Me ha levantado a las tres y veinticinco de la madrugada y me ha
puesto de rodillas y con los brazos cruzados.
¿Cuántas veces?, me ha preguntado sin más explicaciones.
A pesar del sueño, veo su cabeza apoyada sobre su mano
derecha, envuelta en el escapulario blanco. Está sentado en una silla marrón
descolorida, su rosario cuelga pendulante hasta el suelo, y con su cuerpo
arqueado de semejante guisa parece El Pensador de Rodin. El frío de las baldosas
va subiendo por mis rodillas invadiendo poco a poco todo mi cuerpo. ¿Cuántas veces?, vuelve a preguntarme.
Aquel cura nada tiene de
amistoso, todo en él es impersonal y frío. Director del colegio, Experto en
encerronas, Obseso sexual, Santo, Virgen, Viudo, Mártir, Reprimido y Represor,
Esquizofrénico, Paranoico, Devoto de las epístolas paulinas, Ignorante honoris
causa por la Universidad Católica Universal, Asesino de infantes, la sonrisa
del Padre Ripaldía hiela el corazón.
El pecado solitario mancilla no solo al alma, sino también al cuerpo,
templo del Espíritu Santo - el padre Ripaldía habla en voz muy baja y en las comisuras de
sus labios asoma saliva amarilla, casi seca. Sí, Padre. “Es un pecado mortal, un acto abyecto, hijo mío” -repite, lanzándome su aliento
fétido-. “Un instante
de debilidad y el pecador queda en gravísimo peligro de precipitarse en las
llamas eternas del infierno. ¿Te das cuenta, hijo mío, te das cuenta del
peligro en que se halla tu alma? El demonio ha invadido tu cuerpo, no estás en
Gracia de Dios. Ah, ah...” -suspira- “cuán cercana estaría tu condenación eterna si murieses en
este mismo instante...”.
Todo es blanco y níveo en el padre Ripaldía: sus manos, su pelo,
su cuello, sus hábitos... Sus zapatos negros, el rosario colgante de su correa
negra y sus gafas marrones de concha parecen manchas en un campo nevado. ¿De
qué color es la mente del Padre Ripaldía?
Padre Ripaldía, sapo, capón, candoroso pederasta de la mente,
híbrido ebúrneo. Explícame ahora qué hago con mi pito, si aquel oscuro mediodía
de primavera cogiste tu sacapuntas, afilaste mi ignorancia infantil en tu
puerca mente y después me arrojaste a la pila de agua bendita... Hay que ver
qué cosas sabes hacer… Los monstruos que turban tus sueños nocturnos existen en
la realidad, no son figuraciones tuyas, recuerda, si no, a este niño, maleado
por la carne y el demonio. Azota tu cuerpo, ahuyenta a los monstruos y
demonios. Y si ni así eres capaz de librarte de ellos, llama a otro niño,
destapa ante él la hediondez de tus represiones... Descansa un rato, haz una pausa entre confesión y confesión, de
lo contrario acabarás agotado con tantas emociones... Abre tus manos; en una,
el crucifijo; en la otra, las tetas de Sofía Loren.
Adelante, ¿a quién le toca ahora? Fernández Hoyos, Ignacio.
Segundo curso, grupo A. Adelante, llámalo. Sálvalo también. A este ritmo puedes
conseguir cuatro almas salvadas y cuatro polvos mentales en una sola jornada de
dirección espiritual, todo un récord... ¿Quieres venir conmigo? Te invito. Cuarenta euros, yo pago, voy mal
de dinero, pero haré un esfuerzo, tratándose de ti, merecerá la pena. Una tía
buena, sauna y masaje incluidos. ¿Cómo las prefieres? ¿Rubias, morenas,
jóvenes, maduras, cultas, alegres, con tetas grandes, con culo duro y juguetón,
con boca acogedora y caliente? Anda, elige. Arrodíllala a tus pies. Arrodíllala
y ábrete de piernas. No temas, no perjudicará tu salud, eso son solo inventos
vuestros. El demonio resulta a veces muy agradable, Padre Ripaldía, casi tanto
como tú disfrutas con tus confesiones de
mierda…
Cálmate, Antonio -me dice Juan de Mairena. Venga, vuelve a la cama. No merece la pena que te atormentes con
esas cosas. Son ya agua pasada. Tienes razón. Hasta luego. Y me acuesto y me duermo tan ricamente, hasta que
suena el despertador.
Hoy he ido con particular alegría al portal de la Consejera aragonesa de Educación, pues ha venido Bego al mediodía. La mañana ha resultado ser una maravilla.
Hoy he ido con particular alegría al portal de la Consejera aragonesa de Educación, pues ha venido Bego al mediodía. La mañana ha resultado ser una maravilla.
Sobre mi silla Diana Krall y yo sobrevolamos el valle
de Tena. Ella canta suave, sentada sobre mí, su cara y su frente apoyadas sobre mi pecho.
Su larga melena seca mis lágrimas.
Hasta mañana
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