Sorprende la profusión de noticias generadas acerca del vestuario
y del atuendo de Jorge Bergoglio, también conocido en el mundo católico como
Papa Francisco. Bergoglio es presentado como un héroe por haber cambiado el oro
por la plata o los zapatos rojos por los negros que le arregla su zapatero de
Buenos Aires (caros zapatos, en verdad, si por ellos se paga pasaje aéreo de
ida y vuelta). Entretanto, sin salir de mi país, cambios más radicales se
producen en muchas vidas humanas: gente que de la noche a la mañana se queda
sin casa, sin trabajo, sin esperanza. Esa gente no puede cambiar ni oro ni
plata por la sencilla razón de que no tienen oro ni plata, y además porque, de
tenerlos, los cambiarían ipso facto por un montoncito de euros con los que sobrevivir.
Esa gente jamás sale en los medios de comunicación ni es considerada héroe.
Otra heroicidad de Bergoglio es
que su casquete (nada tiene que
ver con la expresión castellana “echar un casquete”) no se parece ya al camauro
(una especie de gorro rojo con un ribete blanco de pelo de armiño). Lleva Bergoglio también un anillo de plata en
lugar de joyas de oro (no se las pone, pero siguen siendo de su propiedad) y
sus zapatos son negros y tienen cordones (al igual que cientos o miles de
millones de seres humanos que no tienen ni se plantean tener otra modalidad de
calzado). En otras palabras, Bergoglio ha realizado otro portentoso cambio en
la moda vaticana: ¡no calza mocasines rojos, como sus predecesores! ¡Tampoco
viste ya muceta roja! Para algunos medios de comunicación hispanos (por
ejemplo, El País) eso constituye toda una ¡revolución!
El
héroe revolucionario Bergoglio, no obstante, sigue siendo “cabeza visible” de
la iglesia católica, Jefe de Estado y “soberano de la Ciudad del Vaticano”.
Sospecho que estos títulos y materias no son ni serán objeto de revolución
alguna. La saga de títulos continúa: sumo
pontífice, vicario
de Cristo, sucesor de Pedro
y siervo de los siervos de Dios, además
de recibir el tratamiento protocolario de “Su Santidad” (¿en tercera persona
del singular?...). Representa
asimismo como máximo jerarca a la “Santa Sede”, que posee entidad jurídica
propia, también a nivel internacional. Con todo ello, Bergoglio puede respirar
tranquilo respecto de las insidias sobre algunos de sus actos y omisiones
durante la dictadura militar argentina: posee inmunidad diplomática, es decir,
no puede ser acusado en tribunales, ya que más de 170 países lo reconocen como
jefe de Estado del Vaticano.
Bergoglio, como Papa heroico,
dispone también de otros superpoderes: por ejemplo, declarar a alguien santo
(incluido Escrivá de Balaguer), declarar dogmas de fe de obligatoria creencia y
desde 1870 ser infalible en materia de fe y moral.
Creo que la revolución
bergogliana tampoco conlleva el reconocimiento de una de las principales
patrañas originarias de los Papas romanos: la “donación de Constantino”, un
presunto decreto imperial apócrifo atribuido al emperador Constantino por el
que se reconoce como soberano al Papa, donándole la ciudad de Roma, las
provincias de Italia y todo el resto del Imperio romano de Occidente, creándose
así el llamado “Patrimonio de San Pedro”, sobre el que se funda el inmenso
poder y la inmensa riqueza de la iglesia católica en el mundo desde el siglo IV. El humanista Lorenzo
Valla demostró en 1440 que tal “decreto” era solo un fraude de la curia romana, uno más en la
historia de la iglesia católica.
Supongo
igualmente que la revolución bergogliana tampoco contempla la anulación del
Concordato de 1953 y los Acuerdos de 1979 entre el Estado español y el Estado
del Vaticano, que incluyen cláusulas y privilegios claramente
inconstitucionales en materia de cultura, educación, economía, finanzas, e
intrusión confesional en cuarteles y hospitales.
Por
último, es de esperar que la revolución bergogliana entre de lleno, entre otras
cosas, en la fabricación y el comercio de armamento, la voracidad de los
mercados financieros, la pobreza y la miseria reinantes en buena parte del
planeta, la salud sexual de su clero a fin de que deje de perjudicar y abusar
de seres inocentes, y, de paso, que el Vaticano deje de ser un paraíso fiscal y
un centro internacional de blanqueo de dinero.
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