Publicado hoy en El periódico de Aragón
Cuando se tiene la oportunidad de ver
como una mujer, acompañada de su marido enfermo de cáncer, apenas puede llevar
un botellín de agua a su boca debido al temblor que la invade al salir de los
Juzgados de Zaragoza, tras haber asistido a la subasta de su vivienda, objeto anterior de desahucio, se tiene la
certeza de que no solo se está lesionando el derecho universal y constitucional
a una vivienda digna, sino que es un ser humano el realmente agredido y
maltratado.
Nos suelen presentar los derechos humanos
y las libertades ciudadanas como si fuesen entidades ajenas y externas, pero
eso es una falsificación de la realidad: no tenemos propiamente derechos, sino
que somos esos derechos, que existen en y a través de nosotros, a la vez que
son ellos los que nos constituyen como humanos. El derecho a la salud, por
ejemplo, no existe por estar reconocido en la ley, sino que tal derecho resulta
reconocido por pertenecer constitutivamente a la humanidad misma de cada
persona.
En el transcurso de la historia de la
humanidad, se han ido sedimentando, descubriendo y reconociendo los derechos
humanos fundamentales y universales, cristalizados lentamente en ese tesoro
colectivo de derechos y libertades, que nos identifica como humanos.
Que una sola persona (no digamos ya
centenares de millones) muera de hambre o de malnutrición es un crimen de lesa
humanidad, pues no solo se está conculcando un derecho, sino que se está
dejando morir a un ser humano. “La
dignidad intrínseca y los derechos iguales e inalienables de todos los miembros
de la familia humana”, sobre los que, según afirma Naciones Unidas, están
basadas “la libertad, la justicia y la paz en el mundo”, tienen su origen y
fundamento en el ser mismo de todos y cada
de uno de los seres humanos.
Por
lo mismo, un sistema económico, político y militar que garantiza solo la
supremacía de las grandes potencias, pero, de hecho, presupone que el propio
bienestar ocasiona necesariamente la lesión de los derechos humanos elementales
de varios miles de millones de personas es un sistema ilegítimo, injusto y
odioso, al que hay que oponerse incondicionalmente con todas las energías y por
todos los medios, pues ese sistema es inhumano y deshumaniza.
“Los derechos humanos constituyen
el ideal
común por el que todos los pueblos y naciones deben esforzarse, a fin de que
tanto los individuos como las instituciones promuevan, mediante la enseñanza y
la educación, el respeto a estos derechos y libertades”, proclama la Carta de
la ONU. Hoy tal declaración es un lacerante acto de hipocresía, pues vivimos
dentro de un sistema que no tiene la menor intención de cambiar este estado de
cosas.
Para
una considerable parte de la humanidad es un sarcasmo hablar de libertad de pensamiento, conciencia, opinión, expresión,
reunión o asociación, pero mucho más de pan, de agua potable, de educación, de
atención sanitaria y de servicios sociales. Por lo mismo, resulta sarcástico
hablar en parlamentos y foros institucionales de “derecho a la seguridad social,
derechos económicos, sociales y culturales, indispensables a su dignidad y al
libre desarrollo de su personalidad”, derecho al trabajo, “derecho a un nivel de vida adecuado que asegure la salud y
el bienestar, y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la
asistencia médica y los servicios sociales necesarios”.
Frente a la agresión contra los derechos y las libertades de la
ciudadanía española, europea y mundial, debemos poner fin a tantas tragaderas,
denunciar tanto engaño y tanta palabrería, y cooperar a la realización efectiva de los derechos y libertades de los
seres humanos. Nuestro cometido fundamental debe ser la salvaguarda del más
valioso patrimonio de la humanidad: los derechos humanos y las libertades
ciudadanas. Es un deber ético contribuir en la medida de nuestras
posibilidades al bienestar común, al desarrollo integro y cabal de todas y cada
una de las potencialidades y derechos de los seres humanos.
Esta
salvaguarda puede y debe hacerse mediante fórmulas de denuncia y reivindicación
que no den tregua a los adversarios de las conquistas sociales, laborales,
culturales y sanitarias de nuestro país y de la humanidad entera. Resulta
urgente la defensa incondicionada del estado de bienestar y de los derechos y
libertades fundamentales por cualquier medio noviolento, incluida la
desobediencia civil y cualquier forma de oposición no violenta que paralice u
obstaculice el engranaje de un sistema injusto y agresor de los derechos y
libertades de los seres humanos.
Derechos y libertades no son meras
palabras, sino expresión de la entraña misma de los seres humanos. Por eso, hemos de luchar permanentemente por los
derechos y libertades y por un bienestar sostenible, a fin de hacerlo cuanto
antes y sin componendas extensivo a todos y cada uno de los pueblos de la
Tierra. Se trata, en fin, de un proceso humanizador de la vida y del mundo.
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