Desde hace unas pocas semanas, vuelve a arreciar la lluvia ácida de
algunos cretinos que envían correos electrónicos para no comprar productos
catalanes. Cada uno de ellos tiene la virtud de abrir mis compuertas razonables
a la tristeza. Me quedo pensando en esos encefalogramas planos que envían tales
correos y me asalta la duda de si una España muere u otra España bosteza, a la
vez que tengo la certeza de que una de esas dos Españas, o las dos, es la que
me tiene tan helado el corazón.
Hace unos años me encontré una mañana, ya empezado el curso, a Jing, una
muchacha de quince años, sentada en una mesa de la primera fila, mirándome
fijamente. Sin previo aviso, la habían embutido en clase de Ética de 4º de la
ESO, sin ni siquiera avisarme de que no sabía una sola palabra de castellano. Boquiabierto
me quedé, poniéndome en su piel oyendo sonidos ininteligibles sin rechistar de
ocho y media de la mañana a dos y media del mediodía todos los días de la
semana, de lunes a viernes.
Jing fue con el tiempo una buena lección para todos los que estábamos en
aquella clase, de la que yo era tutor. Entre todos, a lo largo del curso, le
hicimos saber desde el primer día que queríamos hablar con ella de muchas
cosas, que ella nos ayudaría también a cambiar otras muchas de nuestras pautas
mentales y de comportamiento, que acabaríamos entendiéndonos y comprendiéndonos
pronto para ir construyendo juntos esa vida y ese mundo a los que tantos
aspiramos y tenemos derecho.
Jing hizo muchos amigos –yo tengo el honor de contarme entre ellos-, nos
contó tradiciones, cuentos y costumbres en clase, haciéndonos partícipes de la
gran riqueza que traía consigo desde su tierra. Quedamos así enriquecidos todos
y todas.
Tengo buenos amigos catalanes, que compartieron conmigo su butifarra y
sus monchetas, sus villancicos y sus sardanas, sus casas y sus familias, su
idioma y sus costumbres. De todo ello me sigo sintiendo orgulloso y agradecido.
Lo diferente complementa y enriquece, y es un sinsentido verlo como un atentado
contra lo propio (nada es propio, ni siquiera la tierra; aunque la tierra es
tan generosa que se hace de todos con tal de que la cuidemos).
Cada una de las opciones políticas y culturales enraizadas en Cataluña es
también un tesoro para todos, salvo para los cretinos que desprecian lo que
desconocen, prohíben lo que les impelen sus propios fantasmas y mandan correos
electrónicos que reflejan el desvarío de su alma. ¿Por qué no dejar que los
catalanes sieguen con sus hoces siempre espigas de oro y nunca más cadenas?
Espero que no le importe. Su entrada me ha parecido muy interesante y he decidido traducirla en mi blog personal a lengua aragonesa.
ResponderEliminarSi tiene curiosidad, aquí le dejo la dirección: http://ocharraire.blogspot.com.es/2012/11/antonio-aramayona-fuent-la-utopia-es.html
Gracias
No solo no me importa, sino que es un honor y un motivo de ánimo y gratitud tu gesto. Por cierto, tu blog, una preciosidad
ResponderEliminarGracias, unatra vegada :)
ResponderEliminar