La ley de dependencia (oficialmente, Ley
de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de
dependencia y a las familias de España), agoniza desde hace tiempo. Boicoteada desde sus inicios por el Partido
Popular e infraalimentada por sus promotores socialistas, ahora agoniza, sí.
Pero tú ya no te preocupes de nada, Marimar (me gusta llamarte así), todo ha
acabado: tu madre, Marta, está muerta (no la viste morir y tampoco después cómo
iba estropeándose con los días, pues eres invidente, apenas puedes moverte
debido al sobrepeso y te han declarado incapacitada intelectual en alto grado).
Tu madre te sacó de la residencia donde te habían
metido. Imagino que por pena, desolación y por estar convencida de que te iba a
cuidar mejor, con tal de recibir la ayuda económica que había solicitado por
cuidarte. Tu mente siguió tan a oscuras como siempre, pero al menos con tu
madre reconocías su voz, que te daba confianza y te dejaba más tranquila.
Seguramente, te diste cuenta de que algo pasaba
cuando empezaste a sentir un hambre feroz (¿moriste de hambre, Marimar, moriste
de hambre?) y tu madre no te ayudó a levantarte, ni te dio de desayunar ni te
lavó ni te peinó ni nada de nada. Te siento, no me preguntes cómo, pero te
siento, y además de por hambre, fuiste muriendo aplastada por el peso de la
tristeza y del susto que te acompañaron hasta tu último aliento. Llamabas y
llamabas a tu madre con un hilo de voz, hasta que no te quedaron fuerzas para
nada.
La ley de dependencia está muriendo tan
indignamente como dejamos que murieras, como el país entero que depositó su
esperanza en esa ley. Dicen que hay países europeos que cuidan mucho la
atención de los mayores, los débiles y los discapacitados. Cuando la gente de
esos países lea la noticia de vuestra muerte creerá que se trata de una novela
de terror, producto de la mente enfermiza de algún escritor de tres al cuarto. Sin
embargo, esa es la realidad en la que está transformándose este país, que creyó
ser un país privilegiado por ganar copas continentales y mundiales de balompié.
Mientras tu madre y tú moríais, nos enteramos también
de la mujer que se arrojó desde un cuarto piso y del hombre que se ahorcó en la
entrada de su casa por no poder pagar la hipoteca de su vivienda. No nos
estamos dando cuenta, Marimar, pero estamos muriendo todos, algo se nos está
muriendo dentro. Hay un último rincón en nosotros mismos donde seguir sintiéndonos
humanos. Sin embargo, esa identidad como humanos está quedando asfixiada por el
montón de cachivaches que compramos, tenemos y ostentamos en nuestra nueva
identidad como consumidores.
Vamos repitiendo que nos estamos cargando la
naturaleza con la excusa de que el éxito y el progreso consisten en crecer sin
medida y sin límite, haciendo oídos sordos a la certeza de que crecemos hacia
ninguna parte. En realidad, crecemos, entre otras cosas, hacia ti, hacia tu
madre, hacia los desahuciados en esta jornada, hacia los despedidos durante
esta semana que comienza. Ahora, lloro, Marimar. No sirve de nada, pero estoy
llorando, lo necesito.
Descansa, Marimar. Parece una crueldad, pero me
alegro mucho de que hayas muerto. Como yo, como ese último rincón de humanidad
que cada vez siento más a la intemperie.
Gracias. Muy emotivo y doloroso de leer.
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