lunes, 4 de marzo de 2013

Fernández Díaz revuelve el armario, que quiere cerrado



El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, confunde churras con merinas, represiones propias y ajenas con funciones institucionales y fe con la convivencia ciudadana. El pasado miércoles, nada más y nada menos que en un coloquio sobre Religión y Espacio Público celebrado en la Embajada de España en Roma se despachó con una argumentación ¡¿racional?! –según el ministro- y no confesional, para oponerse al matrimonio entre personas del mismo sexo: “ese matrimonio no debe tener la misma protección por parte de los poderes públicos que el matrimonio natural. La pervivencia de la especie, por ejemplo, no estaría garantizada”. Y no es de descartar que el ministro Fernández, miembro supernumerario de la secta religiosa Opus Dei, hubiese consultado tamaña intervención con su director espiritual, igualmente de la Obra, pues no desaprovecha ocasión alguna de hacer apostolado allí por donde pisa.
Por esa misma razón, la atención a  personas con síndrome de Down, la dación en pago para las personas víctimas del desahucio de sus viviendas por impago de hipotecas y otros conceptos, la prevención contra incendios, las pensiones dignas o el derecho al trabajo no deberían ser objeto de protección por parte de los poderes públicos, pues mediante todo ello tampoco se garantiza la pervivencia de la especie. Y desde esa misma perspectiva, deberían quedar prohibidos los condones, las píldoras anticonceptivas, los espermicidas, los DIUs y cualquier otro método encaminado a dificultar la pervivencia de la especie, amén de sufrir multa e incluso prisión quienquiera que propusiera la virginidad, el celibato o la adscripción al Opus Dei como miembro numerario o supernumerario con opción al celibato.
En esa misma línea, si el Parlamento español ha aprobado una ley sobre matrimonios homosexuales se debe, según Fernández, a una “abdicación de las propias creencias”, por parte de muchos parlamentarios, y si España ha perdido el marchamo católico, apostólico y romano es debido, lamentablemente, a que “el 75% de la población española que se declara católica” no actúa “en coherencia”. Según el ministro del Interior y discípulo de Escrivá de Balaguer, si los parlamentarios hubiesen votado “en conciencia”, habrían rechazado mayoritariamente el matrimonio gay. Pero sin dejar la atalaya de la conciencia, habría que ver si los parlamentarios y los grupos parlamentarios han mantenido hasta el día de hoy el Concordato franquista de 1953 y los Acuerdos de 1979 entre España y el Vaticano por obrar “en conciencia” o movidos principalmente por motivos políticos (en el peor sentido de la palabra “política”) y electoralistas. Y el mismo planteamiento es aplicable, por ejemplo, a la existencia de las clases de catequesis y moral católica en la escuela pública, la financiación de las confesiones religiosas, la presencia de símbolos religiosos en espacios públicos o la asistencia de cargos públicos institucionales, en calidad de sus cargos, en actos y celebraciones de carácter confesional. ¿Entra la conciencia de los políticos en estos y otros similares asuntos?
Aparece igualmente en la prensa que el ministro del Interior padeció una conversión religiosa radical (las técnicas de persuasión conscientes, preconscientes y subconscientes son, como los caminos del Señor, infinitas) durante un fin de semana de 1991 en Las Vegas, la ciudad del pecado, la Sodoma y Gomorra moderna, donde Fernández cayó en la cuenta de que hasta entonces había vivido   “como si Dios no existiera”. Desde aquel día sus pasos fueron guiados por Camino y por su boca pasan límpidamente los mensajes directos de la Conferencia Episcopal hispana.
Como los dioses del ministro del Interior son así de caprichosos, han ocultado a sus ojos el misterio sociológico de que la homosexualidad y la pederastia en su iglesia católica haya abundado tanto en los Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Irlanda o Alemania, y sin embargo –si nos atenemos a lo aparecido hasta ahora en los medios de comunicación sobre el asunto- apenas se perciba rastro alguno de pederastia y homosexualidad entre el clero español bajo los sacros techos de sus colegios (pagados por todos, creyentes y no creyentes), iglesias, confesionarios, sacristías, monasterios, conventos, parroquias y otros respetables recintos de la divinidad. No hace falta ser un adivino o un anticlerical comecuras para tener la certeza de la enorme montaña de abusos sexuales perpetrados contra los niños y niñas, púberes, adolescentes y jovencitos-jovencitas en general en esa España donde, como se ufana Fernández, se declara católico el 75% de la población española. ¿Ha abierto la boca en algún momento el actual ministro del Interior  para hablar de tales abusos sexuales por parte del clero?
¿Le remueve algo la conciencia al ministro Fernández cuando tapa farisaicamente sus ojos ante la presencia sistemática de policías camuflados de “radicales” para reventar las manifestaciones y concentraciones de la ciudadanía? ¿Por qué no manda a sus policías a detener a corruptos, chorizos, defraudadores, estafadores institucionales y ladrones en general? ¿Y por qué no se calla (citando respetuosamente y deseando una larga recuperación al actual Jefe del Estado)? ¿Y por qué no dimite y se larga por donde ha venido a vomitar las represiones propias y ajenas en los sitios donde diariamente  reza, comulga, come y duerme? Lo mismo tiene suerte y su partido le monta un finiquito simulado o una indemnización en diferido.

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