Acabo de ver por internet las procesiones de
“semana santa” en mi ciudad, los nombres de las cofradías, sus recorridos por
el centro urbano, y me quedo estupefacto. Siniestro folclore donde la mayor parte de los cofrades y
asistentes rompen la monotonía sintiéndose protagonistas del ruido y de la
mascarada. Muerte y miedo. Culpa ya inexistente en muchos de ellos, esa culpa
de la que se ha alimentado y se alimenta la religión. Entretanto cada cinco
segundos muere un niño de hambre y malnutrición en el mundo. Entretanto, aviones de los países
democráticos, cristianos, libres y caritativos bombardean diariamente, hoy
también, territorio sirio, población siria, víctimas también inocentes de tanta
barbarie alimentada por ambos bandos.
Esto de la “semana
santa” viene de lejos: desde hace varios milenios, en muchas culturas se
celebraba una fiesta de varios días para conmemorar el paso del invierno a la
primavera. Por ejemplo, hace más de 4.000 años, se celebraba en Frigia un
“viernes negro”, en el que Attis fue crucificado en un árbol, del que manó su
sangre para redimir la Tierra. Tres días después (=del equinoccio de primavera,
el 25 de marzo), resucitaba. En la mitología griega, Dionisos se levanta de
entre los muertos el 25 de marzo. Hace más de 6.000 años, se celebraba también
por esas fechas que Horus resucitó al tercer día de haber sido enterrado en una
tumba, tras haber sido crucificado entre dos ladrones. Y en la India, se
conmemora que a la muerte de Krishna el sol se oscureció, y que Krishna
resucitó a los tres días y ascendió al cielo a la vista de muchos.
También resucitan al tercer día de su muerte Mitra de Persia y Prometeo de
Grecia.
Ahora nos toca aún
padecer en Españistán la “semana santa”. La ciudadanía tiene derecho y libertad
para conmemorar lo que quiera y como quiera.
Creen que celebran algo inédito en la historia de la humanidad (la
redención, muerte y resurrección del Hijo de Dios –qué casualidad: semita), cuando
lo que hacen es celebrar unos ciclos estacionales y unos hechos simbólicos que
los seres humanos han atribuido a sus respectivos dioses desde tiempos remotos.
Pero, repito, tienen derecho y libertad para expresar sus creencias,
tradiciones y costumbres como gusten.
Me queda el consuelo de
que ya ha pasado la etapa del gobierno municipal socialista de Juan Alberto
Belloch, apoyado por CHA e IU, donde se daba
“religiosamente” la presencia de la Corporación Municipal de la ciudad
en determinadas procesiones y solemnidades católicas, así como también la presencia
de un crucifijo en el salón de plenos del Ayuntamiento.
Leo hoy con
satisfacción que en
los Ayuntamientos “del cambio” desaparece la presencia institucional en los
actos religiosos y en algunos casos se han
reducido las subvenciones a las hermandades o las han eliminado por completo.
En el
ámbito privado las confesiones religiosas pueden hacer lo que gusten y para
ello tienen pleno derecho y libertad. En el ámbito público, en cambio, las
instituciones y los representantes de tales instituciones deben abstenerse de
asistir a los actos confesionales en calidad de sus cargos (otra cosa es que su
asistencia sea a titulo individual).
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