jueves, 1 de noviembre de 2012

Mi declaración de principios




Con esto de la crisis hasta los más legos en economía hemos acabado siendo keynesistas o friedmanistas, y otras cosas por el estilo. Aun reconociendo la necesidad de los análisis y estudios de los expertos en economía, es necesario también ir a las raíces mismas del corazón de los bisabuelos, abuelos y padres que lucharon denodadamente por la libertad y los derechos fundamentales, revivir sus convicciones más firmes. Aquí y ahora quiero dejar constancia de las mismas y sumarme a ellas como principios fundamentales de la vida y del mundo.

El ser humano tiene derecho a ser feliz y contar con los medios necesarios para ganarse la vida digna y honradamente, sin que cada noche le asalten la zozobra, la incertidumbre causadas por otros seres humanos que viven a su costa.
La tierra es para el que la trabaja, y no debe haber un solo jornalero al que le falte un trozo de tierra, sin estar a merced de la voluntad y los intereses del amo o del terrateniente.
Cada ser humano tiene el derecho de obtener el fruto de su trabajo, sin que otro ser humano robe parte del mismo, consiguiendo hacerse rico a base de explotar por sistema a otros seres humanos.
Todo ser humano tiene derecho a disponer libre y responsablemente de su propia vida y el final de su vida.
Es imposible “crecer” ad infinitum, a no ser a costa de arrasar la naturaleza y saquear a otros pueblos más débiles.
Es posible ser relativamente feliz teniendo y comprando bastante menos.
No somos consumidores ni votantes. Eso son solo etiquetas que pretenden pegarnos en el cogote. Somos ante todo personas, seres humanos.
El principal hilo conductor de toda persona y cada país ha de ser la realización efectiva de los derechos humanos.
Cada uno debe contribuir con una parte de su salario, proporcionalmente al grado de su riqueza, a tener unos servicios comunes y públicos de calidad, accesibles a todos y a todas en plena igualdad de condiciones y sin discriminación alguna.
El primer deber de un gobernante es redistribuir justamente la riqueza y los recursos de su país.
La banca pública es imprescindible y está al servicio incondicional de la ciudadanía.
La banca privada ha de ser suprimida si sus reglas de juego efectivas son la usura y la ganancia indiscriminada.
La banca privada y la empresa privada son responsables de sus propios errores y deudas, sin que el sistema económico de un país deba hacerse cargo de tales errores y deudas.
Un Estado no puede mantener privilegios con un sector de la ciudadanía. Por lo tanto, está de más cualquier financiación de las confesiones religiosas con dinero público.
La aristocracia y los títulos nobiliarios han de quedar eliminados. Sus poseedores regresarán a su estado originario: ciudadanos que ganarán el pan con el sudor de su propia frente.
Ningún país necesita ejércitos ni estar sometido a la dictadura de los señores de la fabricación y comercio de armamento.
No se sostendrá un solo colegio concertado con dinero público, mientras no esté garantizada en todos y cada uno de los rincones de mi país una escuela pública, laica y de calidad.
Si no se aprende con gusto y con placer, no se aprende nada. Si no se enseña con gusto y con placer, no se enseña nada.
Ningún cargo público, incluida la Jefatura del Estado, puede quedar al margen de la voluntad popular.
Es preciso que en mi país estén socializados los medios de producción.
Hay una clase social cuyo poder reside en su capacidad de explotación de otros seres humanos explotados. Cualquier armisticio con esa clase es una trampa. Dicha clase social ha de ser combatida sin tregua alguna.
No puedo vivir sin agua: moriría. No puedo vivir sin aire: moriría. No quiero ni puedo vivir sin luchar con todas mis fuerzas, incondicionalmente, por que otro mundo –de personas libres, iguales, noviolentas, formadas, con criterio propio, solidarias, dueñas de sí mismas- sea posible y real.


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