ARTÍCULO PUBLICADO HOY EN EL HUFFINGTON POST
Me sentí
indignado e insultado cuando me topé en Facebook con una entrada que informaba
de que monseñor Javier Echevarría, actual Prelado del Opus Dei, había afirmado
que el 90 % de los discapacitados son hijos de padres que no han mantenido la
pureza antes del matrimonio. Como no podía dar crédito, indagué y comprobé que
tamaña majadería fue pronunciada en 1997 en Catania ante un millar de devotos
sicilianos pertenecientes en su mayoría al Opus Dei. Posteriormente, leí un
Comunicado oficial del Opus Dei de mayo de 2012, donde intenta invalidar
la noticia sobre esas “supuestas declaraciones” con flojos argumentos
tangenciales. La cosa es que esas palabras constituyen una grave ofensa a los
padres y las madres de quienes, como yo, sufrimos algún tipo de discapacidad.
A las pocas horas, volví a sentirme
indignado y ultrajado mientras leía una surrealista entrevista al líder de
Podemos, Pablo Iglesias, donde se despacha a gusto contra “el izquierdista
tristón, aburrido, amargado” y los dirigentes políticos de IU, que “se
avergüenzan de su país y de su pueblo, recocidos en esa especia de la cultura
de la derrota”.
Como Iglesias, nunca he pertenecido a IU,
pues la gota que rebosó mi vaso cayó cuando aún militaba en el PCE de Madrid.
Sin embargo, una cosa es desligarse de un partido político en que ya no se
encaja, y otra bien distinta es olvidar a Carrillo, Ibárruri, Camacho, Sánchez
Montero y miles de vidas más entregadas a la causa de la libertad, la
democracia y los derechos humanos, así como los abogados laboralistas de Atocha
(Manuela Carmena fue cofundadora de ese despacho), algunos de los cuales tuve
la fortuna de conocer. Cené, bebí y charlé con algunas de estas personas y
ninguna de ellas fue un “izquierdista tristón” ni recuerdo verlas avergonzadas
de su país y de su pueblo. Cada vez que paso por Madrid, procuro llegarme hasta
Antón Martín y detenerme un rato ante el portal, bastante abandonado, de
Atocha, 55. Eran comunistas, eran de las Comisiones Obreras, eran de izquierdas
(¿es lo mismo que “izquierdista”, Pablo Iglesias?), pero en ningún caso
“izquierdistas entristecidos”. Por eso me sentí tan ultrajado, tan
entristecido.
Pablo Iglesias trató después de hacer encaje
de bolillos al ver el follón que estaba armando la entrevista, incluso matando,
en un espectáculo patético, al mensajero de Público o incluso a la directora de
Hora 25 de La Ser. Posteriormente, al reparar que había estado echando gasolina
a la hoguera, pidió perdón, lo cual dice bastante a su favor, si bien no queda
por ello invalidado el hecho de que nada se dice que no esté previamente en la
cabeza de quien lo dice.
Total, que sin comerlo ni beberlo, aquí
estoy, en mi silla de ruedas, pensando en la vida bastante intachable de mis
padres, preguntándome también por esa morbosa fijación de algunos clérigos, tan
reprimidos como represores, en la virginidad, en el sexo. Igualmente, me
encuentro, según Iglesias, cocido y recocido en mi salsa de estrellas rojas, en
mi Internacional, en mi bandera roja, en mi pobre cartel de perroflauta
motorizado, a 200 metros de alejamiento del Delegado del Gobierno, sin estar
adscrito a IU ni a ningún otro grupo político, preguntándome de dónde ha sacado
Iglesias sus tesis sobre el pesimismo existencial y la cultura de la derrota
que achaca a los izquierdistas tristones y amargados.
Iglesias se pone en la ruta del cambio,
liderando un “movimiento” o un “partido” (partido, según él, por imperativo
legal) que es un instrumento (Echenique lo llama “herramienta”) para llegar a
las generales, ganarlas y tomar el poder para hacer efectivo ese cambio. La
cosa viene de lejos: hace muchos meses un dirigente de Podemos impartió un
curso acelerado a militantes aventajados de la capital y provincias acerca de
la estrategia a seguir hasta conseguir el objetivo último y final: ganar las
elecciones generales. La tesis fundamental consistía en que, siendo la verdad
respetable, a veces hay que aparcarla, pues se trata principalmente de persuadir
y convencer al auditorio, al votante, para así poder ganar las elecciones. En
otras palabras, lo mismo que hace 2.500 años proponían y enseñaban en Atenas
sofistas tales como Protágoras o Gorgias.
Escójase cualquier documento público de
Podemos y se podrá constatar una cierta ambigüedad calculada en el lenguaje
para no inquietar al posible votante. Podemos exige compromisos pormenorizados
a otros partidos para apoyar su investidura, sin por ello renunciar a su propia
ambigüedad. Como simple botón de muestra, pregúntese cuál es la postura
concreta de Podemos sobre la escuela privada y concertada o sobre la deuda
ilegítima del Estado o sobre las Fuerzas Armadas. En la respuesta estará
implícito no inquietar al posible votante con posturas o programas que se
extralimiten en su forma o su tono.
Quizá esta sea la razón de que, según
Iglesias, Podemos no haga ascos a posibles
alianzas futuras con grupos de muy diverso pelaje y condición, pero “con
Bildu no. Por diferentes motivos. Creo que Bildu está haciendo un camino
positivo, de normalización y de rechazo de la violencia, pero creo que para que
se diera un nivel de empatía equivalente al que tenemos con otros sectores
tendría que pasar mucho tiempo. No se dan las condiciones para eso”. Como puede
comprobarse, Iglesias domina la calculada ambigüedad del lenguaje de Podemos a
la vez que recita, convencido, aquello de que su cántaro por muchas veces que
vaya a la fuente nunca jamás se romperá
¿Alguna forma de quitarme de encima
esta indignación y tristeza, señor Iglesias?
“Ninguna. Cero. Fin de la cita. Cero. No hay manera de poner otro
titular” (o de acabar este tristón, amargado, cenizo, pesimista artículo
–añado).
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