Un Boeing 747 se estrella y mueren 450 pasajeros, más toda
la tripulación, pero un niño sale indemne con solo quemaduras de primer grado:
luego dios existe y a través de ese niño se pone de manifiesto su infinita
bondad. Es decir, ocurra lo que ocurra, siempre un argumento retorcido hará que
aparezca beneficioso cualquier evento y refrende el propio pensamiento, por muy
ilógico y/o alógico que sea. Esa misma argucia argumentativa se aplica de múltiples
formas camaleónicas por parte de numerosas instituciones religiosas y
eclesiásticas
Así, por ejemplo, Karol Wojtyla permaneció aferrado a su
puesto de jerarca supremo de la iglesia católica hasta el último segundo de su
vejez: lo presentaron como prueba de santidad. Joseph Ratzinger, en cambio,
dimite como “Papa” y es explicado de inmediato como prueba de humildad y
santidad del clérigo alemán (por cierto, dada la duración media de los Papas,
¿sería más apropiado hablar entonces de que Ratzinger solo se ha prejubilado?) .
Y es que la gente eclesiástica es maestra en llevar el agua siempre a su molino,
de acuerdo con sus intereses.
Una madre católica espera la llegada de su hijo, que viaja
en coche. Si llega sano y salvo da gracias a dios por haberlo cuidado
paternalmente: es, pues, voluntad de dios. Si sufre un accidente grave o mortal,
ese mismo dios le ha puesto a prueba su acatamiento de los designios
celestiales: es voluntad de dios. En otras palabras, ocurra lo que ocurra, la
interpretación siempre favorece a los dioses y a sus representantes en la
tierra. ¿No se le ocurre a esa preguntarse por qué dios, siendo bueno y
omnipotente, no ha evitado el accidente?
Si el beato X realiza milagros tras su muerte, y
supuestamente cura a un diabético o a una persona con un tumor maligno, se lo
canoniza por ser condición sine qua non y prueba de su santidad. Si 3.457
personas diabéticas y enfermas de cáncer maligno solicitan del mismo beato la
misma curación y no les ocurre nada, eso no es prueba del egoísmo interesado y
de la perezosa desidia del beato, que solo cura en su propio beneficio para
subir a los altares, sino de la impiedad de los diabéticos, que no aceptan que
la voluntad de dios es que vivan en la enfermedad debida al aumento de los
niveles de glucosa o hiperglucemia, o por un grupo de células descontroladas
que aumentan de forma autónoma.
Su dios crea las margaritas, las puestas de sol y la
belleza del mundo, pero no la lepra, la muerte, el cáncer, la gonorrea o la
poliomielitis. En el primer caso, dios es fuente creadora de todo lo bueno. En
segundo, es culpa de los humanos: por eso inventaron el pecado original,
causante de todos los males y desgracias.
Si un padre mata a un hijo se interpreta como un crimen
despiadado y horrendo. Si dios manda a un padre degollar a su hijo
(Abraham-Isaac) solo se pone a prueba su obediencia incondicional la divinidad.
Si un padre entrega a su hijo al pelotón de fusilamiento ¡por una buena causa! es
un vil criminal, pero si dios entrega a la muerte a su hijo (a él mismo, dentro
del galimatías trinitario) para redimir
los pecados de la humanidad es un acto de generosidad y de amor. Con lo
sencillo que sería lo que hacen la mayor parte de los padres con sus hijos:
darles un beso, decirles que no lo hagan más y sanseacabó. Pero el dios
cristiano es sádico, rencoroso e incapaz de perdonar si no es mediante sangre y
sufrimiento.
Matar atenta contra el quinto mandamiento, a no ser, por
ejemplo, que se queme en la hoguera a brujas y herejes o se fusile a
republicanos y comunistas. Bush oraba cada domingo en su iglesia pidiendo la
pronta victoria de sus tropas sobre los terroristas iraquíes o afganos. Dios no
manda rayos justicieros contra el “mundo rico y desarrollado” que condena a morir de hambre y de miseria a
cientos de millones de seres humanos, víctimas de la especulación y de la
codicia. Los eclesiásticos, en este caso, guardan silencio, no sea que se les
invite a vender y donar los tesoros acumulados durante siglos a costa de privar
al pueblo de lo más necesario.
Un preservativo, una píldora poscoital, o una gloriosa
felación son pecados para los eclesiásticos. Miles de casos de pederastia en
Estados Unidos y Europa (¿cuándo saltará la liebre de los abusos sexuales de
curas y monjas con niños y niñas en Italia y España?) son solo, al decir de Ratzinger,
“una persecución de la iglesia a manos de la iglesia misma”, que se ha
silenciado en lo posible y se ha tratado de borrar a costa de millones de
dólares de indemnización?
Hace 2.500 años, en la conocida como Escuela de Megara, se
idearon una serie de argumentos/trampa bastante jocosos. Uno de los más famosos
es el “silogismo del cornudo”: “Tú tienes todo lo que no has perdido. Tú no has
perdido los cuernos. Por consiguientes, tú tienes cuernos, eres un cornudo”,
Los argumentos de los eclesiásticos se me antojan bastante similares, con la
diferencia de que los axiomas “teológicos” sobre los que se asientan los
argumentos eclesiásticos no tienen la menor intención de convencer, sino solo
de ser creídos.
Sin salirnos del área de los cornudos acabaré entonces con
un lúcido dilema de Quevedo, que atenúe algo de las tramposas afirmaciones de
los eclesiásticos: “Siempre tenemos razón para ser cornudos: porque si la mujer
es buena, comunicarla con los prójimos es caridad; y si es maña, es alivio
propio”.
A ver, hijos míos, hermanos míos en el Señor, ¿dónde está
la bolita? ¿Quién quiere apostar? ¿Dónde está la bolita?
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