Publicado hoy en El Periódico de Aragón
Se supone que hay vida después del 14-N. La huelga general no paralizó al
país y la ciudadanía quedó exhausta tras participar en cuantas concentraciones
y manifestaciones pudo aquella jornada. Tras el 14-N viene la cruda prosa de
una vida cotidiana que muestra la imposibilidad de que ni siquiera en el asunto
de los desahucios se pongan de acuerdo los dos partidos mayoritarios (de que
permanezcan mayoritarios ya se encarga una ley electoral que tramposamente
establece que la circunscripción electoral es la provincia). Entretanto, salta
la noticia de que un ciudadano cordobés de 50 años se añade a la lista de
suicidios por ejecución hipotecaria. ¿Esto forma parte de la marca España?
El Gobierno aprueba entonces un decreto ley sobre desahucios e hipotecas
que constituye un monumento a la beneficencia servida en parches y cataplasmas
que está muy lejos de afrontar el problema real y de poner solución al drama
social en que siguen sumidas cientos de miles de familias y personas. Alguna
prensa apunta que no se puede hacer más a causa de la presión de Bruselas y de
la banca; en realidad, de la banca pura y dura. Sus medidas de austeridad (es
decir, desmantelamiento del estado del bienestar) son, de hecho, una aquelarre
de carniceros, charcuteros y casqueros a costa del pueblo, cuyo principal
objetivo es garantizar el pago de las deudas que piramidalmente ha ido
construyendo su codicia.
En su poder buena parte de los medios de comunicación del país, el poder
financiero ha suplantado al poder político, transformado en mera correa de
transmisión de sus dictados al pueblo. Nos dicen machaconamente que, como no
hay dinero para servicios sociales básicos, debemos aceptar que lo importante
es conseguir reducir el déficit, para lo que, además de ver cómo mutan a su
antojo la Constitución, ante todo hemos de ser “austeros” (son maestros del
eufemismo), obligándonos a jugar con sus reglas y sus naipes al único juego que
han decidido válido. Pero sus cartas están marcadas, su juego acaba siendo para
muchos un remedo de la ruleta rusa y su único final siempre es que la banca
gana. Hemos de afirmar rotundamente, pues, que no estamos dispuestos a jugar
como y a lo que quisieran, así como destapar sus maniobras fuleras y combatir
sin tregua sus falacias e intereses, hasta hacer saltar material y literalmente
la banca.
El derecho a una vivienda digna es un elemento sustancial del ser humano,
mientras que los intereses financieros de una minoría voraz por razón de la
fuerza y del dinero deben estar subordinados a tal derecho. El derecho efectivo
al trabajo, a la educación, a la prevención y la asistencia sanitarias, la
igualdad de todas y de todos ante la ley o la dignidad de la persona
constituyen el fundamento del orden económico y político, y de la paz social, y
deben inspirar las medidas y las leyes salidas del Parlamento y del Gobierno,
de tal forma que el interés general
ha de anteponerse siempre a los intereses privados de cualesquiera
minorías. Los derechos, en fin, no son desdeñables o aparcables a criterio del
gobernante o del patrón, sino que han de servir de criterio fundamental en la
política socioeconómica de un país. Aunque quieren convencernos de lo
contrario, debemos hacer oídos sordos a sus argucias: tienen las cartas
marcadas, su juego es tramposo.
Hay quienes están ocupados, con su mejor buena voluntad, en la legítima
denuncia de los recortes, pero ya no queda tiempo para ello: hay que romper la
propia baraja de los patronos de la fuerza y del dinero, rechazando que la
deuda privada, su deuda, sea pública y soberana, que el pueblo deba cargar con
las deudas ocasionadas por sus tramposas torpezas y maniobras. Debemos reclamar
nuestro dinero, prácticamente regalado a los bancos para tapar sus deudas e
inyectar dinero en la red productiva, pero que esos mismos bancos dedicaron a
comprar deuda pública a un interés muy superior a como lo compraron. Desde
diciembre de 2011, cuenta Vicenç Navarro, el BCE ha dado más de un billón de
euros a la banca privada (la mitad de este billón a la banca española e
italiana), que la banca ha dedicado a otras inversiones mucho más rentables
(como comprar deuda pública) que la de proporcionar crédito.
Hemos de salir a la calle un día tras otro, pero sobre todo hemos de
organizar urgentemente una red popular de desobediencia civil. Si algo pueden y
deben hacer los sindicatos de clase (¿o ya no lo son?) es esto. Si algo pueden
y deben hacer los partidos de izquierda (¿o ya no lo son?) es esto. Los
embaucadores del dinero tienen las cartas marcadas y nos imponen su juego y sus
reglas de juego. Rompamos, pues, su baraja y dejémonos de juegos, que con las
cosas de comer no se juega.
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