Y dale con los obispos. Ahora la Conferencia Episcopal Española vuelve a
arremeter contra la sentencia del Tribunal Constitucional que avala el
matrimonio homosexual y tacha la legislación española sobre el matrimonio de "gravemente
injusta", por lo que consideran que es "urgente" una
modificación de la ley “para proteger la institución y la familia”. Asimismo,
ofrecen un alegato en favor del matrimonio exclusivamente como “unión entre esposo
y esposa”, del “derecho de los niños y de los jóvenes a ser educados como esposos
y esposas del futuro”, así como “a disfrutar de un padre y de una madre” y de
una “familia estable”.
A la tarta le falta aún la guinda suprema: “Ninguno de estos derechos es
actualmente reconocido ni protegido por la ley”, dice el Comunicado episcopal.,
lo cual es a todas luces una afirmación burda, gruesa, basta y exenta de
cualquier mínima sutileza mental.
Como los obispos consideran que su obligación es “ayudar al discernimiento acerca de
la justicia y de la moralidad de las leyes" (y todo eso sin haberse
presentado nunca a unas elecciones), alertan de las "consecuencias
negativas que se derivan para el bien común" de que las leyes vigentes en
España “no reconocen ni protegen al matrimonio en su especificidad".
Aún falta poner el nombre, debajo de “Felicidades”, en la tarta, por lo
que concluyen los obispos diciendo que “María Santísima cuide de las familias e
interceda por los gobernantes, sobre quienes pesa el deber y a quienes compete
el servicio de ordenar con justicia la vida social”.
Tras leer el Comunicado de ese colectivo confesional de ancianos, me
quedé pensando en el modelo de familia que ellos proponen como paradigma de los
paradigmas de la esencia misma de la unidad familiar: la “Sagrada Familia”.
Una doncella consiente en ser engendrada según un método que la ciencia
aún no ha descubierto, mediante el cual, además de engendrar a un niño en su vientre
(se desconoce si aquellos espermatozoides divinos -¿o no eran espermatozoides?
¿o divinos?-, atraídos por las substancias que emite el ovocito, atravesaron el
cuello del útero de la doncella, su cavidad uterina y se encontraron con el
óvulo en una de sus trompas
de Falopio), conservó una membrana delgada y frágil –el himen- que se encuentra en el límite de unión
del conducto vaginal y la vulva. Para mayor misterio de aquel engendramiento, algunos
doctores católicos recalcaron que ese himen (los semitas y derivados tienen
verdadera obsesión por el himen) permaneció incólume en el parto y después del
parto (es decir, que jamás mantuvo relaciones sexuales con su esposo).
Paradigma, pues, de mujer-esposa católica: mujer sin
relaciones sexuales antes del matrimonio, tiene un hijo con alguien que no es
su posterior marido, con el que jamás tiene el menor contacto erótico-sexual.
A su vez, el marido, afirman los obispos, tampoco
mantiene jamás de los jamases una sola relación sexual con su mujer que
llevarse a la boca.
Hay, sin embargo, otras relaciones familiares aún más
ancestrales según la doctrina católica, que nos habla de un padre que engendra
a un hijo sin otra compañía que él mismo (¿hermafroditismo? ¿alguna suerte de
esporas?). Ambos, en una relación harto enrevesada (quizás, dado que solo
emplean el género masculino, también incestuosa y homosexual), engendran a un tertium quid, denominado “espíritu santo”
(nieto del padre e hijo del hijo, no sé si me explico).
Como la cosa es difícil de entender, recurrimos a la
siempre bendita Wikipedia, que nos ilustra sobre el asunto. Por si sirven de
aclaración, he aquí algunos comentarios de los primeros fundadores del dogma
católico sobre la cuestión. Tertuliano, por ejemplo, apunta que “los tres son uno, por el hecho de que los tres proceden de uno, por
unidad de substancia” (opino que con eso el problema queda bastante solventado
y zanjado, pero insistiremos algo más sobre el tema por si aún no lo ha
entendido algún hombre de poca fe).
En el 381, en Constantinopla queda establecido que esos tres seres son “realmente
distintos pero son un solo dios verdadero”. Es decir, el padre primigenio es “increado
e inengendrado”, pero su hijo es “engendrado eternamente por el padre”,
mientras que el producto de ambos (espíritu santo) “no es creado, ni
engendrado, sino que procede eternamente del padre y del hijo”.
Por el medioevo se recitaba una especie de credo conocido como “Símbolo
quicumque” que aún deja más diáfano el tema: esos tres seres no son “neque confundentes personas, neque
substantiam separantes”, (lo que, traducido, viene a decir que en esa
unidad familiar no se confunden las personas ni sus respectivas sustancias).
De hecho, Tomás de Aquino compuso el poema “Tantum Ergo”,
que, una vez musicado, fue repetido y repetido públicamente en plazas, iglesias
y calles durante la etapa del nacionalcatolicismo hispano. Entre otras cosas,
dice: “alabanza y vítores al engendrador (genitori)
y al engendrado (genitoque) (…) y
alabanzas similares sean dadas al ser que procede de ambos (procedenti ab
utroque)”. Al final, sale la unidad familiar por antonomasia: dios uno y trino.
He aquí los dos modelos principales de unidad familiar según el
doctrinario católico. Me queda la pregunta sin importancia de por qué la
inmensa mayoría de personas canonizadas y veneradas en el catolicismo son célibes, vírgenes, monjas, frailes,
obispos, papas, viudas y eremitas, y en cambio hay tan pocas que estuvieron
casadas.
La pregunta queda bastante aclarada con la lectura del libro de la teóloga
Uta Ranke-Heinemann, Eunucos por el
reino de los cielos (Editorial Trotta, 1994). El título obedece a un
texto del evangelio de Mateo (19,12) que dice así: «Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su
madre; y hay eunucos, que son hechos eunucos por los hombres; y hay eunucos que
se hicieron á sí mismos eunucos por causa del reino de los cielos; el que pueda
ser capaz de eso, séalo.» De hecho, un Padre de la Iglesia, Orígenes, se castró
a sí mismo ya en su Juventus en un
arrebato de ascetismo, amén.
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