Mañana de frío intenso y lluvia
persistente. Julio ha acompañado al perroflauta motorizado un rato a primera
hora de la jornada. Marga, como de costumbre, lo ha hecho en el segundo tramo. Marisol
no podrá estar en toda la semana. Un abrazo especial y muchos ánimos para ella.
Ayer me acosté pensando aún en la
conversación que mantuvimos Bego, Mairena, Nietzsche, Vygotski y yo con Harry Haller con el que también
he desayunado y después me ha acompañado en el autobús hasta llegar al portal de la
Consejera. Lo conocí en plena adolescencia y desde entonces no he dejado de
pensar de vez en cuando en Harry. Me lo presentó Hermann Hesse y con Hermann y
Harry he ido aprendiendo a existir como un lobo estepario. Mairena me ha
comentado después en el portal lo mucho que le habían gustado esas
conversaciones, que más o menos vienen a decir lo que sigue:
La enseñanza oculta y ofusca la idea
de educación, dejada en manos solo de “profesionales” (gobernantes, asesores y
enseñantes). El Estado, a su vez, en manos de las grandes empresas y de los
intereses empresariales, pretende ante todo formar lo antes posible a empleados
útiles, y asegurarse de su docilidad incondicional, con oposiciones, exámenes,
concursos de “méritos”, todo ello a millones de años-luz de distancia de lo que
quiere y piensa en sus inicios buena parte del profesorado y de las familias,
sobre todo de lo que desea y necesita el alumnado.
Actualmente se valora sobre todo lo
útil (¡¿para quién?! ¡¿para qué?!). Se busca sobre todo la colocación
profesional (esquilmada hoy hasta el extremo por la Reforma Laboral del PP)
obviando como algo inútil la colocación personal, en todo su pleno
sentido y significado. Ahora reina el
“instinto utilitario” (esa expresión empleó ayer Nietzsche durante la cena), el
tener un “puesto” de trabajo, vender al precio que sea “la fuerza de trabajo”,
uno de los grandes tesoros de cada persona. Ni un segundo dedicado en la
familia y en la escuela a aprender a pensar qué es lo que cada un@ quiere,
desea, y no quiere y no desea ser y hacer. Ni un segundo, ni un instante.
Se ignora, pues, el valor
incalculable de ese instante, el disfrute del instante, sin finalidad ni
objetivo alguno, donde se descubre uno a sí mismo, donde cobra y recobra su
identidad más personal y auténtica. La persona que ose descansar y disfrutar en
el “dulce balanceo en la mecedora del instante” (de nuevo, otra gloriosa expresión
de Nietzsche) es señalado como un bicho raro, un vago, un marginal, fuera de
nuestra época, tan hostil a lo que ahora se tiene por inútil. ¿Es que acaso es
posible educar verdaderamente sin enseñar y aprender a zambullirse en el
instante y bucear en el océano de las vivencias más cristalinas, para que las
acariciemos suavemente, sin prisa?
Personalmente, reivindico mi derecho
a la inutilidad (lo tengo además escrito en documentos oficiales: “inútil
total”, “minusválido total”), a pasar días y semanas enteros en el dulce balanceo de la mecedora del instante
(balanceo que persiste en el portal de la Consejera). Perdono en ocasiones al
pasado y el pasado me perdona a menudo. Renuncio igualmente al porvenir. Quiero
el instante, amo el instante. Me gustaría que mi alumnado, mis seres queridos,
mis amigos y camaradas, cuant@s han estado alguna vez conmigo, me recuerden a
través de los instantes compartidos, convividos, mutuamente regalados, al igual
que yo sigo recordando a Hermann Hesse y Harry Haller (son el mismo: es un
juego o un guiño del escritor compartiendo siglas H.H. el escritor y el
personaje).
Así quiero y sueño que sea también
el fundamento último de la educación. Es imprescindible la enseñanza, la he
amado también como enseñante cada día con todas mis energías. Dejemos ahora que
la educación nos balancee en su mecedora, en la mecedora del amor por el ser
humano, del derecho de cada ser humano a encontrar el camino hacia su felicidad
entre veredas también de luchas y de desdichas.
Juguemos, pues, por un rato, sentados,
aunque nunca definitivamente asentados, en la mecedora del instante presente. Juguemos a ver quién es el más inútil.
Hasta mañana.
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