miércoles, 27 de febrero de 2013

Hablemos de la escuela, a secas




PUBLICADO HOY EN EL PERIÓDICO DE ARAGÓN

Existe el riesgo de que las justas reivindicaciones de una escuela pública, laica y de calidad, tan agredida y zarandeada por los Gobiernos del PP en Aragón y España y por el ministro Wert y la Consejera Serrat, dejen en segundo término lo que realmente es la piedra angular de la educación: la escuela misma.
Llevo observando que la escuela pública está siendo asfixiada por la visión miope y liliputiense que pretende reducirla a unos edificios donde acuden niños, muchachos y jóvenes de extracción social media y baja y donde se van formando con estricta uniformidad sus mentes, sus miras y sus expectativas profesionales. Al aumentar ratios y reducir presupuestos, becas y ayudas a las familias con menor capacidad económica, la formación de directivos, élites y profesionales de orden superior queda sujeta a una red de enseñanza de carácter concertado y privado, en perjuicio del principio de la igualdad intrínseca y la igualdad de oportunidades de todos y cada uno de los ciudadanos ante la ley y ante su propio destino. Así las cosas, no hay que ahorrar tiempo y esfuerzos para la defensa de lo público y la reivindicación del derecho universal a la educación, recogido en el artículo 27 de la Constitución de 1978, cuyo objeto es “el pleno desarrollo de la personalidad en el respeto a los principios democráticos de convivencia y a los derechos y libertades fundamentales”.
Por ello mismo, observo que parece hablarse ahora menos de lo sustantivo (escuela) al subrayarse otros aspectos adjetivos (laico, público, universal…), imprescindibles, pero que en ningún caso deberían llevar a segundo término la vida misma real de y en la escuela, sobre la que menudean solo los “discursos de adultos” y donde no tienen ni voz ni voto sus verdaderos protagonistas: el alumnado.
Debería preocuparnos constatar que en buena parte de las aulas y las horas lectivas reina el aburrimiento: el alumnado se aburre, no se ve concernido en lo que se enseña y el lunes sigue siendo una mala noticia para el alumnado (quizá también para una considerable parte del profesorado), pues hay que volver a la escuela. Hace unos meses, se me invitó a dar una charla sobre educación y propuse como tema “¿por qué las clases suelen ser tan aburridas?”, con gran regocijo por parte de la gente joven de la asociación. El resultado fue que aquella invitación sigue dormitando en el baúl de las invitaciones nonatas. El adulto tiene miedo de que la gente joven diga que se aburre básicamente en la escuela, a lo que solo saben contestar apelando al deber y al día de mañana.
El alumnado va a la escuela ni interesado ni dispuesto a engullir obedientemente lo que le vayan echando cada hora de las seis horas lectivas diarias durante los diez meses de cada curso escolar. Por ello mismo, la tarea primordial de la escuela debe ser encauzar y alimentar la curiosidad y la vitalidad de un niño para que ingrese en la dinámica del preguntarse y del descubrir posibles soluciones. Por ello mismo, la escuela nunca debería ser una descomunal fábrica de respuestas prefabricadas que cada alumno debe engullir de acuerdo con unos programas, etapas y asignaturas, pues el primer axioma en el mundo escolar debería ser que lo fundamental es el preguntarse mismo: sin pregunta previa, la respuesta prefabricada carece de sentido. Es por eso que olvidamos casi todo lo que hemos tenido que soltar en un examen y apenas recordamos unas briznas de las toneladas de respuestas prefabricadas que hemos aprendido en la escuela durante tantos años, pues aprobar un examen o promocionar de curso no es propiamente aprender. Pero al adulto no le interesa mirar sin filtros esta cuestión, en la que es la escuela misma la que acaba estando cuestionada.
A medida que el niño crece, suele gustarle menos ir a la escuela, que con los años queda asociada a un lugar de displacer y tedio (salvo los amigos y los tiempos de recreo), en lugar de disfrute. Mientras aprender no tienda a ser un proceso donde cada persona, de cualquier edad, experimenta con agrado que el mundo se abre ante sí y  cada persona va formando y configurando su mundo y su personalidad, según su propio ritmo y sus intereses, que no tienen por qué coincidir de pleno con los del resto, la escuela seguirá siendo en parte un desatino: no atina en modelar su identidad y sus auténticos objetivos.
En el exitoso programa de Évole “Salvados” quedó claro que la diferencia entre Finlandia y España no radica propiamente en los resultados señalados en los Informes Pisa, sino primordialmente en  la voluntad efectiva de todo un país y una sociedad para que sus generaciones jóvenes tengan una educación integral y de calidad, basada en la inquietud por saber, el autoconocimiento, la autonomía, la responsabilidad y el talante positivamente crítico ante la vida y el mundo.



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