Hoy, viernes que los católicos denominan “viernes santo”, se da en las
ciudades españolas la eclosión de procesiones, cofradías, fanfarrias,
tamborradas, y demás parafernalia.
Hoy es el día con que más fuerza resurge la España negra, que celebra la
sangre, el dolor, el pecado, la redención, la culpa, los capirotes de los
antaño condenados por la Inquisición, el ruido del pueblo que acompaña el
ajusticiamiento.
Hoy una multitud se lanza a la calle a conmemorar (¿son conscientes de
ello?) la crueldad de un padre que condena a la muerte a su hijo inocente para
perdonar las culpas de terceros. Soy padre y cualquier cosa que hicieran mis
hijos quedaría solventada con un beso y el perdón recíproco envuelto en cariño.
Sin embargo, esa multitud se disfraza de vestidos tremebundos, se tapa el
rostro y el cuerpo y se suma al rito del sadismo y el masoquismo divinos.
En el escudo de Aragón, en uno de sus cuarteles, “sobre
campo de plata, vemos cuatro cabezas de moro, degollados, de sable (color negro) y
encintadas (con diadema colgante) de plata”. Ahora se añade por las calles un
ajusticiado junto a otros dos ajusticiados, recubiertos de sangre, latigazos y
sufrimientos hasta la muerte. Ferocidad, saña, barbarie.
Los clérigos predican que murió
“por nuestros pecados”. También por los pecados de un niño de unas pocas
semanas al que bautizan para borrarle el “pecado original”. El timo de la
estampita a golpe de tambor y custodiado por guardias civiles, soldados y
policías, que pagamos todos y todas. El mito de la alienación de lo humano en
aras de la voluntad de un dios vengador, invento de mentes inseguras y
perversas..
Mi alcalde, hoy, en la calle,
procesionando procesiones de muerte. Mis representantes políticos, lo mismo.
Delirio del nacionalcatolicismo. La derecha que sumió a España en una charco
infinito de sangre y dictadura se viste de manola, de cofrade mayor, de
general, de custodio de los valores eternos de la patria. Por el imperio hacia
dios.
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