Mañana
pasada y repasada por la indiferencia generalizada de la gente que deambulaba
por la calle Alfonso. Francisco/Paco,
hombre cultivado y hacedor de libros y de enorme estatura intelectual y moral,
nos ha acompañado un buen rato. Al final, Noemí y Alba nos hecho más llevadera
la mañana.
Hoy
he visto desde lejos a un hombre vestido de tirolés, algo muy extraño teniendo
en cuenta el tiempo meteorológico que hace. A medida que se acercaba, le he
reconocido: a pocos pensadores he dedicado tanto tiempo de estudio, sobre todo
en mi juventud, como a Martin Heidegger. “Guten
Morgen”, ha saludado en voz baja, a la vez que bajaba levemente su cabeza y
sonreía, con una pizca de complicidad. El perroflauta motorizado se ha quedado
atónito al verlo. Heidegger comenzó a hablar sin más dilación:
“Antonio, eras muy joven cuando ya te latía
con fuerza el corazón aquellas noches, aquellas madrugadas, leyendo mi
ininteligible libro “Ser y Tiempo” (no comprendo ahora como podía escribir algo
de forma tan enrevesada). Sacabas tus propias conclusiones; entre ellas, la
prioridad de ser sobre el “tener” o el ”ir de”. Como sabes, Antonio, no nos
define lo que poseemos o lo que aparentamos o lo que los demás piensan o dicen
de nosotros, sino lo que somos. Y si no huimos de la pregunta, de la pregunta
primordial, tenemos ya parte de la respuesta ante los ojos: quién soy, quién no
soy, quién quiero ser, quién quiero no ser.
No somos piedras u objetos inanimados o cosas
fabricadas en serie, ya hechas, invariables, con su estructura definitivamente
acabada, sino que somos quienes somos porque nos vamos haciendo a nosotros
mismos; es decir, nuestro ser es producto de lo que vamos haciendo con nosotros
mismos. Por consiguiente, somos responsables de nuestro ser como resultado de
nuestras decisiones e indecisiones a lo largo de la existencia.
Pues bien, podemos y debemos decidir quiénes
somos porque de algún modo vamos forjando por anticipado nuestro ser, es decir,
somos un proyecto que va realizándose o haciéndose sin cesar a lo largo de la
vida. En cada momento, tenemos que decidir entre todo un abanico de
posibilidades, entre todas ellas vamos eligiendo permanentemente la posibilidad
concreta que nos va construyendo de una u otra forma, en una u otra dirección.
En eso consiste fundamentalmente la libertad. Somos irrenunciablemente libres;
otra cosa es qué hacemos en cada caso con esa libertad”.
Heidegger
se hizo a un lado y el perroflauta motorizado vio entonces a Nietzsche (¡otra
vez él!), que asentía vigorosamente con su cabeza.
“Tienes razón, Martin”, dijo, “eso mismo dejé
escrito en algunos de mis libros, incluido el último, el más osado de todos
ellos, “Ecce Homo”, que subtitulé “Werde, der du bist”, “deviene lo que eres” o
“llega a ser lo que eres”. Goethe emplea una fórmula parecida en su “Fausto”,
pero yo lo vi en el poeta Hölderlin, al que tanto admiré y sobre el que tanto
escribí. Este, a su vez, lo había visto antes en el poeta griego Píndaro, que
vivió seis siglos antes de nuestra era.
Soy ya, en fin, el que ha de llegar a ser, mi
propia meta. En nuestro ser llevamos acuñado lo más prístino, auténtico y
verdadero de nosotros mismos. Solo debemos desbrozar el camino y recorrerlo con
denuedo. En este sentido, la vida es un constante des-cubrir, des-tapar,
des-velar el verdadero sentido de la existencia”.
El
perroflauta motorizado, tras escuchar estas palabras, ya no sentía frío, pues
su corazón ardía. Explotó dentro de él una enorme catarata de emociones. Y
lloró de felicidad…
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