8
de marzo. Día Internacional de la Mujer. Reivindicaciones de los derechos de las
mujeres. Denuncia de tanta injusticia, desigualdad y violencia contra ellas. Son
justas y certeras todos los lemas e ideas que voy leyendo durante esta jornada,
pero estoy también algo condicionado por el libro que estoy leyendo “EL Hambre”,
de Martín Caparrós. Hoy precisamente he estado leyendo situaciones tumbativas
de las mujeres en África, especialmente en Níger y toda la franja del Sahel.
Esas mujeres, millones, centenares de millones, son las grandes olvidadas.
Apenas si se habla de ellas. Y son las que más sufren, las que su vida es una
zozobra diaria. Les come la duda de comer para que no mueran los hijos pequeños
por su depauperada y escasa leche materna o dar de comer a los más crecidos
para que no sean ellos los que mueren. Sufren la vitriólica codicia del mundo
rico, pero no aparecen ni existen para nosotros. “La pobreza más cruel, la más extrema, es la que te roba también la
posibilidad de pensarte distinto. La que te deja sin horizontes, sin siquiera
deseos: condenado a lo más inevitable”, se lee ya en las primeras páginas
de “El Hambre”. Esas son principalmente las mujeres que hoy he recordado. Me
han dolido y me siguen doliendo por dentro.
Félix
Población ha salido bien de un infarto de miocardio. También lo he estado
recordando hoy. Los lazos de la amistad se hacen aún más fuertes en momentos
más duros e inciertos. La música, el escribir y el arte le sostienen con toda
la fuerza de la vida. “¡Si queréis subir
a lo alto emplead vuestras propias piernas! ¡No dejéis que os lleven hasta
arriba, no os sentéis sobre espaldas y cabezas de otros!”, escribe
Nietzsche en Así hablaba Zaratustra (La traducción exacta es: “Y entonces dijo Zaratustra”). Eso es lo
que hace y hará Félix Población,
entre otras muchas cosas, director de
Diario del Aire.
A un
comentario dejado en su Diario (La
garra quemante del infarto) escribe, a su vez: “Guardo
de aquel día, de aquel abrazo, la certidumbre de que mi viaje al portal de una
calle de Zaragoza era a tiro hecho el encuentro con el amigo esencial que
hubiera deseado por toda una larga vida de pláticas y afanes. Gracias, Antonio,
como bien sabes lo que tus palabras representan para mí en estos momentos, no
sigo. ¡Si es que no puedo ni escuchar a nuestra Anna Fusek...Tanta belleza me
duele!”.
Aquel mismo día del abrazo, le pregunté cuál sería el
momento musical que se llevaría consigo a una isla desierta, sin posibilidad de
escuchar ninguna otra más: “El Magnificat
de Bach”, contestó tras abrirse camino entre la espesura de toda la música que
ama. Desde entonces la escucho a menudo.
“
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