Comienza la 39ª semana en el portal de la Consejera
aragonesa de Educación, Universidad, Cultura y Deporte. Sol y bastante frío.
Marisol ha vuelto, toda una alegría. Carolina y Maite han
estado también en el portal de la Consejera.
El perroflauta motorizado nunca se ha concedido
vacaciones o tregua en el buceo crítico de sí mismo (él y sus circunstancias),
continuación de unos tiempos fecundos de psicoanálisis realizado y recibido
hace ya muchos años. Se aferra al instante para no ir hundiéndose en las arenas
casi siempre movedizas del pasado o del futuro. Ha debido aprender a perdonarse
y a quererse. Y en esas sigue estando cada día.
Un hombre de porte distinguido, cabello y barba blanca y
un incandescente puro habano en ristre, se acerca al perroflauta motorizado. Se
trata del mismísimo Sigmund Freud, iniciador del psicoanálisis para solaz y
gloria sobre todo de argentinos y argentinas. Entrega al perroflauta motorizado
unos cuantos folios escritos a mano, y le explica que son apuntes rápidos donde
intenta analizar la situación de la educación en Europa, especialmente en
nuestro país. “Si acabo el libro, lo titularé ‘Fragen’ (Preguntas). Anda, lee,
perroflauta motorizado”; y prosigue Freud “Tú yo estamos cerca en lo que
pensamos acerca de la educación: el psicoanálisis, de hecho, no deja de ser una
tarea y una guía entre ética y antropológica para la clarificación de uno
mismo, del entorno, de la cultura y del mundo”.
El perroflauta motorizado lee a continuación:
1. Al parecer, en el pronaos del templo de Apolo en Delfos
se podía leer el aforismo “conócete a ti mismo”, y una parte no desdeñable de
las desdichas del ser humano provienen de la insistencia en desconocer su
historia biográfica y sus deseos, en desconocerse. Hemos de encontrar la salud
adentrándonos en el interior de nosotros mismos, incluso traspasando esas
fronteras oscuras de lo inconsciente. Y para eso necesitamos liberar de
bloqueos emocionales el pensamiento, la fantasía, la ensoñación, el juego, la
fábula y el lenguaje. ¿Acaso es otra cosa la educación de la que hablas y
reivindicas, Antonio?
2. La educación/formación ha de enseñar los conocimientos
básicos adquiridos por la humanidad y pertenecientes a la propia cultura, pero
también a orientarnos en otros laberintos, tan reales como desconocidos. Ahora
bien, ¿cómo educar si el educador es el primero en reprimir sus propias
pulsiones primarias e ignorar la existencia de los deseos más arcaicos y las
carencias más constitutivas de sí mismo, de un niño o una niña, de un joven o
una joven?
3. La educación tradicional fomenta la repetición
impersonal de patrones incomprendidos e incluso incomprensibles para el alumno,
exige de este que no moleste, que imite, que obedezca: eso puede ser un
reforzamiento de las propias represiones, impulsos y conflictos del educando.
Se pide silencio en el aula, silencio cuando hable la persona mayor, silencio
de la creatividad y de la pasión. ¿Con ello se está reflejando el afán
controlador del poder hacia cada persona, en cada sociedad?
4. Un educador tradicional (profesorado, padres, madres…)
padece un grave y permanente estado de amnesia: olvida al niño que fue, pues de
lo contrario aflorarían los propios conflictos irresueltos o mal resueltos del
educador. Mi psicoanálisis no forma parte de la educación propiamente dicha,
sino que apuntala la educación recibida, para después someterla a revisión y
finalmente llevarla a la decisión de la gran pregunta: quién he sido realmente,
quién soy verdaderamente, quién quiero ser y quién no quiero ser. Y por qué.
