Llevo todo el día preguntándome
por qué me niego, de hecho, a escuchar o ver un solo segundo del presunto
Debate del estado de la nación. Me salen al paso raudas respuestas, todas ellas
sesudamente racionales, pero no me dejo engañar: en realidad y sobre todo, no
quiero saber nada de tal Debate porque no me creo una sola palabra de lo que
dicen, prometen o denuncian.
Hace muchos años, tuve ocasión
de observar muy de cerca una mesa de trileros en la madrileña calle Preciados.
Era una cuadrilla perfectamente engranada en la que cada uno cumplía un
determinado rol. El objetivo era engatusar a la posible víctima, que finalmente
se arrancaba a jugar, con aire de suficiencia, como si ya supiera cuál era el
cubilete exacto donde estaba la bolita. La cara que se le quedaba, al perder,
era patética, pero no se atrevía a protestar, porque unos supuestos curiosos
como él (en realidad, compinches del trilero oficial) daban toda la razón a
este, que supuestamente había jugado sin trampa ni cartón (¡todos lo habían
visto y daban fe de ello!). Hoy tengo esa misma sensación de aquella tarde
veraniega en el centro de Madrid.
Salvando las personas y el
talante personal de los parlamentarios (sería demasiado osado e injusto
generalizar de esa forma) no les creo, salvo a Izquierda Plural, con cuyos
postulados coincido en su mayor parte. Sus técnicas de persuasión están vacías
y fofas, y sobre sus cabezas sobrevuela la pregunta de por qué no han hecho lo
que ahora dicen si los grupos mayoritarios (PP y PSOE) y los grupos que se han
coaligado con ellos para avalar gobiernos y mayorías (PNV, CiU, CC, UPN y
otros) han tenido en sus manos llevarlo a cabo desde hace treinta años.
Empezaré a prestarles atención
cuando no solo hablen, sino comiencen a llevar a cabo una banca pública al
servicio de la ciudadanía y desde una perspectiva de economía social; un
salario mínimo interprofesional digno y suficiente, acorde con al menos la
media (1.000 euros) de los existentes en la UE; un impuesto de transacciones
financieras al servicio de y controlado por la ciudadanía y el pueblo; una
escuela laica y pública, donde no solo no se recorta presupuesto, sino que se
vuelcan en ella las expectativas y los valores de la ciudadanía: una sanidad
pública, universal, gratuita y de calidad; pensiones suficientes y dignas;
juicio y prisión para los empresarios, políticos y banqueros que defrauden
dinero o que lo blanqueen fraudulentamente; una fiscalidad en beneficio de
todos, en la que contribuyan cada ciudadano y cada empresa en justa consonancia
con lo que poseen y ganan; derogación del Concordato franquista de 1953 con la
iglesia católica y de los Acuerdos de 1979; espacios públicos, actos
institucionales y representantes políticos realmente aconfesionales; nacionalización de los sectores estratégicos
de la economía; etcétera…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Si lo deseas, puedes hacer el comentario que consideres oportuno.