PUBLICADO HOY EN EL PERIÓDICO DE ARAGÓN
Existe el riesgo de que las justas
reivindicaciones de una escuela pública, laica y de calidad, tan agredida y
zarandeada por los Gobiernos del PP en Aragón y España y por el ministro Wert y la Consejera Serrat, dejen en segundo término lo que
realmente es la piedra angular de la educación: la escuela misma.
Llevo observando que la escuela pública
está siendo asfixiada por la visión miope y liliputiense que pretende reducirla
a unos edificios donde acuden niños, muchachos y jóvenes de extracción social
media y baja y donde se van formando con estricta uniformidad sus mentes, sus
miras y sus expectativas profesionales. Al aumentar ratios y reducir
presupuestos, becas y ayudas a las familias con menor capacidad económica, la
formación de directivos, élites y profesionales de orden superior queda sujeta
a una red de enseñanza de carácter concertado y privado, en perjuicio del
principio de la igualdad intrínseca y la igualdad de oportunidades de todos y
cada uno de los ciudadanos ante la ley y ante su propio destino. Así las cosas,
no hay que ahorrar tiempo y esfuerzos para la defensa de lo público y la
reivindicación del derecho universal a la educación, recogido en el artículo 27
de la Constitución de 1978, cuyo objeto es “el pleno desarrollo de la
personalidad en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los
derechos y libertades fundamentales”.
Por ello mismo, observo que parece
hablarse ahora menos de lo sustantivo (escuela) al subrayarse otros aspectos
adjetivos (laico, público, universal…), imprescindibles, pero que en ningún
caso deberían llevar a segundo término la vida misma real de y en la escuela,
sobre la que menudean solo los “discursos de adultos” y donde no tienen ni voz
ni voto sus verdaderos protagonistas: el alumnado.
Debería preocuparnos constatar que en
buena parte de las aulas y las horas lectivas reina el aburrimiento: el
alumnado se aburre, no se ve concernido en lo que se enseña y el lunes sigue
siendo una mala noticia para el alumnado (quizá también para una considerable
parte del profesorado), pues hay que volver a la escuela. Hace unos meses, se
me invitó a dar una charla sobre educación y propuse como tema “¿por qué las
clases suelen ser tan aburridas?”, con gran regocijo por parte de la gente
joven de la asociación. El resultado fue que aquella invitación sigue
dormitando en el baúl de las invitaciones nonatas. El adulto tiene miedo de que
la gente joven diga que se aburre básicamente en la escuela, a lo que solo
saben contestar apelando al deber y al día de mañana.
El alumnado va a la escuela ni interesado
ni dispuesto a engullir obedientemente lo que le vayan echando cada hora de las
seis horas lectivas diarias durante los diez meses de cada curso escolar. Por
ello mismo, la tarea primordial de la escuela debe ser encauzar y alimentar la
curiosidad y la vitalidad de un niño para que ingrese en la dinámica del
preguntarse y del descubrir posibles soluciones. Por ello mismo, la escuela
nunca debería ser una descomunal fábrica de respuestas prefabricadas que cada
alumno debe engullir de acuerdo con unos programas, etapas y asignaturas, pues
el primer axioma en el mundo escolar debería ser que lo fundamental es el
preguntarse mismo: sin pregunta previa, la respuesta prefabricada carece de sentido.
Es por eso que olvidamos casi todo lo que hemos tenido que soltar en un examen
y apenas recordamos unas briznas de las toneladas de respuestas prefabricadas
que hemos aprendido en la escuela durante tantos años, pues aprobar un examen o
promocionar de curso no es propiamente aprender. Pero al adulto no le interesa
mirar sin filtros esta cuestión, en la que es la escuela misma la que acaba
estando cuestionada.
A medida que el niño crece, suele
gustarle menos ir a la escuela, que con los años queda asociada a un lugar de
displacer y tedio (salvo los amigos y los tiempos de recreo), en lugar de
disfrute. Mientras aprender no tienda a ser un proceso donde cada persona, de
cualquier edad, experimenta con agrado que el mundo se abre ante sí y cada persona va formando y configurando su
mundo y su personalidad, según su propio ritmo y sus intereses, que no tienen
por qué coincidir de pleno con los del resto, la escuela seguirá siendo en
parte un desatino: no atina en modelar su identidad y sus auténticos objetivos.
En el exitoso programa de Évole “Salvados” quedó claro que la
diferencia entre Finlandia y España no radica propiamente en los resultados
señalados en los Informes Pisa, sino primordialmente en la voluntad efectiva de todo un país y una
sociedad para que sus generaciones jóvenes tengan una educación integral y de
calidad, basada en la inquietud por saber, el autoconocimiento, la autonomía,
la responsabilidad y el talante positivamente crítico ante la vida y el mundo.
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