Que si el
PP gana aquí y allá. Que si el PSOE, Podemos, IU, Ciudadanos, ganan aquí o
allá… Que si cambio u otra ración de lo mismo…
Es recomendable a este respecto traer a colación un experimento realizado en 1951 por Solomon
Asch (1907-1996) sobre la conformidad social o la presión de un grupo sobre las
percepciones y actitudes del individuo. Asch situó a una persona entre un grupo
de estudiantes, que actuaban como “cómplices”, y les mostró una serie de líneas
de diversa longitud para que dijeran, por ejemplo, si una línea era más larga
que otra o cuáles eran iguales entre sí o cuál de entre dos líneas
(objetivamente iguales) era diferente respecto de una tercera. El papel de los
cómplices consistía en dar todos respuestas incorrectas en algunos casos
concretos. Lo que se pretendía experimentar es hasta qué punto los sucesivos
individuos que eran sujetos, sin saberlo, del experimento resistían o se
amoldaban a la presión que ejercía sobre ellos la opinión de la mayoría dentro
de un grupo.
Pues bien,
Asch comprobó que el 33% de los individuos sujetos a experimentación se había conformado con la
opinión mayoritaria del grupo, si bien los resultados variaban según estuviesen
presentes algunos factores. Por ejemplo, los resultados mostraban un grado alto
de conformidad si el sujeto del experimento debía emitir su opinión no al
principio, sino al final (por ejemplo, en penúltimo lugar); la conformidad
decrecía si no había unanimidad entre los cómplices (el sujeto de
experimentación podía entonces amparar su posible opinión discordante con la
mayoría en que “no era el único que así opinaba”); si una persona realizaba las
pruebas sin la presión de un grupo, daba las respuestas correctas sin
problemas. Por otro lado, el 25% de los sujetos del experimento dio las
respuestas correctas a pesar de que el grupo coincidía por unanimidad en alguna
respuesta falsa, y el 75% se amoldó a la presión del grupo al menos una vez y
una buena parte lo hizo en no pocas pruebas.
El
experimento de Solomon Asch no es más que un reflejo y una confirmación de lo
que ocurre a todas horas, día tras día, en la vida cotidiana: nuestras
convicciones, creencias, actitudes, percepciones, juicios, reacciones, etc.
están fuertemente condicionados por la presión que los demás ejercen sobre cada
uno de nosotros. No es preciso para comprobarlo estar colocado en un pequeño
recinto con unas cuantas personas para ser sujeto de un experimento de
psicología social, pues estamos permanentemente sometidos al bombardeo de la
publicidad, la propaganda, los medios de
comunicación, las conversaciones con nuestros colegas o amigos, etc.
Es costoso
y difícil resistir a la dictadura de un sujeto aparentemente inexistente, pero
que tiende a acompañarnos allá por donde vamos: el sujeto impersonal “se” (“se”
dice, “se” piensa, “se” prefiere, “se” lleva, “se” viste, “se” compra, “se”
vota, se”…). Precisamente porque ese “se” es impersonal y anónimo, no es nadie
en concreto y destaca por su discreción. Si nos adaptamos a sus
recomendaciones, si nos acostumbramos a su compañía, el “se” alivia nuestra
responsabilidad a la hora de pensar o actuar, incluso nos “impersonaliza”. El
“se” puede llegar a ser uno de los factores más decisivos en nuestras vidas,
conllevando además que nada ni nadie podrá pedirnos cuentas por lo que hacemos
o dejamos de hacer, pues ese “se” nos exime de cualquier responsabilidad
personal.
Hay quien
–en caso de disentir de la opinión mayoritaria- puede llegar a pensar que es un
“raro” y que algo va mal en su vida y en su percepción de las cosas para ser
tan raro. Un sujeto del experimento de Asch, por ejemplo, podría concluir que
tiene mal la vista y que en cuanto acabe la reunión tendrá que ir al
oftalmólogo. Por lo mismo, si una persona no está de acuerdo en votar a X
(sobre todo cuando la mayoría -y sobre todo buena parte de sus amistades y
familiares- vota a X), puede quedarse rumiando en su interior si no estará
equivocada. La inseguridad viene a menudo de la mano; de ahí también los
sentimientos encontrados que en numerosas ocasiones tiene disentir para muchas
personas.
