El ministro del Interior, Jorge
Fernández Díaz, confunde churras con merinas, represiones propias y ajenas con
funciones institucionales y fe con la convivencia ciudadana. El pasado
miércoles, nada más y nada menos que en un coloquio sobre Religión y Espacio
Público celebrado en la Embajada de España en Roma se despachó con una
argumentación ¡¿racional?! –según el ministro- y no confesional, para oponerse
al matrimonio entre personas del mismo sexo: “ese matrimonio no debe tener la
misma protección por parte de los poderes públicos que el matrimonio natural.
La pervivencia de la especie, por ejemplo, no estaría garantizada”. Y no es de
descartar que el ministro Fernández, miembro supernumerario de la secta
religiosa Opus Dei, hubiese consultado tamaña intervención con su director
espiritual, igualmente de la Obra, pues no desaprovecha ocasión alguna de hacer
apostolado allí por donde pisa.
Por esa misma razón, la atención
a personas con síndrome de Down, la
dación en pago para las personas víctimas del desahucio de sus viviendas por
impago de hipotecas y otros conceptos, la prevención contra incendios, las
pensiones dignas o el derecho al trabajo no deberían ser objeto de protección
por parte de los poderes públicos, pues mediante todo ello tampoco se garantiza
la pervivencia de la especie. Y desde esa misma perspectiva, deberían quedar
prohibidos los condones, las píldoras anticonceptivas, los espermicidas, los
DIUs y cualquier otro método encaminado a dificultar la pervivencia de la
especie, amén de sufrir multa e incluso prisión quienquiera que propusiera la
virginidad, el celibato o la adscripción al Opus Dei como miembro numerario o
supernumerario con opción al celibato.
En esa misma línea, si el
Parlamento español ha aprobado una ley sobre matrimonios homosexuales se debe,
según Fernández, a una “abdicación de las propias creencias”, por parte de
muchos parlamentarios, y si España ha perdido el marchamo católico, apostólico
y romano es debido, lamentablemente, a que “el 75% de la población española que
se declara católica” no actúa “en coherencia”. Según el ministro del Interior y
discípulo de Escrivá de Balaguer, si los parlamentarios hubiesen votado “en
conciencia”, habrían rechazado mayoritariamente el matrimonio gay. Pero sin
dejar la atalaya de la conciencia, habría que ver si los parlamentarios y los
grupos parlamentarios han mantenido hasta el día de hoy el Concordato
franquista de 1953 y los Acuerdos de 1979 entre España y el Vaticano por obrar
“en conciencia” o movidos principalmente por motivos políticos (en el peor
sentido de la palabra “política”) y electoralistas. Y el mismo planteamiento es
aplicable, por ejemplo, a la existencia de las clases de catequesis y moral
católica en la escuela pública, la financiación de las confesiones religiosas,
la presencia de símbolos religiosos en espacios públicos o la asistencia de
cargos públicos institucionales, en calidad de sus cargos, en actos y
celebraciones de carácter confesional. ¿Entra la conciencia de los políticos en
estos y otros similares asuntos?
Aparece igualmente en la prensa
que el ministro del Interior padeció una conversión religiosa radical (las
técnicas de persuasión conscientes, preconscientes y subconscientes son, como
los caminos del Señor, infinitas) durante un fin de semana de 1991 en Las
Vegas, la ciudad del pecado, la Sodoma y Gomorra moderna, donde Fernández cayó
en la cuenta de que hasta entonces había vivido
“como si Dios no existiera”. Desde
aquel día sus pasos fueron guiados por Camino y por su boca pasan límpidamente
los mensajes directos de la Conferencia Episcopal hispana.
Como los dioses del ministro del
Interior son así de caprichosos, han ocultado a sus ojos el misterio sociológico
de que la homosexualidad y la pederastia en su iglesia católica haya abundado
tanto en los Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Irlanda o Alemania, y sin
embargo –si nos atenemos a lo aparecido hasta ahora en los medios de
comunicación sobre el asunto- apenas se perciba rastro alguno de pederastia y
homosexualidad entre el clero español bajo los sacros techos de sus colegios (pagados
por todos, creyentes y no creyentes), iglesias, confesionarios, sacristías,
monasterios, conventos, parroquias y otros respetables recintos de la divinidad.
No hace falta ser un adivino o un anticlerical comecuras para tener la certeza
de la enorme montaña de abusos sexuales perpetrados contra los niños y niñas,
púberes, adolescentes y jovencitos-jovencitas en general en esa España donde,
como se ufana Fernández, se declara católico el 75% de la población española.
¿Ha abierto la boca en algún momento el actual ministro del Interior para hablar de tales abusos sexuales por
parte del clero?
¿Le remueve algo la conciencia
al ministro Fernández cuando tapa farisaicamente sus ojos ante la presencia
sistemática de policías camuflados de “radicales” para reventar las
manifestaciones y concentraciones de la ciudadanía? ¿Por qué no manda a sus
policías a detener a corruptos, chorizos, defraudadores, estafadores
institucionales y ladrones en general? ¿Y por qué no se calla (citando
respetuosamente y deseando una larga recuperación al actual Jefe del Estado)?
¿Y por qué no dimite y se larga por donde ha venido a vomitar las represiones
propias y ajenas en los sitios donde diariamente reza, comulga, come y duerme? Lo mismo tiene
suerte y su partido le monta un
finiquito simulado o una indemnización en diferido.
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