Con
el barullo habido por las hipotecas y los desahucios, el millón y medio de
firmas de la Iniciativa Legislativa Popular presentada por la Plataforma de
Afectados por la Hipoteca (PAH), a última hora admitida a trámite en el
Congreso por la mayoría absoluta del
Partido Popular, pasó de puntillas la aprobación a trámite por el Congreso de otra
iniciativa parlamentaria para que “la fiesta de los toros” sea considerada Bien
de Interés Cultural (BIC).
Me
llamó especialmente la atención el discurso parafilosófico o pseudofilosófico
pronunciado por el portavoz de UPyD en el Congreso, el actor Toni Cantó, a
favor de la fiesta nacional (la fiesta de una de esas dos Españas que va
helando el corazón y que muta de adeptos y causas, según las semanas, los
crones o los eones).
Cantó
corrigió a los parlamentarios, conminándolos a no andarse por las ramas y
centrar debidamente el asunto: ¿Tienen todos los animales derechos o no los
tienen? La pregunta misma ya tenía trampa: olvidaba que quien está formulando
la cuestión es también animal (“racional” –lo describe- haciendo suya la
distinción escolástica entre animales racionales e “irracionales”). A partir de
tal omisión y bajo la luz refulgente de su “referente ético”, Fernando Savater,
cofundador junto a la madre fundadora, Rosa Díez, de la asociación ¡Basta Ya!,
de la que nace en 2007, cual brote verde esperanzador para muchos corazones
patrios, la Unión Progreso y Democracia (UPyD), Toni Cantó blande la espada
ajena y proclama que “los animales no tienen derechos, a la par que no tienen
obligaciones”, no son “sujetos éticos”, “al carecer de libre albedrío” y ser
“incapaces de discernir entre el bien y el mal”. Total, que, según Cantó y sus
fuentes inspiradoras, los que nos separa de “los animales” es “el tema de la
libertad” y la “capacidad de sufrimiento y percepción del dolor”, por lo que
los animales no son “nuestros iguales”. Por lo mismo, continúa Cantó, no
tenemos obligaciones morales con los animales, aunque el maltrato animal
“degrada nuestra humanidad”. Concluye Cantó que los toros y los animales no
tienen dos de nuestros derechos fundamentales: derecho a la libertad y derecho
a la vida. Me quedé preocupado, tras escuchar atentamente la intervención de
Cantó en el pleno del Congreso, pues no dejaba de preguntarme si Cantó fue
capaz incluso de sentirse satisfecho de aquella ristra de pesudoargumentos.
Por
otro lado, nada tiene de extraño que, ya analizado el percal de nuestros los
representantes de la patria, el pleno
del Congreso admitiera ese mismo día a trámite la Iniciativa Legislativa
Popular (ILP) de la Federación de Entidades Taurinas de Cataluña para que la
fiesta de los toros fuese declarada bien de interés cultural en toda España. Para ello, necesitó, amén de la
mayoría absoluta del PP, los votos de UPyD, UPN y Foro Asturias. Cualquier ojo auténticamente
patriótico habría adivinado aquella
tarde en el techo del hemiciclo al mismísimo Viriato, a don Pelayo, a Santiago
y cierra España y al icono mismo de la Nación Española, la virgen del Pilar,
arengando y bendiciendo a tanto defensor de las tradiciones hispanas.
Sin
embargo, aquellos personajes históricos y celestiales se quedaron perplejos
ante la postura del grupo socialista: abstención; o sea, una vez más ni chicha
ni limoná, ni frío ni caliente, ni aquí
ni allí, ni ná de ná. Algunos diputados socialistas adujeron que de sus 110
diputados unos “aman" los toros, y otros solo “han ido a una plaza a un
concierto de rock", afirmaron que
“los toros son cultura”, distinguieron entre “corridas de toros” y
“tauromaquia” y decidieron pronunciarse sobre la ILP sobre “la fiesta nacional”
como desde hace tiempo nos tienen acostumbrados: absteniéndose.
Fácil
es concluir que, ante la abstención socialista, una considerable parte de la
ciudadanía se quedó asimismo perpleja, estupefacta y consternada.
Aquellos
parlamentarios olvidaban, culposamente o bien a sabiendas, que no se trataba
solo de pronunciarse sobre esa carnicería denominada “fiesta nacional”, sino de
declararla Bien de Interés Cultural, lo que, entre otras cosas implica su
carácter público, con la consiguiente obligación por parte de la Administración
de protegerlo, la necesidad de autorizar por parte de la Administración
cualquier modificación, privilegios fiscales y ayudas para su mantenimiento y
restauración, etc.
Desconozco
además si los señores parlamentarios incluyeron en la admisión de la ILP sobre
las corridas de toros las sabias y reflexivas admoniciones que Manolo Escobar,
inequívoco defensor de las esencias patrias, nos dejó como legado
moral-nacional: “No me gusta que a los toros te pongas la minifalda. La gente
mira p’arriba, porque quieren ver tu cara y quieren ver tus rodillas (…) Me
rebelo y me rebelo y tengo que pelearme y a los toros no los veo. Así que tú ya
lo sabes, no te pongas minifalda, que los toros de esta tarde yo tengo gana de
verlos sin pelearme con nadie”.
Desde
luego, personalmente, yo ni voy a ir a los toros ni voy a ponerme una
minifalda.
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