Hoy he
visto un interesante video que mi hija Bego ha colgado en Facebook. Va de
cicatrices bellas, va de valoración de las cicatrices, del Kintsugi, el arte
que nos permite admirar la belleza que hay en las cicatrices.
Acudo a
Wikipedia, busco Kintsugi: término japonés, que literalmente significa
“carpintería de oro”, “reparación de oro”, es el arte japonés de arreglar fracturas o
roturas de la cerámica con barniz de espolvoreado o mezclado con polvo de oro,
plata o platino. El Kintsugi tiene como base la idea de que las roturas y
reparaciones forman parte de la historia de un objeto y deben mostrarse en
lugar de ocultarse, de tal forma que el objeto, así reparado, queda embellecido
al quedar de manifiesto su “biografía”, su historia. De esa manera se da el
caso de que antiguas piezas reparadas mediante este método sean más valoradas que
piezas que nunca se rompieron.
Y a renglón seguido pienso en el principio
de obsolescencia dominante en el Occidente rico y consumista: retirar algo al
rincón de los objetos inútiles o cambiarlo por otro nuevo no por un
mal funcionamiento del mismo, sino por haber salido al mercado otro objeto
nuevo considerado mejor o simplemente porque el fabricante ha calculado el
tiempo en que dicho objeto dejará de funcionar bien. En el Occidente rico se
huye de las cicatrices, de las arrugas, de lo viejo, y se presume de estar al
día de todo lo nuevo, de comprarlo, de ostentarlo. Antes el anciano era
valorado por su sabiduría, pero hoy se asocia no pocas veces con el pago de las
pensiones o con la carga que supone su cuidado.
Personalmente,
estoy lleno de cicatrices. Mi cuerpo está recorrido por las cicatrices
producidas en los quirófanos y las salas de curas. Piernas, manos, vientre,
tórax, cara… Cicatrices que viven sin rechazo conmigo. Soy también esas
cicatrices. Forman parte de mi biografía. Mi alma también tiene cicatrices, que
a veces duelen mucho al asomar en la superficie de la memoria. Tampoco las
puedo borrar; muy al contrario, su dolor se acrecienta a medida que pretendo volverlas a sumergir en el fondo del olvido momentáneo.
Veo en
algunas farmacias que ofrecen productos anti-edad, antiarrugas. En cierto
sentido, también anti- o fuera de uno mismo. Es en cierto modo una huida, una
alienación de uno mismo, una no aceptación de lo que se es, de lo que se ha
sido. Cada cicatriz del cuerpo o del alma es un capítulo de un libro único,
real, personal, exclusivamente propio.
Un “te
quiero” debería incluir las cicatrices de la persona querida. Presupone, en términos
de un planteamiento sano, un “me quiero” (= tal como soy, lo que soy, lo que no
soy, lo que no quisiera ser y lo que deseo ser, mis cicatrices y mis arrugas
del cuerpo y del alma). ¿Cómo me van a querer de verdad si no me quiero realmente a mí mismo?
"Cada cicatriz del cuerpo o del alma es un capítulo de un libro único, real, personal, exclusivamente propio".
ResponderEliminar"¿Cómo me van a querer de verdad si no me quiero realmente a mí mismo?"
Dos reflexiones, dos verdades, para no perderlas nunca de vista.
Gracias por recordarnos lo evidente, que a pesar de serlo, no siempre lo tenemos en cuenta.