Quince seres humanos han fallecido,
ahogados, en Ceuta. Eran negros, subsaharianos, desharrapados.. sin
importancia. Desconocemos sus nombres y nacionalidades, y solo sabemos que
formaban parte de esos 30.000 subsaharianos con que el diario El País nos
despertó un día, con la pretensión de avivar la alarma y el rechazo del foráneo
(pobre). Pertenecían a un continente asolado por el sida, por la desnutrición,
por las hambrunas debidas a la especulación por parte de los grandes comerciantes
y banqueros del mundo.
En España ha habido un lío de muerte
(nunca mejor dicho) con las pelotas de goma, los agentes que a pie de playa
conformaban las fronteras de su país (¡!), las declaraciones del director
general de la Guardia Civil, Fernández
de Mesa, desmentidas a las pocas horas por el ministro del Interior, Fernández Díaz, con el mutismo habitual
del Presidente del Gobierno, Mariano
Rajoy. Editorialistas, tertulianos,
blogueros y opinadores en general fueron amontonando sus ideas hasta dejar
sepultados a esos quince subsaharianos sin importancia que apenas sabían nadar.
Cada uno de ellos representaba la enorme inversión de toda su familia, de todo
su poblado, para que alcanzara la tierra prometida que veían en la tele y
pudiera sacarlos de la miseria. Quince murieron; el resto, en fila india,
fueron devueltos al bosque marroquí donde malviven. Si esos agentes españoles
recibieron esas órdenes de sus jefes españoles, yo me niego a ser español, pues
me daría asco ser español.
La
comisaria europea de Interior, Cecilia Malmström, manifestaba su preocupación por la intervención
de la Guardia Civil en Ceuta, a lo que el diario El Pueblo de Ceuta respondía
patrióticamente con un editorial que titulaba “La comisaria europea debería
hablar menos y trabajar más”. Simultáneamente, Fernández Díaz reclamaba más
cooperación por parte de la UE para solucionar el “problema de la inmigración”
y la custodia de las fronteras europeas del sur. Es decir, el asunto es al
parecer cuestión de pelotas (de goma), vallas, concertinas, sensores de ruido y
movimiento, videocámaras, etc.
auspiciado todo por la Agencia Europea para la Gestión
de la Cooperación Operativa en las Fronteras Exteriores de los Estados miembros
de la UE (Frontex), con sede en Varsovia, y
cuyo fin es “mejorar la gestión integrada de las fronteras exteriores de
los Estados miembros de la UE” (una señora sinceramente católica se preguntaba
el otro día si la Conferencia Episcopal Española va a convocar a sus huestes
ProVida para que salgan el próximo fin de semana a clamar por esas quince vidas
perdidas).
Esta vez en las aguas fronterizas de Ceuta se han
vuelto a dar cita la hipocresía y la amnesia de los gobernantes de una
ciudadanía europea que come bien y en abundancia todos los días. Tras las pateras
y las leyes sobre inmigración se oculta, de hecho, que los alimentos se han
transformado en un mercado en manos de una decena de omnipotentes
multinacionales, que controlan el 85% del maíz, arroz, aceite, etc. Estas
sociedades multinacionales devoran a millones de seres humanos hambrientos a
cambio de beneficios enormes fijando precios mediante la invisible mano de A. Smith. Los Gobiernos supuestamente
“democráticos” miran y consienten al mismo tiempo que reciben parte del pastel,
que a su vez consumimos quienes hemos nacido en una zona “desarrollada”.
Estos amos del mundo mediante el dinero y las armas
deciden a diario quién va a morir y a vivir. Este poder debe ser controlado por
los Gobiernos decentes, si es que queda alguno. Según datos del Programa
Mundial de Alimentos 842 millones de seres humanos no tienen lo suficiente para
comer, de los que el 60% son mujeres. Y si es verdad que el hambre está
directamente relacionado con la forma de tratar la tierra, el agua y la
energía, en manos de los más refinados caníbales del mundo está la mayor parte
de la tierra, el agua y la energía del planeta (incluida la producción de
biocombustibles).
En las pateras hay gente hambrienta enviada desde lugares
lejanos de África por gente hambrienta. El ministro español del Interior debe
pedir ayuda a la UE no solo para tratar el “problema de la inmigración”, sino
sobre todo para hacer frente al vandalismo de los grandes bancos y los
especuladores mundiales, a las bolsas financieras de materia prima
(principalmente agrícola), a los fondos de inversión, insaciables en su codicia
y su afán por obtener beneficios astronómicos a costa de la muerte de millones
de hambrientos. Aumentan los precios, la hambruna aparece, la muerte devasta.
Los jefes nazis terminaron juzgados en el Tribunal de Nüremberg. Y estos
asesinos financieros y especuladores deben acabar en el Tribunal Internacional
de Justicia de La Haya. Sin embargo este Tribunal es un organismo de la ONU,
actualmente en manos de las grandes potencias económicas y militares,
comandadas a su vez por los asesinos financieros y especuladores que habría que
juzgar.
Unas
palabras de Che Guevara vienen en
nuestro auxilio: «Los muros más potentes se
quiebran por fisuras».
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