A mediados del mes de marzo pasado los
equipos de fútbol Bayern y Juventus de Turín se disponían a jugar un partido
importante de los octavos de final de la Liga de Campeones de la UEFA. Tras un
empate en Italia, el equipo bávaro se jugaba el prestigio y sobre todo el mucho
dinero que conlleva ir avanzando en la competición. Había que echar el resto,
poner toda la carne en el asador.
La publicidad también cuenta y los alemanes
decidieron encender –inflamar- la conciencia nacional bávara y el inconsciente colectivo
germano, e idearon un cartel contundente. A la izquierda, en fondo azul, uno de
sus ídolos locales, el portero Manuel Neuer, surgente del estadio de futbol, con
sus brazos extendidos cual profeta garante de la seguridad y el triunfo. A la
derecha, un fotografía gris, tétrica, solitaria, donde aparecen unas vías de
tren que acaban en un campo de concentración/exterminio, que recuerda Auschwitz.
Esas vías conectan con otras vías, en la parte izquierda, en rojo, que sustentan
al portero Neuer, con un cartel que anuncia su término: “Hasta el final” (mensaje
similar que corona la cabeza del cancerbero bávaro: “Aquí es el final”).
Inquietante, como poco. De la Endlösung
nazi (la “solución final” del pueblo judío) a la Final de la Liga de Campeones
pasando por el campo de fútbol del Bayern y el campo de exterminio de Auschwitz
o similares. Antes el Holocausto, (la Shoá o Catástrofe en hebreo) era un tema
tabú y lamentable, cuya negación está penada por la UE mediante una ley de 2007
y por el propio Derecho Penal alemán.
Llueve sobre mojado. Hace poco tiempo comenzó la época del eufemismo: “guerra
preventiva”, “daños colaterales”, “fuego amigo”, “mercados”, “movilidad
exterior”, “cese temporal de la convivencia”, “devaluación competitiva de los
salarios”, “préstamos en condiciones muy favorables”, “reformas estructurales”,
“crecimiento económico negativo”, etc. Ahora estamos observando que la facción
más conservadora neoliberal cuida cada vez menos su lenguaje y sus formas. El
mensaje del Bayern en el cartel aludido es buena prueba de ello.
El club de fútbol germano pidió “disculpas”
al club italiano contrincante, pero en realidad no se trata ya de fútbol, sino
de memoria, respeto, sensibilidad y humanidad. “Ha sido un malentendido“,
“nunca fue nuestra intención”, adujeron como excusa, pero en realidad se trata
de un síntoma más del fantasma que recorre Europa y el mundo rico: el fantasma
de la inhumanidad. Los derechos humanos fundamentales nos constituyen como
humanos, identifican nuestra humanidad. Hoy, en cambio, el sistema
económico-ideológico imperante nos vacuna contra cualquier reacción en el caso
de asistir a cualquier atentado perpetrado contra esos derechos. Auschwitz, Siberia,
Biafra, Níger, Palestina, Bangladesh, Irak, Afganistán, refugiados sirios en
Europa y miles de guerras, mentiras y conflictos más, … jalonan un camino de
vergüenza e ignominia en la historia contemporánea de la humanidad. Vale el
éxito, vale el dinero, valen los propios intereses. Todo lo demás no vale un
comino.
Se acabaron los eufemismos, que los amos
del cotarro tienen solo por signos de debilidad, y el poder celebra
sin remilgos el triunfo de la fuerza, su fuerza. Hablar hoy de derechos y de
valores, de respeto y de justicia mueve a la sarcástica conmiseración o a la
carcajada por parte de los poderosos, pues una persona triunfadora en la vida
solo debe regirse por sus deseos inmediatos y vivir en función de su interés
personal.
La meta es acumular, la clave de la
felicidad es el dinero, los nuevos sueños son una gran mansión y un flota de
coches. Lo realista es atenerse a lo privado, el disfrute de lo material,
apreciar y defender la belleza del desierto capitalista. Un político al uso ya
no propone valores e ideales, sino que se limita a afilar sus garras para
desvalorizar al adversario. Los Estados están engullidos por una globalización que
en ningún caso tiende a extender los derechos y la distribución universal de la
riqueza, sino a estar al servicio de una oligarquía político-económica que
busca enriquecerse más y con mayor impunidad. Los políticos, gestores y fieles
servidores de esa oligarquía, prometen al votante tener de todo, a condición de
que nada importe. Y, hay que reconocerlo, la jugada les está saliendo a pedir
de boca.
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