Para
paliar estas situaciones psicológicas conflictivas, de vez en cuando hacen su
aparición individuos aparentemente cargados de toneladas de seguridad, aunque
no aporten una sola prueba tangible y veraz al respecto. Como botones de
muestra, basta pensar en los astrólogos, los predicadores de una moralidad que
desemboca en premios celestiales y castigos infernales, o en las declaraciones
que el 8 de febrero de 2007 hizo el ex presidente español, José María Aznar, en
televisión: “Puede usted estar seguro y pueden estar seguras todas las personas que nos ven
que les estoy diciendo la verdad: en
Irak hay armas de destrucción masiva”.
Para
compensar los estragos causados por personajes de la calaña de los antedichos,
hay quien se limita a recordar lo que yo leía hace ya muchos años en la pared
de una estación del Metro madrileño “200.000
millones de moscas no pueden equivocarse: comamos mierda”. En otras
palabras, en una determinada época el grupo hubiese votado mayoritariamente por
que la Tierra es plana o que la vida surge por generación espontánea. No
obstante, suele cumplirse lo que Tolstoi dejó escrito: “no hay condiciones de vida a las que un hombre no pueda acostumbrarse,
especialmente si ve que a su alrededor todos las aceptan”.
PREGUNTA QUE NO VIENE A CUENTO: ¿Habrá moscas en España para tanta mierda?
“¿Has
visto tal película? ¿Qué te ha parecido?”, te preguntan, y la “opinión pública”
que llevas dentro puede condicionar mucho tu opinión y/o tu respuesta. Una obra
de arte es altamente valorada si los “expertos” la declaran valiosa y los
coleccionistas están dispuestos a pagar por ella una gran suma de dinero. Es
posible que tengan razón y muestres respeto por quienes son una “autoridad” en
una determinada materia, es posible que no seas un especialista en arte, pero
también es posible que omitas manifestar un juicio disonante para no “parecer”
ni “aparecer” como un ignorante o un paleto. Y algo similar puede ocurrir con
la valoración de ciertos hechos, como un atentado terrorista, una “guerra
preventiva”, un partido político, el cambio climático o la posesión de armamento
nuclear. Indirectamente, uno se adscribe a un grupo, una generación, una
cultura e incluso una forma de pensar según como se viste, se peina y se sale a
la calle. Hay grupos de presión que no se identifican con unos rostros y unas
señas de identidad personal. Hay grupos de presión invisibles, mastodónticos,
aparentemente silenciosos, incrustados en el inconsciente colectivo de un
pueblo y de los individuos que lo integran.
Hay
personas dispuestas a morir por una idea o por su respectivo dios, pues creen
que no hay nada más importante en el mundo que esa idea o ese dios. En la mayor
parte de los casos, nacieron en el seno de una familia que les inculcó unas
ideas o unos dioses. Seguramente, si hubieran nacido en otro rincón del
planeta, sus ideas y convicciones serían muy distintas, pero quizá influirían
también con fuerza sobre sus mentes. Vamos a un supermercado y elegimos una
determinada marca de detergente en polvo o una marca concreta de pasta
dentífrica. En nuestro cerebro bullen quedamente miles de microelementos
educacionales, publicitarios, económicos y culturales que nos mueven a tal
elección. Finalmente, coincidimos seguramente con los gustos, las opciones, las
filias, las fobias y las decisiones de la mayoría de compradores de detergente
en polvo o pasta dentífrica.
Como hemos
visto antes, la necesidad de conformidad con el grupo aumenta si actuamos entre
iguales, conocidos o amigos, con los que tendemos a pensar y comportarnos de
forma similar. De lo contrario, nos veríamos obligados, consciente o
inconscientemente, a buscar otros compañeros o amigos. No es casual, pues, que
busquemos relacionarnos con quienes tienen ideas, creencias, gustos y
sensibilidades parecidas a las nuestras, así como adscribirnos y pertenecer a
esos grupos. Incluso hay quien sufre una especie de delirio autoalienante
respecto de alguien a quien se admira mucho o se tiene en mucho valor. Si tengo
algún “ídolo” cercano al mundo punk, me vestiré, me peinaré, pensaré, me
comportaré y… compraré música punk.
Que si el
PP gana aquí y allá. Que si el PSOE, Podemos, IU, Ciudadanos, ganan aquí o
allá… Que si cambio u otra ración de lo mismo…
(Diré
finalmente que, aunque haya disentido de lo que mis otros nueve contertulios
afirmaban sobre la longitud de las líneas que nos mostraba el experimentador,
antes ya estaba indeciso, pero ahora ya no estoy tan seguro de que mi decisión
haya sido acertada).
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