Desde la aparición de los Papeles de Panamá (más de once millones y medio de documentos, registros,
contratos, memorandos, correos electrónicos, que cubren 40 años de intensa
actividad “offshore”), no se habla de otra cosa que no sea los paraísos
fiscales y sus habitantes virtuales, por lo que fácil es llegar a la conclusión
de que, al parecer, solo son merecedores del paraíso (fiscal y financiero) las
personas adineradas y listas y las empresas ricas y listas que pueden abrir e
ir inflando cuentas “offshore” con el objetivo de librarse del infierno
(fiscal) y poder hacer negocios (financieros) sin otra regulación que su propia
voluntad.
Nadie quiere ir al infierno si encuentra alguna suerte de
salvación. De ahí que las personas y las empresas y entidades acaudaladas hayan
confeccionado decenas y centenares de agujeros fiscales y financieros para
poder escapar con su pasta gansa de los impuestos del “infierno fiscal”: unos
Estados que democráticamente han establecido un sistema tributario progresivo
para poder ofrecer a la ciudadanía la realización efectiva de sus derechos
fundamentales (hospitales, colegios, universidades, carreteras, transporte,
pensiones, atención a la diversidad…). A los habitantes virtuales de los
paraísos fiscales, sin embargo, eso les tiene sin cuidado, pues tienen más que
asegurado el disfrute de todo ello en sus clínicas privadas, sus colegios y
universidades privadas, su seguro de confort privado.
Al infierno (fiscal) y a la nada (financiera) están
condenados los pobres paganos, los que con su nómina y su salario (a veces
también con su conciencia recta y justa) pagan los impuestos debidos y
contribuyen al mantenimiento de los servicios sociales y comunitarios básicos.
A la derecha (lo dice profusamente la literatura bíblica), amparados bajo el
amoroso manto de santa Thatcher y san Reagan, los buenos, los llamados a morar
en el paraíso (fiscal). A la izquierda, los malos, los condenados al infierno
eterno, a las tinieblas, donde reina el llanto y el crujir de dientes. Frente
al infernal Estado, atracador de las fortunas de los habitantes del paraíso
(fiscal), el sacratísimo dogma del derecho universal e inalienable de la
propiedad privada y del secreto bancario y de las cuentas anónimas, encriptadas
o numeradas.
A los condenados al Infierno (fiscal), envidiosos y
malhumorados, les cuesta seguir pagando impuestos según marca la ley, cuando
oyen hablar de amnistías fiscales, de gente importante que ha esquilmado
durante décadas el conocimiento de sus cuentas paradisíacas y la declaración y
el pago impositivo correspondientes; cuando todo el infierno apesta a chorizo,
a corrupción, a nueva gente ilegalmente adinerada que asombrosamente se tiene
por lista y que se va de rositas sin pagar un duro y sin pagar por sus delitos;
cuando el dinero de los contribuyentes condenados al infierno ha servido para las ayudas públicas recibidas por las entidades
financieras en España en el periodo 2008-2014 (1.427.355
millones de euros -1,4 billones-; 219.397 millones de euros, como rescate
bancario directo). Por ello los condenados al infierno (fiscal) se cabrean y se
indignan; cuando los pagos en dinero negro
se efectúan por Partidos políticos de postín, sin que nada, absolutamente
pase.
Paraíso fiscal es conocido ahora como
centros financieros extraterritoriales u “offshore” (literalmente, “más allá de
la costa”: los llamados al paraíso son unos maestros en eufemismos). En
realidad, mayoritariamente centros de fraude y evasión fiscal, de especulación
financiera incondicionada e ilimitada, de blanqueo de capitales y del dinero
negro provenientes de actividades altamente delictivas. Esquilmados los
moradores del infierno (fiscal) de una parte considerable del dinero de todos,
timados, impotentes, engañados, Elio Petri hizo una impresionante descripción
de los habitantes del Infierno en su Trilogía del Poder (conocida también como
Trilogía de las neurosis), cuya segunda entrega tiene por título “La clase
obrera va al Paraíso”. Hegel hace así su aparición dialéctica en toda su
ironía: la afirmación y su negación, desaparecen y emergen a la vez en una
síntesis superadora. Es la dialéctica del amo y del esclavo, del paraíso y del
infierno.
Volvamos al principio, a los famosos
“Papeles de Panamá”. Se habla de “filtración”, pero queda por conocer quién
filtra, por qué y con qué objetivos. Atisbo puñaladas por la espalda, más que
revelaciones en pro de la verdad. La verdad actual es manipulación. La
manipulación es lo que nos echan de comer y de beber diariamente en los medios:
creemos que el mensaje es el directo, pero el mensaje oculta la realidad que no
conviene mostrar.
Paraísos fiscales hay a cientos, a miles,
también y sobre todo en los territorios de los “países demócratas occidentales”,
pero el poder (el verdadero y real poder) no tiene la menor intención de
inspeccionarlos o eliminarlos. Es su negocio, su gran negocio, amparado desde
la inmensa trampa del sacratísimo derecho a la propiedad privada y al secreto
de las economías individuales y asociadas. Falciani es un delincuente, según
ellos. Snowden es un traidor a la patria, según ellos. Manning es un renegado.
Los delincuentes castigan a los que revelan unas micras de su enorme
podredumbre.
¿Revelación? ¿Filtración? La tristeza y la
indignación me inyectan aún más escepticismo (nos toman el pelo, nos toman el
pelo…).
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