o de
chanza ante los demás? Fui muy cauto en no responder rápidamente a la pregunta,
pues ello solo sería prueba de la existencia de Pasternak en mi personalidad
más reprimida, maquillada, moralizante y paranoide.
La persona “normal”, cotidiana y
aparentemente equilibrada y sociable, puede sacar a su Pasternak o a su Míster
Hyde, si la situación va llevándola por cauces suficientemente desquiciantes
para ella. Un mal gesto o un percance automovilístico mientras conduce, la
aparición de alguien que ha causado un grave daño a un ser querido, una
burocracia similar a la de El Castillo de Kafka o el descubrimiento de una
mentira que parece hundir la propia existencia (algunos episodios de la
película Relatos Salvajes) pueden arrastrar a más de una persona hasta los
brazos de algún vengativo Pasternak interior.
No otra cosa parece suceder en los
mundos subterráneos de la política que afloran de vez en cuando ante los ojos
del espectador o del votante. En la galaxia política existen muchos Pasternak,
cuya más relevante peculiaridad es la de intentar sin tregua estrellar el
aparato con todos los adversarios políticos dentro y a la vez salir incólume y
victorioso de tal empresa. La ciudadanía contempla así a través de un incesante
Y Tú Más el caudaloso y heraclíteo
río de rencores y venganzas donde nadie puede bañarse dos veces en un mismo río
en el que unos y otros van diciendo sin problema alguno Diego donde dos minutos
antes dijeron Digo.
En la mayor parte de la ciudadanía,
sin embargo, duerme tranquilo Pasternak, lo que explica, por ejemplo, que con Isabel Preysler, El Hormiguero alcanzara su
récord histórico de audiencia, con un 19,4% de
cuota de pantalla y 3.855.000 espectadores. Doña Isabel reveló allí a los
televidentes (y a su respectivo Pasternak) su perfil más favorecedor y la
fórmula de la eterna juventud mediante un batido de frutas y verduras.
Moraleja: el partido político que
acierte más y mejor a dormir de este modo al Pasternak del votante, dejándose
de programas y demás jerigonzas, ganará las elecciones.
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