miércoles, 7 de noviembre de 2012

No es gripe, es un infarto



 PUBLICADO HOY EN EL PERIÓDICO DE ARAGÓN
Supongamos que usted se levanta con gripe. Si la cosa no mejora, va al médico, que le receta unos cuantos medicamentos y le aconseja esperar unos días a que le hagan efecto. Usted pasa unos días con el cuerpo baldado y con diversas molestias, pero también sabe que no es nada grave y en poco tiempo estará recuperado. Supongamos ahora que sufre un infarto de miocardio: con suerte, alguien le llevará a urgencias o vendrá un equipo médico a su casa para intentar salvar su vida. Cuando, restablecido, le comuniquen qué ha pasado, usted sabrá que ha estado entre la vida y la muerte.
Cuando observo el devenir político y económico de España tengo la impresión de que en muchos ámbitos y en las mentes de muchas personas no se tiene conciencia de que ya no cabe hablar de gripe, pues estamos en pleno proceso de infarto agudo de miocardio. Veo, por ejemplo, acciones encomiables por parte de personas y colectivos sociales en contra de los desahucios de la vivienda por impago de la hipoteca, o la campaña “No vull pagar” en las autopistas catalanas, o la convocatoria de una huelga general el 14-N, o el movimiento “Exigimos un referéndum” para poner en manos del pueblo el refrendo o la desaprobación de las medidas económicas y los recortes adoptados por el Gobierno Popular. Sin embargo, todo ello será insuficiente y llegará demasiado tarde si el país está luchando por su supervivencia sobre una camilla de Urgencias.
Andan los empresarios muy cabreados porque Rajoy no se decide a pedir el rescate: decenas de miles de millones de euros inyectados en el sistema financiero español, principalmente en las entidades más adeudadas, que el empresariado espera que redunde en sus negocios y en su propio beneficio. Hasta aquí el dolor asoma en el diafragma y en un costado, sube hasta la garganta y produce un complejo estado de malestar general.
Y llega el infarto de miocardio: los acreedores imponen desde Bruselas que la deuda bancaria, estrictamente privada, se haga pública; que el Estado español asuma la deuda como propia y garantice el pago de la misma; que todo ello se haga ajustando el déficit a lo que los acreedores dictaminen, cosa que solo se podrá conseguir, según la doctrina económica oficial, a base de recortes en servicios sociales básicos (educación, sanidad, pensiones, dependencia, reducción salarial, precarización del empleo, tasas ciclópeas de paro…).  En otras palabras, la deuda privada de la banca se convierte en deuda pública o soberana por la que el Estado español se compromete a amortizar dicha deuda en las condiciones que el sistema político-financiero acreedor decida imponer. Como durante muchos años, más aún, seguramente durante varias generaciones, la economía española estará directamente condicionada por el pago de dicha deuda, a costa de mantener el desvarío de una situación denominada con el eufemismo “medidas de austeridad”, la ciudadanía española estará condenada a vivir en régimen de pobreza y precariedad, a merced de quienes deciden año tras año las condiciones cambiantes en la amortización de esa deuda (es de recordar que Grecia, a la que cada vez nos parecemos más, apenas tiene dinero para pagar los intereses de su deuda). He aquí el infarto.
Rajoy y su Gobierno, sobre el colchón de una cómoda mayoría absoluta en el Parlamento, pueden pedir un rescate que, de hecho, condenará a unas condiciones muy desfavorables de vida a la ciudadanía actual, así como a sus hijos y a los hijos de sus hijos. En juego no está solo la capacidad económica de las personas y las familias, sino también y sobre todo un profundo cambio de sus vidas y de la sociedad en su conjunto. En pocos días o semanas puede acabar una forma de vivir y convivir en el estado de bienestar que nuestros abuelos, padres y nosotros mismos hemos ido consiguiendo a base de esfuerzo y de lucha. La solución pasa por análisis y acciones de urgencia. De lo contrario, como dijo Warren Buffet, el tercer hombre más rico del mundo, "sin duda existe la guerra de clases, pero es mi clase la que la está ganando”. Es decr, se trata de un infarto.
Hay que apoyar sin ningún género de dudas las acciones (huelgas, manifestaciones, referéndums, concentraciones…) realizadas contra la agresión capitalista de la ciudadanía, pero en el estado de urgencia grave en que nos hallamos es necesario aplicar sin dilación una campaña de formación de la ciudadanía en sus derechos y sus obligaciones, así como un proceso continuo de acción directa, noviolenta, en todos los ámbitos, a todas horas, sin tregua ni descanso. Para ello es preciso que despierten de su letargo los grupos políticos, salgan de su ostracismo los sindicatos, y todos juntos, con toda la ciudadanía, vivamos y actuemos como si fuera el último día de la sociedad en que hemos estado viviendo.




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.