Cada día que pasa me sobran más las palabras grandes, la presuntas grandes palabras que tienden a ser escritas en MAYÚSCULA. Prefiero pocas palabras, solo las imprescindibles.
Hoy, aquí ahora, en carne viva, necesito
el alma de las cosas pequeñas resonando en el hueco solitario de dos manos
temblorosas. (Días y días r-e-p-e-t-i-d-o-s…). Titila la luz que me alumbra muy dentro, me canta una nana el verso de la prosa
dormido en cada cosa; lo pequeño, lo débil, lo nimio, olvidado tantas veces por
mor de lo Esencial, de las grandes Ideas, de las Mayúsculas.
El día en que se extingan los principios
absolutos, las ataduras que aprisionan el crear y el rebelarse…
El día en que vuele liberado, convirtiendo
mi poco en un mucho compartido; y mi nada, en algo…
El día en que mi risa se zambulla en la
de otros, y en esa fiesta nadie distinga entre mente y corazón, y el cerebro de
todos lata enamorado, y nos llamemos por el nombre verdadero…
Ese día nuestro alivio vendrá de la brisa
y del trueno, de la lluvia, de la noche y del océano, de la caricia de lo débil
y pequeño, amasado en barro, envuelto en viento.
Ese día
lucirá una estrella en la duda, el
regalo del amigo que calla, el alivio final de la fiebre y del insomnio, el
hombro en que apoyarme, la mano final de quien acompaña.
Ese día… minúsculo y vivo. En minúscula
cálida. En silencio rasgado por el llanto de Beethoven esparciendo tormentas y
belleza.
Ese día…
Ese día…
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