5. La educación tradicional introduce al buen alumno, al
buen niño y a la buena niña, en el mundo sin confines de la sublimación: la
energía que no puede salir desde dentro en cueros por socialmente inaceptable,
se disfraza de actividades, tareas y profesiones socialmente aceptables,
incluso socialmente sublimes. El buen alumno entonces obtiene básicamente una
compensación narcisista, no necesariamente formativa. El buen educador, en
cambio, debería tener como postura esencial potenciar las tendencias propias
del alumnado, de cada alumno y alumna.
6. Me gusta mucho pensar que mi concepto de sexualidad,
de “libido” es muy parecido al concepto que Nietzsche tiene de “voluntad de
poder”, que tanto te gusta, perroflauta motorizado. Así como la naturaleza
tiene un poder ilimitado (basta pensar en el rayo, en los ciclos estacionales,
en tifones, en plagas, en el proceso evolutivo de la vida…), de igual modo, por
formar parte de la naturaleza, nuestras pulsiones primarias deben ser
reconocidas, aceptadas, asimiladas en la salud y no en la represión insalubre.
7. De igual forma, la educación/enseñanza dirige su
mirada hacia el Yo, pero no debe dar la espalda a sus pulsiones, que en todo
caso podrían resultar “educadas” en la consecución de una cierta y relativa
integración socialmente “armoniosa” de nuestra personalidad entera. Una
lavadora o un tejado pueden acabar siendo “domesticados”, pero nuestro Yo acabaría
anulado, casi suprimido, en tal intento.
8. El educador tradicional apela a ajustarse al principio
de realidad, que en buena parte solo es saludable si previamente se somete a
crítica. El Yo sin barreras donde se nutren nuestros impulsos más primarios e
infantiles es incitado a transformarse en un Yo “real” o “realista”, pero de
poco sirve tal educación sin integrar su Yo total.
9. De poco le sirve a un estudiante apropiarse de todo el
bagaje científico y cultural que le están enseñando, si simultáneamente no
existe un proceso de apropiación de sí mismo. Una persona puede metabolizar y
soportar la carga de displacer que conlleva a menudo la realidad, si tiene al
mismo tiempo una carga paralela de placer. La tan repetida hoy “cultura del
esfuerzo” puede ser positiva si y solo si tal esfuerzo tiene unas motivaciones,
unos motivos y unas compensaciones placenteras. Enseñar y aprender sin placer
es un castigo para el espíritu, para la psique.
10. Entre las emociones y los conocimientos debe haber siempre
vasos comunicantes, o el aprendiz se sentirá muy poco dichoso en el proceso de
aprendizaje. Hay quien se queja amargamente del alumnado que está en un aula y
se niega a estudiar, a integrarse en la dinámica de la clase: en muchos casos,
es posible que ese “no-desear saber lo que se le está enseñando” sea paralelo a
un “no-desear saber lo que ese alumno encierra dentro de sí”.
11. No es descartable (¡todo lo contrario!) que eso
mismo, ni más ni menos, le ocurra al enseñante, al educador. Una represión
fuertemente interior en el educador puede convertirlo en un redomado represor
de sus educandos. Una verdadera educación es educación para la realidad, sí,
pero sin ignorar los deseos primarios del sujeto y cuestionando sin ambages las
actitudes, ideas y posturas de quienes los ignoran. Ciertamente, el educador representa las normas sociales, pero su labor será poco exitosa si ignora
la antinomia entre sexualidad y civilización, entre naturaleza y cultura.
12. De hecho, ninguna reforma pedagógica ni transformación
social, como algunos aún sostienen, evitará el malestar en la cultura y el
dolor del hombre por su propia existencia, mientras el ser humano se empeñe en
cercenar o reprimir una parcela de su personalidad.
8. A veces, perroflauta motorizado, una afirmación es una
inmensa pregunta, aunque no vaya comprendida entre signos materiales de
interrogación.
A través de un buen amigo conozco una magnífica acción
del grupo musical Flexemble por la Enseñanza
Pública realizado en Salamanca en marzo del año pasado. Alicia en el país de
las maravillas. ¡Gracias!
Hasta mañana
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