Un fantasma
recorre Europa y España: el fantasma del “crecimiento económico y la creación
de empleo”. Una nueva clase social está consolidándose entre los estratos
inferiores y medios de la sociedad: el precariado. Una nueva modalidad de
estafa está realizándose mediante la utilización tramposa del lenguaje:
“empleo” ha suplantado casi por completo a “trabajo” con el resultado final del
creciente empobrecimiento de la población.
Los mercaderes, amparados en su mantra
de “las necesidades del mercado” le echan la culpa a la crisis, pero realmente
es consecuencia de una de las primeras leyes que con su mayoría absoluta impuso
el PP sin gran oposición: el Real
Decreto-ley 3/2012, de 10 de febrero, de medidas urgentes para la reforma del
mercado laboral. Un empleo es una actividad sobre la que la persona trabajadora
nada puede decir acerca de sus condiciones (salario, horario, etc.). Graniza
sobre las cabezas de los desempleados los denominados trabajos por horas, la temporalidad,
la precariedad sin fisuras y los bajos salarios. Conozco personas que han
recibido en su móvil en una semana dos o tres avisos de alta y de baja en la
SS, pues sus sucesivos empleos terminan como un pábilo a punto de apagarse. Los
mercaderes lo llaman “flexibilidad”, cuando en realidad es precariedad e
incertidumbre. Eso es un empleo, y fuera de él solo existe el des-empleo. El
empleador es el dios contemporáneo, dueño de las vidas y penurias de millones
de personas, que roba el presente y el futuro de un número cada vez mayor de
ciudadanos privados de sus derechos laborales elementales.
¿Un empleo,
entonces? ¡No, gracias! Yo quiero un trabajo.
España firmó la Declaración
Universal de Derechos Humanos de 1948, cuyo artículo 23 habla del Derecho al
Trabajo, de las condiciones equitativas y satisfactorias de
todo trabajo, de una remuneración equitativa y satisfactoria que asegure al
trabajador o trabajadora, así como a su familia, una existencia conforme a la
dignidad humana.
¿Es casual que el término “trabajo” parezca
estar borrado del vocabulario y solo se esté hablando de “empleo”? ¿Nos está
bien empleado este giro lingüístico copernicano en materia de derechos
laborales?
España firmó
asimismo el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales,
que en sus artículos 6, 7 y 8 recoge el Derecho a trabajar, definido como “el
derecho de toda persona a tener la oportunidad de ganarse la vida mediante un
trabajo libremente escogido o aceptado” con un “salario equitativo e igual por
trabajo de igual valor”, que garantice
unas “condiciones de existencia dignas para los trabajadores y para sus
familias” y que incluya el derecho al “descanso, el disfrute del tiempo libre,
la limitación razonable de las horas de trabajo y las variaciones periódicas
pagadas, así como la remuneración de los días festivos”.
España votó y aprobó la Constitución de
1978, cuyo artículo 35 habla del deber de trabajar y el derecho al trabajo: “Todos los españoles
tienen el deber de trabajar y el derecho al trabajo, a la libre elección de
profesión u oficio, a la promoción a través del trabajo y a una remuneración
suficiente para satisfacer sus necesidades y las de su familia, sin que en
ningún caso pueda hacerse discriminación por razón de sexo”.
La ciudadanía española exige que se
cumpla la Constitución española vigente y que el primer y principal deber de
todo gobernante sea amparar, fomentar y hacer efectivos los derechos humanos
recogidos en la Carta Universal de la ONU y en la Constitución. Por esta misma
razón, no debería ser aceptable un empleo, sino un puesto de trabajo que cumpla
con exactitud las condiciones constitucionales.
Leía hace
unos días que FAES pide suprimir el salario mínimo y que la prestación por
desempleo deje de ser un derecho, como si los derechos fuesen una prenda de
vestir o un reloj de pulsera que se quita y se pone al antojo del mercader de
turno. Aznar, Tartufo y FAES parecen
ignorar que solo es posible re-conocer un derecho humano o, en caso contrario,
despreciarlo y pisotearlo. Parecen ignorar igualmente que los derechos humanos
confieren a cada ser humano su propia identidad como humano, de tal forma que
pretender suprimir algún derecho humano es una agresión des-humanizadora.
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