Céntrate en lo
esencial, Antonio –me dice Juan de Mairena, nada más levantarme.
(Y yo le muestro mi acuerdo, pero la
intensidad del momento se acrecienta a medida que se acerca. ¿Qué es lo
esencial? ¿Qué es lo esencial?).
Lo esencial es
que la decisión se genere en ti y desde ti –prosigue Mairena- De lo contrario, dependerás de lo que opinen, digan o callen
los demás.
(Ah, la opinión y el silencio ajenos
duelen, sobre todo en la medida en que se niegue este hecho).
- Colócate sobre
un tablero de ajedrez, Antonio, y quizás
así logre explicarte lo que quiero decirte. Nadie te obliga a mover ficha o a
ser movido por nadie. Sin embargo, sabes que cuentas con el ánimo y el apoyo de
no pocas piezas. Fíjate bien en todas ellas: son peones, son peones, simples
peones. No esperes el aplauso o la aquiescencia de reyes y reinas, alfiles,
torres o caballos, ni siquiera de una buena parte de los peones, pues ellos
viven bien asentados en sus posiciones. Cada pieza del tablero tiene unos
movimientos precisos, impulsados desde una estrategia, un plan de triunfo
final. Los peones tienen menor importancia y están al servicio de las demás
piezas. Sé consciente de ello: con tu decisión has decidido ser peón. No
esperes, pues, el aplauso o el beneplácito de las personas que se creen o se
sienten cuerdos y/o superiores (otra cosa es que lo sean).
Mairena habla mirándome directamente a
los ojos, sin apartar un instante su mirada de la mía. Por eso siento su anhelo
de infundirme el ánimo que necesito.
La decisión ha de
generarse en ti y solo por ti –continúa hablando Mairena- allí ha de permanecer cada día, hasta hacerse carne de tu
carne y vida de tu vida. Nada ni nadie podrán contigo, pues todo lo que puedan
hacerte apenas te rozará, salvo en la medida en que todo ello haga sufrir a
personas que te quieren bien. Pero eso ya lo sabes, Antonio, eso ya lo sabes…
(Duele mi corazón. Es un dolor que no
proviene tanto de las coronarías cuanto de la zozobra que siento al pensar en
esa gente a la que quiero, tanta gente, tanto, tanto… El dolor no se va con una
pastilla sublingual, sino con el sosiego de adentrarme en mí mismo, hallar paz,
descansar en ella y notar como la decisión brota de mí y en mí).
Lo haré, lo
haré…
Se vive una vez y estoy tan chalado (“estás chalado”, me ha repetido y repetido un buen
amigo cuando le comuniqué la decisión, recién nacida) que no encuentro una
forma mejor de vivir que la de peón, la de perroflauta motorizado metido en la
chaladura de luchar contra gigantes y desfacer entuertos por ser para ese
perroflauta motorizado la mejor forma de purificarme por dentro y por fuera de
tanto recorte, y de tanto bienpensante, de tantos reyes y reinas, alfiles,
caballos y torres. ¡Peor para ellos!
¿Hay alguien más
chalado que Thoreau, Gandhi, Mandela, Luther King…?
¡Jaque mate! –dice alguien
desde el lado de las piezas blancas. ¡Has perdido! –remacha la
misma voz.
Y dentro de la caja donde yacen las
piezas negras ya comidas y eliminadas durante la partida, compruebo que estoy
bien, que me siento bien. He hecho lo que he decidido hacer, he sido lo que he
querido, lo que he debido ser.
(¿Qué es ganar?
¿En qué consiste ganar o perder?).
Mozart trae la respuesta con una de sus maravillosas melodías
Hasta pronto
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