No me sobresalto, pues
me estoy acostumbrando a tanta sorpresa diaria: otro hombre en mi cocina
mientras desayuno. Tiene unos treinta y tantos años, pelo algo ondulado, de
color castaño muy claro. Más bien alto, sus ojos son extremadamente verdes, sus
labios sensuales y una permanente sonrisa navega entre ellos repartiendo simpatía
e ironía. Su espalda es ancha y sus brazos fornidos, y todo él transmite un
aire de seguridad personal y de gusto por la vida. Sin poder creer aún lo que
estoy viendo, constato que es el propio Paul Newman en persona el que tengo
ante mis narices. Está de pie, apoyado en la pared, abrazado a su metralleta.
“Siéntate,
Paul”, le digo, y él se sienta. “No me llamo Paul, ni soy el que piensas”,
me aclara, “a veces las apariencias engañan”. “¿Y cómo te llamo entonces?”, inquiero. “Como gustes”,
contesta. “Pues no sé..., ¿qué te parece Humphrey?”, le tanteo. “Me parece bien”, comunica. Invito: “¿güisqui?”. Acepta: “Sí”,
pero advierte: “solo un poco, acabo de levantarme”. “¿Así?”. Determina: “así, gracias”, y es cuando propongo: “deja, si quieres, la metralleta en ese rincón, Humphrey, junto al
cepillo de barrer”. Grita: “eso
jamás”. Y yo entonces: “como
quieras”. El dice: “bien,
¿qué quieres?”. Y yo: “nada
de particular, hablar un rato”. Y él: “soy un hombre muy ocupado”. Informo: “también yo debo irme dentro de un rato”. Él
no me escucha, pues está inspeccionando los armarios de la cocina.
Concluida su
investigación, concede inesperadamente: “dejo la metralleta en el
rincón”. Juzgo su repentina decisión: “bien, no me gustan las metralletas”.
¿No me serás un pacifista de esos que rechazan la
lucha armada y la violencia?– exclama sobresaltado Humphrey-Paul.
En el portal de la Consejera nunca hemos respondido en
dos años a provocaciones, descalificaciones, insultos y gestos hostiles –aclaro-.
Inmediatamente, hace ademán de levantarse e irse. Escancio otro chupito de
güisqui y se lo ofrezco, mientras le ruego: Un segundo
más, Humphrey-Paul.
Le doy unas líneas que
he ido redactando durante la conversación en un trozo de papel de cocina:
“Podemos
soñar con un mundo sin conflictos, pero la realidad nos recordará
continuamente que vivimos en un mundo donde surgen conflictos en las relaciones
interpersonales, sociales y políticas. Un conflicto puede resolverse empleando
la violencia. Entonces hay un vencido y un vencedor, lo que conlleva una reconciliación
fallida y, finalmente, una o varias victimas. También se puede negar la
existencia del conflicto o echarle tierra encima; pero con frecuencia tal situación
guarda violencia para el futuro. El verdadero problema no es tanto la aparición
de los conflictos cuanto la elección de los medios que utilizamos para
resolverlos.
La
no-violencia observa y toma buena nota de los conflictos, ya sean interpersonales,
sociales o políticos, para, al implicarse en ellos, intentar resolverlos por
medios que no tengan nada que ver con el mecanismo de la violencia. Tales
medios – que excluyen incluso el odio al otro, aunque sea responsable de una
injusticia – se busca que sean eficaces y moralmente aceptables.
La no violencia es una propuesta en positivo para entender los
conflictos, encararlos y transformar la sociedad”.
Humphrey-Paul lee el papel en
silencio. Después, levanta con su bota izquierda llena de hebillas la tapa de
reciclaje de papel y lo arroja dentro. Cuando le cuento por teléfono la
anécdota a Marisol, ella comenta: “Hay gente que cuanto
más habla de arrojar bombas, pegar tiros y colgar a otros menos hace y menos
dispuesta está a hacer”. Sabias palabras las de Marisol…
Hasta mañana
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