PUBLICADO HOY EN EL HUFFINGTON POST
Ayer me topé con la palabra consunción
(RAE: Acción y efecto de consumir o
consumirse. Extenuación, enflaquecimiento. En términos médicos: Adelgazamiento
y pérdida de fuerza, que se observan en todas las enfermedades graves y
prolongadas). Acabé saltando a esta otra palabra: emaciación (adelgazamiento
morboso, peso inferior al que corresponde a la
estatura; en la mayoría de entradas encontradas en Google (¡está al servicio
del mundo rico), está relacionada con el VIH: la emaciación producto del
hambre, la hambruna y la malnutrición severa, apenas se menciona).
Enseguida
trasladé ambas palabras a la realidad del corral donde vivo, a esa realidad que
tiene que ver con el marasmo (marasmo es un tipo de desnutrición por deficiencia energética,
acompañada de resultado de un déficit calórico total), y especialmente con el
marasmo anímico, con el marasmo vital. Que,
por ejemplo, la UE y el Gobierno en funciones de Españistán (tanto monta, monta
tanto…) den por completo la espalda a los refugiados sirios y del este
sufriente introducidos en sus fronteras no produce la más mínima reacción entre
el común de la población (creo que hablar en este caso de “ciudadanía” equivale
a pervertir su verdadero significado).
Que llevemos cinco años de inhumanos recortes
en nuestros derechos fundamentales sin que no solo no se haya producido una
revuelta general entre los perjudicados y el resto de la ciudadanía, sino que
el partido recortador haya sido el que más votos haya obtenido en las últimas
elecciones generales, prueba el marasmo general en que nos hallamos. Sabemos
que hay millones de parados, miles de profesores/as sin trabajo, pensionistas
con pensiones de miseria, hospitales con plantas cerradas, mientras se
conciertan miles de millones de euros en centros sanitarios privados, etc.
etc., pero nada ocurre, nada se mueve, salvo algunos movimientos en contra de
los Desahucios y algunos grupos de trabajadores/as que han dado ejemplo de
lucha y de compromiso. Es el marasmo, es la consunción de nuestra entidad e
identidad.
España,
un país –un corral dentro del panorama mundial global- donde hay gente que pasa
hambre, pero nadie muere de hambre. Incluso se habla de qué hacer con las
toneladas de alimentos que las grandes superficies suelen tirar y abandonar en
los cubos de basura de nuestras ciudades. Hay gente necesitada de muchas cosas,
pero ninguna o muy pocas de ellas están en trance de consunción, de emaciación.
Sin embargo, además de la pobreza existente en Españistán y de toda la gente
que bordea o está en pleno trance de caer en la pobreza severa, hay otra
pobreza, igual de grave, debida a la consunción del alma, a la emaciación del
espíritu de un ser humano,
Se trata
de la parálisis de nuestro pathos, de nuestra
capacidad de pensar, sentir, hacer y deshacer en el ámbito de los valores. Lo
que sucede nos afecta (en el mismo sentido que las ondas luminosas que
recibimos para ver, o el frío del invierno, para abrigarnos). Pathos, pasión,
padecer, tiene que ver con sentir, aunque finalmente haya terminado
primordialmente en los baúles de las “pato-logías” (enfermedad, sufrimiento,
padecimiento). La enfermedad más grave de Españistán (de Europa y de Occidente
en general) es la consunción de su pathos: nos estamos auto-consumiendo,
auto-engullendo, huyendo del mundo de la solidaridad, de los valores del
Humanismo y la Ilustración, de los derechos de todos y cada uno de los seres
humanos del mundo, a cambio de no perder el trozo de tarta que aún engullimos
cada día, a cambio de nuestro silencio, de nuestro no mirar/mirar hacia otro
lado, de que todo lo que moleste al verdadero pathos de nuestro espíritu no sea
nombrado ni mostrado, y así deje de existir.
En
Españistán el alma es auto-devorada a
cambio de los cachivaches que consumimos. El alma es suplida por sucedáneos
puestos al consumo, hasta tal punto que me estoy preguntando si nos resta algo
de alma, si ya nos parece incluso ridículo hablar de pathos, de alma, de
espíritu, de derechos, igualdad, solidaridad, libertad, fraternidad…
Se nos va la fuerza por la boca. Hablamos y hablamos y
hablamos, y con ello intentamos justificarnos. Pero la realidad es que el
proceso de consunción parece imparable.
“La
pobreza más cruel, la más extrema, es la que te roba también la posibilidad de
pensarte distinto. La que te deja sin horizontes, sin siquiera deseos:
condenado a lo más inevitable”.
En Níger ocurre de
pura hambre. En Españistán, de puro empacho.
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