Corrían estas mismas
fechas de marzo del 2012, cuando a bombo y platillo se anunció en la ciudad que
su Teatro Principal estrenaba un flamante restaurante. Jerónimo Blasco, por
aquel entonces Consejero de Cultura del Ayuntamiento de Zaragoza, afirmaba en
el acto que en la capital aragonesa faltaba un espacio como éste, ligado al
teatro, "como hay en otras ciudades europeas".
Es curioso la pulsión
aragonesa a inaugurar algo nuevo y considerarlo “de los mejores de Europa”.
Ocurrió ya en mi juventud con la iluminación del estadio La Romareda o la
iluminación de la fuente de Plaza Paraíso, y he constatado también la misma
propensión (¿provinciana?) en mi senectud (baste recordar Puerto Venecia, “el
complejo comercial y de ocio más grande de Europa”). Es como lo que contaba un
conocido psicoanalista sobre dos gemelos acomplejados mutuamente del gran
tamaño de pene que tenía su hermano: midió sus respectivos penes y, milímetro más milímetro menos, ambos
apéndices eran exactamente iguales. No obstante, el complejo de los hermanos
gemelos, lejos de desaparecer, aún se acentuó más tras abandonar la consulta.
La cosa es que, con o
sin complejos, resolví hace unos días acercarme al Teatro Principal pues mis
buenos y admirados amigos de la Librería Cálamo entregaban los XV Premios
Cálamo al Libro del Año 2015, y todo fue a pedir de boca en la presentación de
los autores premiados y la lectura de algún fragmento escogido de su obra premiada en el recinto de la sala
del Teatro. Después “los premios se entregan
a los autores galardonados durante una suculenta y bien regada cena y a
la que asisten lectores, escritores, editores, distribuidores, libreros, etc.”.
En esta caso, mi gozo en un pozo: a pesar de las gestiones, pesquisas y
ofrecimiento de ayuda por parte de la buena gente de Cálamo, el restaurante,
sito en la primera planta del Teatro, no es accesible a sillas de ruedas y –lo
que es mucho peor- no es accesible a personas
que se desplazan en silla de ruedas.
El hecho es que no
acepté su ofrecimiento de ayuda, pues hace ya años resolví no acceder a locales
públicos que no tengan habilitado el acceso a discapacitados físicos en silla
de ruedas. Hace unos cuantos años ya me quedé con un palmo de narices cuando
una buena amiga me invitó a celebrar su cumpleaños en el restaurante del Teatro
y comprobé su inaccesibilidad. Me mostraron un ascensor, fuera de la puerta del
Teatro, presuntamente accesible, al fondo de una bajada de escalones y una
puerta algo más que estrecha, que con un centímetro de experiencia sobre el
asunto o con asesores con preocupaciones menos principescas, habría sido
demolido o reformado. Pero Jerónimo Blasco, con sus estudios, diplomas, cargos
y más cargos, no estaba para esas pequeñeces tan pedestres. Estábamos ya, según
él, a nivel europeo con el restaurante en el Teatro, pero ahí se le acabaron
los niveles, salvo el del agua, cuando ostentó el cargo de Gerente del
Consorcio Expo Zaragoza.
Escribí artículos, me
quejé y reclamé. Pasados más de tres años, la cosa sigue igual, como más o
menos cantaba ya Julio Iglesias en un triunfal Festival de Benidorm. Belloch
estaba contento con su calle en honor de Escrivá de Balaguer y Blasco se sentía
orgulloso de haber europeizado Zaragoza, al conseguir que el Principal tuviese
restaurante. Ya diez años antes, Juan Alberto había casado civilmente a
Jerónimo, y éste había casado civilmente a Juan Alberto y Mari Cruz. Todos
europeos, en fin, salvo algunos perroflautas motorizados sin importancia. Todos
los que cuentan, en fin, felices.
Jerónimo afirmó en la
inauguración del antedicho restaurante en el Teatro Principal de la Ciudad que
"para el Ayuntamiento el coste ha sido cero, porque la inversión de más de
doscientos mil euros la ha puesto el concesionario, y además nos pagan un
pequeño canon". Coste cero, sí, al igual que coste cero para acondicionar
los locales públicos y los autobuses públicos para sillas de ruedas. El Langhi
se ha hecho aún más famoso por bloquear algún autobús que no le dejaba subir
con su silla mecanizada (repárese en que la noticia es parar un autobús y no que haya autobuses que carezcan de acceso
para personas en sillas de ruedas). A
los pocos días, Nerea y Nuria, dos jóvenes en silla de ruedas bloquean otro
autobús en Zaragoza. Y simultáneamente, resonaban en mis oídos las
declaraciones hace unos años del director de Trasportes Urbanos de Zaragoza
afirmando que estábamos a nivel de la “media europea” en autobuses con rampa
para personas discapacitadas en silla de ruedas.
El asunto de la
inaccesibilidad de lugares públicos y abiertos al público en la ciudad de
Zaragoza constituye una vergüenza colectiva. Personalmente, conozco los garajes
oficiales de no pocos locales institucionales a disposición de la ciudadanía
(vg. Delegación del Gobierno, Cortes de Aragón, Jefatura Suprior de Policía…),
porque solo desde el garaje donde están estacionados los coches oficiales puede
acceder a las diversas plantas una persona en silla de ruedas. Pero yo ya no me sorprendo de nada, pues
estoy más que convencido de que la tostada siempre cae por el lado de la
mantequilla (en mi caso, margarina).
Hay muchas comunidades de vecinos , en las que ponen una rampa para salvar las escaleras , y no se dan cuenta que para llegar a ellas hay un escalón a pie de calle que no deja subir las personas con sillas de ruedas, hay que ser corticos oiga...
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