Hace unos años, cuando era coordinador de
Movimiento laico aragonés MHUEL, fui invitado a asistir a una tertulia matutina
de Aragón Televisión (“Sin Ir Más lejos”), pues desde la asociación habíamos
solicitado formalmente al Ayuntamiento zaragozano que cesara la emisión por
megafonía del cántico “Bendita y alabada sea”, reivindicando que los espacios
públicos deben ser laicos y aconfesionales, al margen de las creencias e
ideologías de ámbito privado, para así poder ejercer la ciudadanía su derecho a
la libertad de conciencia en plena
igualdad de condiciones.
El vídeo de aquella tertulia puede verse
en http://www.youtube.com/watch?feature=player_embedded&v=1OMKsfTFoMg
Además de las esperadas reacciones en
contra de los contertulios (tocar en Aragón cualquier tema relacionado con la
virgen del Pilar es tabú), un señor me “invitó” al final del programa por
teléfono a no pasar por la plaza del Pilar ni aledaños, y otra señora me “invitó”
por su parte a irme de Aragón.
Al escuchar todo aquello, como un
relámpago me vino a la cabeza el recuerdo de unos reyes tan católicos, tan
católicos, tan católicos (catolicismo viene del griego katholou, que significa “universal”) que consideraron su deber
católico, mediante Decreto o Edicto de Granada, obligar a todos los judíos que
habitaban en sus reinos a convertirse al catolicismo o ser expulsados. Se daba
como plazo el 2 de agosto de 1492, fecha en que Colón zarpó para descubrir las
Indias. El redactor del borrador de aquel Decreto era Tomás de Torquemada,
inquisidor general en España.
En 1609, otro rey muy católico, Felipe
III, decretó la expulsión de los moriscos, descendientes de la población de
religión musulmana convertida al cristianismo. Años antes, el paradigma de
todas las virtudes hispanocatólicas,
Felipe II, preocupado por la posible difusión de las ideas protestantes en la España,
actuó con mano de santo cirujano: como botones de muestra, entre 1559 y 1562 se
celebraron tres autos de fe inquisitoriales en Andalucía, en los que fueron
quemados públicamente unas cuantas decenas de protestantes. En Valladolid, en
1559 se celebraron otros dos autos de fe similares en la plaza mayor,
asistiendo a uno de ellos el propio Felipe II en persona.
Si buscamos el común denominador de estas
pocas muestras de intolerancia fanática en la historia española, encontramos la
constante de que un colectivo de personas se cree con derecho de expulsar o
liquidar a otras personas por el hecho de pensar o actuar de forma diferente.
Pues bien, Beatriz Talegón,
secretaria general de la Unión Internacional de Juventudes Socialistas, fue
expulsada el pasado 17 de febrero de la manifestación antidesahucios habida en
Madrid. Estaba acompañada del ex
ministro socialista de Justicia. J.F. López Aguilar, que quizá podría haberse quedado en su casa
en lugar de acudir a esa manifestación, pero cuya presencia también puede ser
interpretada como un signo de arrepentimiento de acciones y omisiones pasadas y
como un paso adelante en sentido opuesto. Talegón ejerció su derecho a
manifestar cívica y pacíficamente su impecable opción política y social
respecto del asunto de los desahucios.
A pesar de toda la
indignación reinante, a pesar de los suicidios, desahucios y tragedias
personales y familiares, ningún grupo de ciudadanos y ciudadanas tiene derecho
alguno a echar a nadie de una manifestación que no es suya ni de su propiedad. ¿O
más bien desahuciaron a Beatriz Talegón de la manifestación?
Nos han producido tal cacao mental, que ya no sabemos donde está el norte, ni el sur......Gracias por aportar tanta sabiduría al debate. Un abrazo, amigo Antonio.
ResponderEliminarGracias a ti, amigo Ramón, por seguir tan comprometidamente en la brecha. Un abrazo
ResponderEliminar