Suele decirse que hay que respetar y cumplir la ley, las leyes. Yo digo que
depende. Cada vez emergen con mayor nitidez y menor recato leyes cuyo principal
cometido consiste en garantizar y salvaguardar los intereses de una minoría
rica a costa de la merma del estado del bienestar y del incremento del malestar
de la mayoría.
Una ley no deja de ser un ordenamiento concreto del
interés general y los derechos
básicos de la ciudadanía sobre los que debe sustentarse. El sentido de la ley
de Vivienda, por ejemplo, radica en estipular las medidas concretas del derecho
fundamental a una vivienda digna, declarado en la Constitución y la Carta
Universal de los Derechos Humanos de la ONU. De no ser así, esa Ley de Vivienda
sería injusta y no merecería ser llamada ley. Por lo mismo, se entiende que la
Ley 3/2012, de 6 de julio, de medidas urgentes para la reforma del mercado
laboral, debe estar en consonancia con el derecho declarado en la Constitución
a trabajar y al trabajo, a la libre elección de profesión u oficio, a la
promoción a través del trabajo y a una remuneración suficiente para satisfacer
sus necesidades y las de su familia, sin que en ningún caso pueda hacerse
discriminación por razón de sexo. De lo contrario, tal ley sería injusta y no
debería ser considerada una verdadera ley.
Algunas de las leyes y códigos vigentes en nuestro
país son eminentemente una fotografía a todo color de los intereses de la clase
dominante. Nos han repetido tantas veces que vivimos en una democracia que son muchos
los que han acabado por creérselo, pero han silenciado (democracia viene del
griego “demos”, pueblo) que “la soberanía nacional reside en el pueblo español,
del que emanan los poderes del Estado”, afirmación que incluso en 1978 quedó
inscrita en la Constitución. En realidad, nuestro país pasó de una dictadura a
un régimen de relativas libertades y a un sistema representativo de partidos
políticos, pero nunca ha logrado sacudirse el régimen de los poderes
económicos, financieros e ideológicos bajo el que ha estado durante siglos.
España, especialmente en los últimos tiempos, es una verdadera plutocracia.
No obstante, los dirigentes y los grupos políticos
que van sucediéndose en el ejercicio del poder cada cierto período de tiempo no
parecen muy interesados en cambiar este estado de cosas. Como botón de muestra,
no tienen deseo alguno de establecer una Ley Electoral razonable y
verdaderamente democrática, pero sí ofrecen una amnistía fiscal a cualquier
defraudador sin penalización posterior alguna.
Según
un estudio sobre los paraísos fiscales publicado recientemente el Tax Justice
Network (Red para la Justicia de Tasación Global), en 2010 el dinero privado
existente en 80 jurisdicciones extraterritoriales fluctuó entre 21 y 32
billones (millones de millones) de dólares, de los que entre 7,3 y 9,3 billones
de dólares eran provenientes de 139 países de bajo o mediano ingreso. Pues
bien, ni el FMI ni la OMC ni el Banco Mundial o el BCE quieren saber nada del
asunto, pues son buenos y fieles lacayos del poder económico y financiero
mundial, que rige el mundo.
Quizá
haya llegado ya el momento de negar el estatuto de legitimidad a algunas de las
leyes existentes. “Ley”, al igual que “democracia”, “libertad”, “orden”, “paz”,
y otros cuantos términos más, se han vuelto declaradamente polisémicos, de tal
forma que sus varios significados, manipulados como guiñoles por los amos del
dinero y de la guerra, danzan una
falaz danza ante los ojos del pueblo.
Ha
llegado también (sin “quizá”) el momento de sacudirse la resignación y la
apatía, abandonar los métodos tradicionales de lucha social como única vía de
oposición al poder, e iniciar un proceso de desobediencia civil masiva y de
cualquier otra forma de acción directa y noviolenta que apunte directamente a
la línea de flotación del mastodóntico buque capitalista. Si los grupos
políticos denominados “de izquierda”, los sindicatos autodenominados “de
clase”, las asociaciones vecinales, culturales y de cualquier otro tipo
progresistas, se agregan en primera línea a esta lucha, aún hay esperanza. De
lo contrario, las próximas generaciones nos reprocharán justamente haber echado
a perder el rico patrimonio de derechos y libertades conquistado durante muchos
años de lucha y haberlas dejado sumidas en un mundo de desequilibrios y
explotación a base de todas las falacias que no hemos querido desmantelar.
Ciertamente,
la palabra sigue teniendo gran valor. Recordemos, pues, primeras palabras del
Fausto de Goethe: “En el principio era la Acción”, “im Anfang war die Tat”.
Cuidado con el incumplimiento de leyes. Si esa es la propuesta siempre habrá quien les vea algún inconveniente para no cumplirlas.
ResponderEliminarRevisémoslas, y cambiémoslas. ¿Porqué somos capaces de dejar legislar lo que no responde al interés de la mayoría, que es quien elige a quienes legislan en una democracia?
Ya vale de quejarse, hagamos una estructura con una base de representación fuerte y presentemos las alternativas, incluidas las legislativas.
Por lo demás todo el mundo puede decidir sobre sus actos, asumiendo sus consecuencias.