domingo, 18 de noviembre de 2012

La muerte libre (así lo dijo Zaratustra)



Publicado en la revista DMD nº 61


F. Nietzsche dedica numerosos textos de su obra a la necesidad de la libertad en la vida y en la muerte (las ideas básicas de algunos de estos textos vienen a continuación, casi a modo de paráfrasis). Por ejemplo, un capítulo entero de “Así habló Zaratustra” titulado “De la muerte libre” o un sustancioso párrafo en “Crepúsculo de los ídolos” (Incursiones de un intempestivo, #36. Moral para médicos).
Nietzsche declara desde el principio, con su estilo a veces algo enigmático, que hay que morir en el momento justo, en lugar de morir demasiado tarde o demasiado pronto. Para ello, sin embargo, es preciso también vivir en el momento justo.
Hay gente que, braceando únicamente sobre la superficie de la realidad y abrumando de tristeza el hecho mismo de morir, se preocupa sobremanera de la muerte, aunque en el fondo desconoce su verdadero rostro. Nietzsche, por el contrario, propone a quien ama la vida en plenitud celebrar la fiesta de la muerte plena y cabalmente realizada: es así como morir se muestra como la consumación de una victoria y quien muere se quiere y se sabe rodeado de personas llenas de esperanza y de promesas.
Hemos de aprender a morir, dejándonos de festejar la muerte como quieren que lo hagamos quienes han renunciado a vivir. Morir así es un acontecer grandioso, a condición de que muramos combatiendo y prodigando lo mejor de nosotros mismos. De hecho, morir está en las antípodas de esa muerte que entre aspavientos ven algunos acercarse furtivamente como un temible  ladrón.
Esta es la muerte que deseo, dice Nietzsche: la muerte libre, que viene a mí porque yo quiero. La quiero en el momento justo –continúa-, cuando perciba que alcanzo mi meta y otros van a continuar el camino que ahora estoy recorriendo. Sin coronas marchitas,  sin mirar hacia atrás, en su justo momento. Aferrarse mecánicamente al tiempo a toda costa, apurar sin límite la madurez lleva a quedar como manzanas arrugadas. En tal caso, la cobardía es lo que principalmente retiene en su rama.
Hay que acabar con los discursos que predican resignación ante la muerte lenta y paciencia con “lo terrenal”. En realidad, son las cosas “terrenales” las que tienen paciencia con esos predicadores de la resignación y la muerte lenta, olvidando que hasta su fundador, Jesús, murió, en cambio, demasiado pronto. ¿Por qué no dejarse de temores y plañideras, y aprender, en cambio, a vivir y amar la tierra y lo terrenal, también a reír?
Una señal de haber alcanzado la verdadera madurez es percatarnos serena y apasionadamente del niño que nos alienta dentro; un niño que es inocencia y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un Sí excelso a la vida. En ese niño el espíritu se atreve a desear sin límites y sin trabas. Es en ese niño como nos comprendemos mejor en la muerte y en la vida.
Libres para la muerte y libres en la muerte, se muere amando a la vida, afirmando con la misma pasión lo humano y lo terreno. Por eso mismo es tan deseable el morir donde sigue brillando la fuerza de la vida, ya que, de lo contrario, se habrá malogrado hasta el morir mismo.
Maravilloso anhelo el de morir un día rodeado de amigos amantes de la tierra. Fecundo deseo el de volver a la tierra para volver a ser tierra como acto definitivo de amor a la tierra.
Dejándose de ambigüedades, Nietzsche recalca sin descanso que hay que “morir con orgullo cuando ya no es posible vivir con orgullo. Él mismo propone una muerte gloriosa, elegida libremente, realizada a tiempo, con lucidez y alegría, rodeado de hijos y de testigos, de forma que todavía sea posible un auténtico adiós, al que asista verdaderamente quien se despide y haga una tasación real de lo deseado y de lo conseguido a lo largo de toda su vida; la muerte, así, se opone totalmente a la horrible y lamentable comedia que el cristianismo ha hecho de la misma. No le debemos perdonar nunca al cristianismo que haya abusado de la debilidad del moribundo para violar su conciencia, al igual que ha hecho con la forma de morir para emitir juicios de valor sobre el hombre y sobre su pasado”.
La muerte libre. La vida libre. La misma dignidad en el vivir y en el morir. El derecho a decidir libre y responsablemente mi vivir y mi morir, sin que nadie usurpe o suplante jamás ese derecho. Como escribe Epicuro, “nada hay temible en el vivir para quien ha comprendido rectamente que nada temible hay en el no vivir” (Carta a Meneceo, 124).

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