PUBLICADO HOY EN EL HUFFINGTON POST
Dentro de la zoología, hay una palabra rara y poco
conocida (“teratología”) que significa el estudio de “lo monstruoso”, de las
anomalías y monstruosidades del organismo animal o vegetal. Hoy nos hemos acostumbrado a vivir en las antípodas
de Teratolandia y evitamos sin disimulo a los teratolenses, a lo monstruoso, lo
viejo, lo feo (tantas veces metidos en el mismo saco). El mundo donde nos ha
tocado vivir, donde nos estamos construyendo un sistema de vida y de
convivencia de ficción, es una anomalía que consideramos ya de lo más normal,
según la cual, por ejemplo, una persona puede tener cuantas mansiones de
centenares de millones se le antojen, mientras otras muchas viven a la
intemperie porque los ricos bombardean un país por intereses contrapuestos o
porque no ha pagado la hipoteca a un banco que ha rescatado con su parte
alícuota de estafado mundial.
Teratolandia es una anomalía
que pervierte casi todas las ideas y palabras: por ejemplo, la democracia es el
menos malo de los sistemas políticos; la libertad termina donde empieza la del
otro (¿qué libertad?¿qué otro?); todos somos iguales ante la ley; orden;
seguridad; terrorismo; libre comercio; libre mercado; centro, radical,
izquierda, derecha, etc.
En Teratolandia, nuestro
primer país, donde nos llevaron mediante una hábil maniobra del tocomocho a
Antiteratolandia, mutaron la extrañeza, la aversión o la resistencia frente a
las anomalías en simple cacofobia (la aversión a lo feo y –hoy se identifica-
lo viejo). Hay que ser joven, bello, bien cuidado, metrosexual, atractivo,
sexy, nuevo. Para ello hay que comprar y comprar lo que haga falta, sacrificar
cuanto sea por la línea, el aspecto, la apariencia. La belleza es un
anacronismo si no se ve, se compra, se admira, se ostenta. En Antiteratolondia
lo feo es risible y lo viejo es un problema para pagar las pensiones de la
ciudadanía, salvo que se tenga un aseado plan de pensiones o se haya invertido
en un sustancioso fondo de pensiones.
Hasta principios del siglo
XVIII, con Anton van Leeuwenhoek y su
primer avistamiento de un espermatozoide, se creía que con su semen el varón
depositaba un ser humano completo muy pequeño (homúnculo) que la mujer se
limitaba a acoger y desarrollar en su vientre, dependiendo de factores como la
humedad y el calor para que el bebé fuese niño o niña. Hoy los seres humanos
damos la impresión de viajar permanentemente sobre una cinta transportadora de
homúnculos, de pocos centímetros de racionalidad y humanidad, con más o menos defectos
de fabricación, según nos acerquemos al canon sociocultural de belleza y
apariencia. Nos creemos protagonistas y autores de nuestra propia belleza,
cuando en realidad son los productores de nuestros fofos sueños los dueños de
la mercancía.
¿El sistema es
una anomalía o la anomalía somos nosotros? ¿El hambre de miles de millones, la
absurda y temprana muerte de miles de millones son una anomalía que el sistema
reparará pronto si dejamos de ser anomalías sociales? ¿El mercado es una anomalía o la madre
reparadora de todas las anomalías proletarias?¿En Antiteratolandia la
anomalía de lo raro, lo extraño, lo feo conduce a veces a irracionales
reacciones frente a lo supuestamente monstruoso como la exclusión, el mobbing,
el racismo, el bullying, el linchamiento físico, social o moral, la
intolerancia, el aislamiento, la xenofobia,
la intransigencia, la discriminación, la segregación, la postergación,
el alejamiento, la marginación, el fanatismo o el sectarismo?
Nadie más incomprendido que un monstruo en
Antiteratolandia. No hay más que pensar en el teratolense Polifemo, el feo
cíclope, aislado en su cueva, víctima del héroe Odiseo, que invadió su antro,
comió cuanta comida quiso sin permiso del supuesto monstruo y del que se
chanceó diciéndole que se llamaba Nadie. Quizá la actitud de tantos Odiseos tenga que ver con algo no superado y
que no permite madurar, que hace ver lo raro, lo viejo, lo extraño, lo desconocido,
lo viejo, lo inclasificable o lo extraordinario como verdaderas amenazas a la
seguridad personal o comunitaria. Por eso corremos a comprar ropa que luzca y
perfumes que atraigan, pues difícilmente se soporta quedar etiquetado como un
feo, arrugado y viejo monstruo teratolense.
Cuánto
mejor nos iría cultivando razonablemente la sympathia (como simpatía y como
empatía). Y todo por no hacer caso a las series reflexiones de nuestro aún
Presidente en funciones, Mariano Rajoy: "Somos sentimientos y tenemos
seres humanos". ¿Teratolense o antiteratolense?
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