lunes, 12 de noviembre de 2012

Descansa, María del Mar, descansa

La ley de dependencia (oficialmente, Ley de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de dependencia y a las familias de España), agoniza desde hace tiempo. Boicoteada desde sus inicios por el Partido Popular e infraalimentada por sus promotores socialistas, ahora agoniza, sí. Pero tú ya no te preocupes de nada, Marimar (me gusta llamarte así), todo ha acabado: tu madre, Marta, está muerta (no la viste morir y tampoco después cómo iba estropeándose con los días, pues eres invidente, apenas puedes moverte debido al sobrepeso y te han declarado incapacitada intelectual en alto grado).
Tu madre te sacó de la residencia donde te habían metido. Imagino que por pena, desolación y por estar convencida de que te iba a cuidar mejor, con tal de recibir la ayuda económica que había solicitado por cuidarte. Tu mente siguió tan a oscuras como siempre, pero al menos con tu madre reconocías su voz, que te daba confianza y te dejaba más tranquila.
Seguramente, te diste cuenta de que algo pasaba cuando empezaste a sentir un hambre feroz (¿moriste de hambre, Marimar, moriste de hambre?) y tu madre no te ayudó a levantarte, ni te dio de desayunar ni te lavó ni te peinó ni nada de nada. Te siento, no me preguntes cómo, pero te siento, y además de por hambre, fuiste muriendo aplastada por el peso de la tristeza y del susto que te acompañaron hasta tu último aliento. Llamabas y llamabas a tu madre con un hilo de voz, hasta que no te quedaron fuerzas para nada.
La ley de dependencia está muriendo tan indignamente como dejamos que murieras, como el país entero que depositó su esperanza en esa ley. Dicen que hay países europeos que cuidan mucho la atención de los mayores, los débiles y los discapacitados. Cuando la gente de esos países lea la noticia de vuestra muerte creerá que se trata de una novela de terror, producto de la mente enfermiza de algún escritor de tres al cuarto. Sin embargo, esa es la realidad en la que está transformándose este país, que creyó ser un país privilegiado por ganar copas continentales y mundiales de balompié.
Mientras tu madre y tú moríais, nos enteramos también de la mujer que se arrojó desde un cuarto piso y del hombre que se ahorcó en la entrada de su casa por no poder pagar la hipoteca de su vivienda. No nos estamos dando cuenta, Marimar, pero estamos muriendo todos, algo se nos está muriendo dentro. Hay un último rincón en nosotros mismos donde seguir sintiéndonos humanos. Sin embargo, esa identidad como humanos está quedando asfixiada por el montón de cachivaches que compramos, tenemos y ostentamos en nuestra nueva identidad como consumidores.
Vamos repitiendo que nos estamos cargando la naturaleza con la excusa de que el éxito y el progreso consisten en crecer sin medida y sin límite, haciendo oídos sordos a la certeza de que crecemos hacia ninguna parte. En realidad, crecemos, entre otras cosas, hacia ti, hacia tu madre, hacia los desahuciados en esta jornada, hacia los despedidos durante esta semana que comienza. Ahora, lloro, Marimar. No sirve de nada, pero estoy llorando, lo necesito.
Descansa, Marimar. Parece una crueldad, pero me alegro mucho de que hayas muerto. Como yo, como ese último rincón de humanidad que cada vez siento más a la intemperie.

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