domingo, 31 de marzo de 2013

La revolución bergogliana en el Vaticano



 

Sorprende la profusión de noticias generadas acerca del vestuario y del atuendo de Jorge Bergoglio, también conocido en el mundo católico como Papa Francisco. Bergoglio es presentado como un héroe por haber cambiado el oro por la plata o los zapatos rojos por los negros que le arregla su zapatero de Buenos Aires (caros zapatos, en verdad, si por ellos se paga pasaje aéreo de ida y vuelta). Entretanto, sin salir de mi país, cambios más radicales se producen en muchas vidas humanas: gente que de la noche a la mañana se queda sin casa, sin trabajo, sin esperanza. Esa gente no puede cambiar ni oro ni plata por la sencilla razón de que no tienen oro ni plata, y además porque, de tenerlos, los cambiarían ipso facto por un montoncito de euros con los que sobrevivir. Esa gente jamás sale en los medios de comunicación ni es considerada héroe.
Otra heroicidad de Bergoglio es que su casquete (nada tiene que ver con la expresión castellana “echar un casquete”) no se parece ya al camauro (una especie de gorro rojo con un ribete blanco de pelo de armiño).  Lleva Bergoglio también un anillo de plata en lugar de joyas de oro (no se las pone, pero siguen siendo de su propiedad) y sus zapatos son negros y tienen cordones (al igual que cientos o miles de millones de seres humanos que no tienen ni se plantean tener otra modalidad de calzado). En otras palabras, Bergoglio ha realizado otro portentoso cambio en la moda vaticana: ¡no calza mocasines rojos, como sus predecesores! ¡Tampoco viste ya muceta roja! Para algunos medios de comunicación hispanos (por ejemplo, El País) eso constituye toda una ¡revolución!
El héroe revolucionario Bergoglio, no obstante, sigue siendo “cabeza visible” de la iglesia católica, Jefe de Estado y “soberano de la Ciudad del Vaticano”. Sospecho que estos títulos y materias no son ni serán objeto de revolución alguna. La saga de títulos continúa: sumo pontífice, vicario de Cristo, sucesor de Pedro y siervo de los siervos de Dios, además de recibir el tratamiento protocolario de “Su Santidad” (¿en tercera persona del singular?...).  Representa asimismo como máximo jerarca a la “Santa Sede”, que posee entidad jurídica propia, también a nivel internacional. Con todo ello, Bergoglio puede respirar tranquilo respecto de las insidias sobre algunos de sus actos y omisiones durante la dictadura militar argentina: posee inmunidad diplomática, es decir, no puede ser acusado en tribunales, ya que más de 170 países lo reconocen como jefe de Estado del Vaticano.
Bergoglio, como Papa heroico, dispone también de otros superpoderes: por ejemplo, declarar a alguien santo (incluido Escrivá de Balaguer), declarar dogmas de fe de obligatoria creencia y desde 1870 ser infalible en materia de fe y moral. 
Creo que la revolución bergogliana tampoco conlleva el reconocimiento de una de las principales patrañas originarias de los Papas romanos: la “donación de Constantino”, un presunto decreto imperial apócrifo atribuido al emperador Constantino por el que se reconoce como soberano al Papa, donándole la ciudad de Roma, las provincias de Italia y todo el resto del Imperio romano de Occidente, creándose así el llamado “Patrimonio de San Pedro”, sobre el que se funda el inmenso poder y la inmensa riqueza de la iglesia católica en el  mundo desde el siglo IV. El humanista Lorenzo Valla demostró en 1440 que tal “decreto” era solo un fraude de la curia romana, uno más en la historia de la iglesia católica.
Supongo igualmente que la revolución bergogliana tampoco contempla la anulación del Concordato de 1953 y los Acuerdos de 1979 entre el Estado español y el Estado del Vaticano, que incluyen cláusulas y privilegios claramente inconstitucionales en materia de cultura, educación, economía, finanzas, e intrusión confesional en cuarteles y hospitales.
Por último, es de esperar que la revolución bergogliana entre de lleno, entre otras cosas, en la fabricación y el comercio de armamento, la voracidad de los mercados financieros, la pobreza y la miseria reinantes en buena parte del planeta, la salud sexual de su clero a fin de que deje de perjudicar y abusar de seres inocentes, y, de paso, que el Vaticano deje de ser un paraíso fiscal y un centro internacional de blanqueo de dinero.




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