martes, 12 de febrero de 2013

Acerca de algunas falacias tramposas de los eclesiásticos



Un Boeing 747 se estrella y mueren 450 pasajeros, más toda la tripulación, pero un niño sale indemne con solo quemaduras de primer grado: luego dios existe y a través de ese niño se pone de manifiesto su infinita bondad. Es decir, ocurra lo que ocurra, siempre un argumento retorcido hará que aparezca beneficioso cualquier evento y refrende el propio pensamiento, por muy ilógico y/o alógico que sea. Esa misma argucia argumentativa se aplica de múltiples formas camaleónicas por parte de numerosas instituciones religiosas y eclesiásticas
Así, por ejemplo, Karol Wojtyla permaneció aferrado a su puesto de jerarca supremo de la iglesia católica hasta el último segundo de su vejez: lo presentaron como prueba de santidad. Joseph Ratzinger, en cambio, dimite como “Papa” y es explicado de inmediato como prueba de humildad y santidad del clérigo alemán (por cierto, dada la duración media de los Papas, ¿sería más apropiado hablar entonces de que Ratzinger solo se ha prejubilado?) . Y es que la gente eclesiástica es maestra en llevar el agua siempre a su molino, de acuerdo con sus intereses.
Una madre católica espera la llegada de su hijo, que viaja en coche. Si llega sano y salvo da gracias a dios por haberlo cuidado paternalmente: es, pues, voluntad de dios. Si sufre un accidente grave o mortal, ese mismo dios le ha puesto a prueba su acatamiento de los designios celestiales: es voluntad de dios. En otras palabras, ocurra lo que ocurra, la interpretación siempre favorece a los dioses y a sus representantes en la tierra. ¿No se le ocurre a esa preguntarse por qué dios, siendo bueno y omnipotente, no ha evitado el accidente?
Si el beato X realiza milagros tras su muerte, y supuestamente cura a un diabético o a una persona con un tumor maligno, se lo canoniza por ser condición sine qua non y prueba de su santidad. Si 3.457 personas diabéticas y enfermas de cáncer maligno solicitan del mismo beato la misma curación y no les ocurre nada, eso no es prueba del egoísmo interesado y de la perezosa desidia del beato, que solo cura en su propio beneficio para subir a los altares, sino de la impiedad de los diabéticos, que no aceptan que la voluntad de dios es que vivan en la enfermedad debida al aumento de los niveles de glucosa o hiperglucemia, o por un grupo de células descontroladas que aumentan de forma autónoma.
Su dios crea las margaritas, las puestas de sol y la belleza del mundo, pero no la lepra, la muerte, el cáncer, la gonorrea o la poliomielitis. En el primer caso, dios es fuente creadora de todo lo bueno. En segundo, es culpa de los humanos: por eso inventaron el pecado original, causante de todos los males y desgracias.
Si un padre mata a un hijo se interpreta como un crimen despiadado y horrendo. Si dios manda a un padre degollar a su hijo (Abraham-Isaac) solo se pone a prueba su obediencia incondicional la divinidad. Si un padre entrega a su hijo al pelotón de fusilamiento ¡por una buena causa! es un vil criminal, pero si dios entrega a la muerte a su hijo (a él mismo, dentro del galimatías trinitario)  para redimir los pecados de la humanidad es un acto de generosidad y de amor. Con lo sencillo que sería lo que hacen la mayor parte de los padres con sus hijos: darles un beso, decirles que no lo hagan más y sanseacabó. Pero el dios cristiano es sádico, rencoroso e incapaz de perdonar si no es mediante sangre y sufrimiento.
Matar atenta contra el quinto mandamiento, a no ser, por ejemplo, que se queme en la hoguera a brujas y herejes o se fusile a republicanos y comunistas. Bush oraba cada domingo en su iglesia pidiendo la pronta victoria de sus tropas sobre los terroristas iraquíes o afganos. Dios no manda rayos justicieros contra el “mundo rico y desarrollado”  que condena a morir de hambre y de miseria a cientos de millones de seres humanos, víctimas de la especulación y de la codicia. Los eclesiásticos, en este caso, guardan silencio, no sea que se les invite a vender y donar los tesoros acumulados durante siglos a costa de privar al pueblo de lo más necesario.
Un preservativo, una píldora poscoital, o una gloriosa felación son pecados para los eclesiásticos. Miles de casos de pederastia en Estados Unidos y Europa (¿cuándo saltará la liebre de los abusos sexuales de curas y monjas con niños y niñas en Italia y España?) son solo, al decir de Ratzinger, “una persecución de la iglesia a manos de la iglesia misma”, que se ha silenciado en lo posible y se ha tratado de borrar a costa de millones de dólares  de indemnización?
Hace 2.500 años, en la conocida como Escuela de Megara, se idearon una serie de argumentos/trampa bastante jocosos. Uno de los más famosos es el “silogismo del cornudo”: “Tú tienes todo lo que no has perdido. Tú no has perdido los cuernos. Por consiguientes, tú tienes cuernos, eres un cornudo”, Los argumentos de los eclesiásticos se me antojan bastante similares, con la diferencia de que los axiomas “teológicos” sobre los que se asientan los argumentos eclesiásticos no tienen la menor intención de convencer, sino solo de ser creídos.
Sin salirnos del área de los cornudos acabaré entonces con un lúcido dilema de Quevedo, que atenúe algo de las tramposas afirmaciones de los eclesiásticos: “Siempre tenemos razón para ser cornudos: porque si la mujer es buena, comunicarla con los prójimos es caridad; y si es maña, es alivio propio”.
A ver, hijos míos, hermanos míos en el Señor, ¿dónde está la bolita? ¿Quién quiere apostar? ¿Dónde está la bolita?




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